martes, 31 de octubre de 2023

Mientras cae la lluvia

 

Una planta se marchita

a  pesar de mi esmero

Nunca se me dio bien

la jardinería

 

La ventana

de mi vecino

se desdibuja a través

de la lluvia

 

Siento las gotas caer

sobre un patio que adivino

desde la silla de mi comedor

 

Silencio de mañana de campo

en la ciudad

Me cebo otro mate

y pienso

que soy

afortunada

domingo, 29 de octubre de 2023

Vos (no) podés, aleluya

 

Yo

puedo con todo

Soy

la que siempre está

disponible

Sarmienta de todas las causas

En mi vida

no hay lugar

al no puedo

(no quiero)

 

Tengo la necesidad urgente

de no poder

 

Quiero boludear

Quiero dormir

Quiero leer

 

Necesito poder decir no

Cuando quiero quedarme

en casa

Conectar con mi energía

Que nadie me la modifique

Necesito

por sobre todo

estar tranquila

Quieta

 

Y no

No estoy mal

Al contrario

Estoy muy bien


Ese discurso del “vos podés” no te permite hacer los duelos que necesitás, bajar un cambio, evaluar los golpes de la vida y tomarte el tiempo para sanar. Creo que es muy importante poder darle lugar a esos momentos. Yo siempre puedo con todo, pero ¿a qué precio? Hoy mi desafío es entender que no puedo con todo, que a veces no quiero poder con todo. También es bueno saber hasta dónde. Y eso no te lo puede decir nadie. Es una decisión propia. Y bienvenida sea.

Insatisfacción

 

La locura

es un monstruo

que demanda

y demanda

Nunca está satisfecho

Hacés

Hacés

Y no alcanza

El pedido siempre se corre

más allá

Siempre es necesario algo más

Horizonte que se aleja

cuanto más caminás

 

Difícil no entrar

en ese terreno

pantanoso

 

Imperioso quedar afuera

darle lugar al cansancio

al hastío

a la bronca

Poder decir  “gracias

Esto es tuyo

Yo

no lo quiero”

viernes, 20 de octubre de 2023

Microrrelato 2

 Pensó que la mala suerte sería su fiel compañera. Toda la vida.

Hasta en eso se equivocó.

martes, 17 de octubre de 2023

Cuerda floja

 

Tu mirada

me quema la piel

Y así estoy

en carne viva

haciendo chispas

de imaginarias ramas secas

buscando

un equilibrio esquivo

un horizonte

que se aleja

y se aleja

 

Nadie nos enseña

a lidiar

con la pasión

Miserias

 

Tirado en la cama miraba el techo. Se había pasado un poco con la cerveza, pensaba, hundido en el colchón mientras el techo daba vueltas. Lloraba en medio de esa cama que ahora la sentía grande. Se destapó con fuerza, tenía calor. Y esas sábanas de flores rojas y broderie en el borde le recordaban que ella ni siquiera había querido llevarse sus cosas. Lo único que le importaba era alejarse de él lo más rápido posible.

En su cabeza reverberaban las conversaciones del bar al que había ido solo a ahogar sus penas en  alcohol. Cerveza con maní. Y había vuelto a fumar además. Ahora también olía a pucho. Patético todo, pensó.

“¿Cómo te vas a regalar así?”, le decía una amiga a otra. “Me encanta”, fue la sabia respuesta de la regalada. “Bien ahí” pensó nuestro protagonista. Quería saber más: ¿cómo se había regalado? Quería detalles.

Dos tipos hablaban en otra mesa. “Quinientos pesos van a ser quinientos dólares”. “Pero no seas pelotudo”. “Hacele caso a tu novia, que va a votar como yo”. “Dejenmé de joder vos y mi novia. Desde que estoy  con ella, TN y Clarín me mandan mails todos los días”. “Y suscribite, hay que leer de todo”. “Ni en pedo, viva Perón”. “Mirá el ex de tu hermana, muy compañero pero al final era un femicida. Decí que  tu hermana se avivó a tiempo”. “Sí, menos mal, pero la pasó como el culo, pobre”.

No pudo saber cómo terminó la historia, ni qué sería de la vida de la hermana del tipo, ni cómo supo que el novio  era un femicida ni cómo hizo para zafar; uno de los chabones  se dio cuenta de que estaba escuchando y le hizo un gesto al otro para que se callara. Hubo un silencio tenso, incómodo.

Pidió otra cerveza. Le dolía el cuerpo de extrañarla.

El resto de las conversaciones se le mezclaban, todo se desdibujaba, como su techo en ese momento. Se le acercaba y se alejaba. Había tomado mucho, sí.

“Ya nos vimos una vez. Ella es separada”.

“Bueno, hablamos para el jueves”.

“Porque ya, en breve…”

“¿Tenés clase?”

“Yo ya pude, pero hablemos”.

“Para mañana en el CCK”.

Miró la lámpara del techo. La había elegido  ella. Mañana sin falta la iba a cambiar. También iba a quemar esas sábanas de mierda. No  quería nada que le recordara a ella. Y su ropa iba a quemar. Que ni se le ocurra venir a reclamar nada, la muy turra. Igual seguramente ni pensaba volver. Ni siquiera para reclamar nada. Se puso a llorar. Patético todo, pensó de nuevo.

“No volvés más”.

“A mí la Argentina no  me dio nada”.

“Sí, obvio. Olvidate”.

Quería hacer pis, pero no se quería levantar de la cama. Le pesaba todo el cuerpo y si  se movía se mareaba. De repente y para su sorpresa, vomitó. Quedó todo desparramado en el piso. Menos se iba a levantar ahora, a ver si encima pisaba su vómito, lo único que le faltaba. Listo, ya fue, pensó. Hizo pis sobre las sábanas floreadas al grito de “mirá como te riego las plantas hija de puta”. El chorro no se cortaba más, mucha cerveza había tomado. Una vez vaciado de todo líquido, relajado y flojo, se durmió en medio de sus propios olores nauseabundos.

 

miércoles, 4 de octubre de 2023

Mi lugar en el mundo

 

Mi hermano estaba destinado a grandes cosas. Desde chico era el admirado por mis padres por sus salidas ingeniosas.

Cuando a mí me preguntaban que quería ser de grande, mi respuesta era algo tan común como maestra y, un poco más osado, actriz. Logré las dos cosas, así que podría considerarme alguien que cumplió sus objetivos en la vida.

Mi  hermano iba a ser magnate. Mis padres festejaban entusiasmados a su exitoso descendiente que los iba a llenar de yates y mansiones. Por supuesto, no es un magnate, pero eso no quita que esa palabra era mencionada en cada reunión familiar y con amigos. Todos reían y festejaban esa ocurrencia. Ningún otro niño que ellos conocieran tenía planes tan ambiciosos para su futuro.

No me acuerdo cuántos años tendría, supongo que cinco y mi hermano tres cuando nos fuimos de vacaciones a Altántida, en Uruguay. También fue un matrimonio amigo de mis padres, que  tenía una hija de cuatro, Elena.

Era una época en la que  pasaba el lechero y nosotros podíamos jugar en la calle mientras nuestros padres dormían la siesta tranquilos. Se nos ocurrió la gran aventura de dar una vuelta a la manzana. ¿Qué podía salir mal? Como la mayor y más experimentada, tomé las riendas del asunto y me puse a guiar a los pequeños. Si hoy en día me desoriento en la calle, imaginen a los cinco años en un lugar desconocido. Cuando llegamos a la esquina, no sabía qué dirección tomar, las dos calles que se cruzaban me parecían un desierto enorme y desolado. Agarré para donde me pareció que teníamos que ir. Nos perdimos.

Parece que mientras Elena y  yo llorábamos desconsoladamente pensando que nunca más íbamos a ver a nuestras familias, mi  hermano nos decía: “no lloren, chicas, que no estamos perdidos, estamos en la calle”.

Esa es la versión de mis padres de la que descreo, porque ¿cómo saben lo que cuentan si no estaban con nosotros? Lo atribuyo más a la misma ilusión que les hacía que su hijo  quisiera ser magnate.

También cuentan que mi mamá veía venir al lechero en bicicleta con mi hermano en la parte de atrás. Se ve que se iba y llegaba solo al pueblo. Mi mamá ni se daba cuenta hasta que lo  veía llegar muy contento en el cajoncito con las botellas de leche.

Él era el aventurero, el héroe que rescataba a su amiga y a su hermana, mayores, el futuro magnate.

Hasta ahí lo que sé de ese verano en Atlántida. En esa época nuestras vacaciones duraban de diciembre a febrero. Qué tiempos aquellos.

A partir de mis seis años empezamos a ir todos los veranos a Villa Gesell. Y  ahí dijo otra de sus frases célebres.

Villa Gesell tiene una iglesia chiquita en las calles 4 y Buenos Aires. Un domingo paseábamos con el auto y al ver la fila que se hacía para entrar, exclamó: “¡Qué buen negocio esta iNglesia!”

Costó tener ese hermano en el que estaban puestas todas las expectativas. Ni hace falta decir que a mí no me ponían ninguna ficha. Hoy, que finalmente logramos tener una relación de pares, sé que para él tampoco fue fácil sostener ese personaje exitoso que mis padres habían imaginado.

Cuando me casé, en contra de mis suegros que proponían a los gritos Mendoza, nos fuimos a Villa Gesell, que era mi sueño.

Nacieron los chicos y siguiendo la tradición de mi familia de origen, seguimos veraneando ahí, pero ahora una semana o dos como mucho. Los tiempos han cambiado.

Cuando me separé no pensé que iba a volver tan pronto. Al año conocí a mi novio, que es viudo y también veraneaba con su familia ahí. Por esas cosas de la química planificamos un viaje enseguida de conocernos. Dijimos: Gesell, ¿por qué no? Eso sí, a ninguna de las casas que alquilábamos antes con nuestras respectivas familias. Y hacia allá partimos, nosotros y nuestros recuerdos a flor de piel. Cada uno con su duelo, aunque sean duelos muy diferentes; sabemos acompañarnos. Caminamos por la playa, salimos a comer y también cocinamos. Y por supuesto pasamos por la iNglesia, que estaba cerrada ese  día. Le tengo que avisar a mi hermano que no era tan buen negocio. Aunque supongo que ya lo sabe.

lunes, 2 de octubre de 2023

No me veas

 

Quiero esconderme

hacerme chiquitita

Tanto

que no me veas cuando enloquezco

 

Busco la falla

o la produzco

cuando no hay

 

¿Por qué?

pregunto a los gritos

al cielo

a las paredes

 

La calma me esquiva

como el dardo mal apuntado

pasa de largo

 

No me dejes

pasar

de largo