El cansancio me abruma. Quiero dormir
pero mi mente superyoica no me da respiro. Tengo que desconectar o me va a dar
algo. Mi celular está lleno de mensajes que piden ser respondidos. En un acto
de defensa propia, le saco el sonido y me acuesto. Pienso que dormir es una
forma de ponerle límites al afuera, que por momentos se me hace tan invasivo.
La culpa de no responder los mensajes se va diluyendo mientras caigo y caigo en
un pozo, un hundirme muy placentero.
Lo
veo a Sebastián. No es mi
marido. Al principio sí es él. Después se transforma en otro Sebastián, el hijo
de unos amigos de mis padres, que cuando éramos chicos una vez se cayó en el
pozo ciego de la quinta que teníamos en Del Viso. No sé por qué justo vine a
soñar con él. Sé que pasaban muchas más cosas, era un sueño largo. Solo
recuerdo momentos que se escapan de mí a medida que transcurre lo que queda del
día.
De
repente el sueño cambia de espacio. Hay todo un vértigo de sensaciones, lo
único que se ve claro es que nos estamos yendo de vacaciones al mar. Ahí
conozco a alguien, es un año más chico que yo y bien feo. Pero feo de verdad.
No puedo creer mi suerte, no quería enamorarme. Quería tener un amigo y él es
perfecto para eso.
Empezamos
a salir de noche. Volvemos tarde. Al día siguiente, nuestros padres nos
despiertan para ir a la playa. Llegamos y nos tiramos en la arena de la carpa a
seguir durmiendo, por supuesto. No damos más.
Mi
cuerpo me da mucha vergüenza. Tengo un buzo y un pantalón arriba de la malla,
que me saco solo para ir al agua. Voy cubierta con una toalla que me saco para
meterme en el mar y me vuelvo a poner en cuanto salgo.
Tengo
los pelos que son un horror. Unos días antes de las vacaciones había ido a una
peluquería y me habían hecho un desastre: un entresacado horrendo. El entresacado
hace que mi pelo se vea más llovido y en algunas partes parece que tengo alguna
enfermedad que me hace perder el pelo, que además se hincha por todos lados.
Todo
esto a él no le importa. Estamos en la playa y se sienta siempre al lado mío.
Salimos a caminar juntos y nos pasamos horas hablando. Maldigo mi suerte. Me
está empezando a gustar. Las miradas son cada vez más intensas. No lo puedo
creer. Después de varios amagues que no terminan en nada lo que sí se terminan
son las vacaciones y no lo veo más.
Pienso
que el sueño se termina ahí, pero me doy cuenta de que no estoy despierta del
todo. Ni sola, como pensaba.
Están mi mamá y mi papá. También hay un
gato y un perro. Y me parece ver un loro. El loro habla, habla, no se calla
nunca. Pero no me molesta. Tiene una voz agradable. Queremos subir a una
montaña y no puedo. Algo me frena. Mi papá me grita que deje mis cosas en la
base de la montaña, que no ande con tanta carga encima. Pero no quiero, tengo
miedo de que me las roben. Veo muchas papas. No sé cómo las veo, porque están
debajo de la tierra. Pero las veo. En cualquier momento me puedo caer y morir.
Trato de despertarme y parece que lo logro, pero no lo sé. No me puedo levantar de la cama.