Finalmente, el mensaje que tanto
había estado esperando, llegó al Whatsapp.
Luego de una hermosa presentación
donde me contaba que había leído mis textos
y que eso lo había animado a
escribirme porque le habían gustado mucho,
agrega:
-espero que nuestra amiga en
común te haya avisado que te iba a escribir, si no me corto las venas con los
ravioles que estoy cocinando.
Mi corazón se aceleró. Ahí
estaba, tenía que responder:
-Me gustan los ravioles, así que
vamos bien, ponele.
-Te puedo hacer un día, si
querés.
Bien ahí, campeón. Aproveche la
oportunidad de ser sincera desde el primer momento:
-Dale. Yo no te puedo hacer nada.
Soy malísima cocinando, te aviso.
-A mí no me quedó otra. Los
chicos se quejan a veces, de que no hay variedad.
-Deciles que esto no es un
restaurant. Bien de padre la frase, jajaj.
-jajaj. Aparte de ravioles, ¿qué
otra comida te gusta?
-Pocas cosas no me gustan. Lo que
sí no me gusta es el mondongo.
-A mí me encanta.
-Listo, no hablamos más, jajaja!
-A mí lo que no me gusta es el pescado. Bah,
algo de pescado como, lo que no puedo para nada son los frutos del mar.
-A mí me encantan jajaj! ¿Las
rabas tampoco?
-No, no sé por qué pero no me
gustan.
-¿Quizás te atacó un cornalito?
Ahí un audio con una risa y una
voz que me aceleraron el pulso mucho más. Algo en ese chat me decía que esta
relación me iba a sorprender como me había sorprendido ese mensaje inicial que
yo ya no sabía si esperar o no. Hablamos de escritura, le pedí leer sus cuentos
y me pasó la página. Intercambiamos comentarios sobre lo que había escrito el
otro. Los autores que nos gustaban, nuestro amor por la lectura y la escritura.
Chateamos todo ese domingo. Quedamos encontrarnos el jueves siguiente, que al
final fue el martes. Queríamos conocernos.
Los ravioles quedaron como anécdota iniciatoria,
siempre listos para el chiste: “no sé, yo todavía sigo esperando mis ravioles”.
Hoy cerramos ese ciclo. Cuatro quesos y salsa rosa. Estaban espectaculares