“Del fuego, cuidaría mi pelo, bañaría
en oro mi mano izquierda, plantaría mis dedos en una maceta.
Si cierro los ojos por ocho
segundos veo el sol.
Dejaría que me beses la frente con
los labios pegoteados de miel.
Tengo dos lunares en el pecho e infinitos
en todo el cuerpo”.
A lo lejos se escucha el sonido de una sierra, a algo
así. Creo que debe ser la obra en construcción por la que pasé esta mañana. Mi
bastón blanco quedó trabado en la rampa que pusieron sobre un caño para que la
gente pudiera pasar. La rampa estaba hecha de dos tablones y justo en la
juntura, entre un tablón para subir y el otro para bajar, quedó encajado el
bastón. Nadie atinó a ayudarme, porque ya estoy canchera y pude resolver la
situación. Al principio, no. No sabía usar el bastón. Con el tiempo nos hicimos
amigos. Él me avisa todo lo que hay delante de mí. Nos entendemos bien. Es liso
y muy suave al tacto. No sé si se siente blanco o es mi memoria la que me hace
sentirlo así. También pude percibir el silencio de los obreros cuando quedé
trabada delante de ellos. Presentí desconcierto. Y miedo y alivio a la vez de
no estar en mi situación.
Cuando era chica, jugaba a que estaba ciega, como las
heroínas de las novelas que veía. Cerraba los ojos e intentaba caminar por el
living de mi casa, a ver cómo se sentía. No duraba ni dos minutos con los ojos
cerrados. Es como dejar de respirar. No podés hacerlo vos por mucho tiempo.
Tiene que venir algo de afuera a dejarte sin respiración. O a imponerte la
ceguera. En mi caso fue degeneración macular relacionada con la edad, cuando solo
pensaba en mi jubilación más que en andar emulando heroínas sufrientes. Pensé
que era el fin. Y en algún punto lo fue: el fin de la vida que tenía hasta ese
momento. Comenzó otra. Mucho mejor de lo que yo esperaba.
A.C. (Antes de la Ceguera, como lo llamo yo) Gonzalo y
yo éramos amigos. Sus ojos claros saltones y esa piel blanca, producto de su
albinismo me impedía toda chance de acercamiento. No me gustaba. Pero era un
gran amigo y me hacía reir mucho. Era como esos sapos de los cuentos, pero yo
no era una princesa, ni estaba dispuesta a besarlo.
D.C. (después de la ceguera) la imagen física de
Gonzalo se me fue desdibujando de la memoria, dejando paso a su compañerismo
(siempre estuvo ahí para mí, mientras aprendía a desenvolverme en mi nueva
situación). Con la ceguera, paradójicamente empecé a ver otras cosas. Nunca me
hubiera imaginado que Gonzalo tuviera ese aroma a selva en la piel, ni que sus
manos tocaran tan lindo. Estar con él se convirtió en una fiesta para los
sentidos. Tanto que se dio de forma
natural que se viniera a vivir conmigo. Y
acá estamos, en la cama después de una apasionada siesta. Escucho a los obreros
trabajando en la cuadra de mi casa. Sonrío. Una vez leí que “la vida no es
fácil, es maravillosa y no todo lo maravilloso es fácil. Si así fuera, sería
aburrido”. Estiro el brazo y pongo mi mano sobre el pecho de Gonzalo, lo siento
subir y bajar al ritmo de su respiración. Sonrío otra vez. Cierro los ojos, los
aprieto fuerte, y siento la luz del sol que entra por la ventana.