Enseguida regaló todas sus cosas, vació la habitación
casi al día siguiente y se hizo su estudio ahí.
El insomnio la visitaba todas las noches, así que prendía
la computadora y leía cuentos.
Había
una vez una chica que tenía una caperuza roja, por eso todos la llamaban
caperucita.
La
madre fue a despertarla, para que le llevara una canasta de comida a la
abuelita. Pensaba en los consejos que le iba a dar para que se cuidara en el
bosque.
Mejor hago la Claringrilla, pensó.
Los días transcurrían todos iguales. La rutina la
mantenía entretenida.
El problema eran las noches.
Había
una vez dos niños que se llamaban Hansel y Gretel. Los padres querían
deshacerse de ellos, pero Hansel era muy astuto y fue tirando migas de pan por
el camino para después poder regresar. No tuvo en cuenta a los pájaros, que se
comieron las migas de pan. Los niños se perdieron en el bosque.
Voy a probar con leche y miel, dicen que relaja.
El día la encuentra dormida sobre el escritorio. Quince
llamadas perdidas de su madre.
Mensaje: “no podés seguir así, nena, te paso el teléfono
de la psicóloga que la ayudó a la Marta cuando pasó por lo mismo que vos,
llamala. Y a mí también llamame, nena, que estoy preocupada”.
Pobre mamá, también era su nieto.
Había
una vez un patito que era distinto a los demás, por eso sus hermanos no querían
jugar con él.
Pensó en ese cuento, quizás no se lo había leído lo
suficiente. Si Hernán, su nene, su bebé,
hubiera sabido el cisne en el que se iba a convertir…
Mejor pruebo con otro cuento.
La noche siguiente, antes de empezar a escribir, decidió
mirar su casilla de mails. Había un mail de Roberto, desde hacía varios días.
Roberto era un papá del grado. Le escribía para ofrecerle
sus condolencias y con la propuesta de armar una asociación antibullying para
defender a chicos como Hernán. No pudo terminar de leer. No hizo la
Claringrilla. No tomó leche con miel. .
Asociación El Cisne, pensó; no estaba mal.
Durmió profundo toda la noche.