miércoles, 26 de agosto de 2020

Llamame

 

Ese día rompí mi propia norma de no atender números desconocidos.

─Hola, ¿la mamá de More?

─Sí.

─Soy Augusto, el papá de Mili, del grupo de guitarra.

─Ah, sí─ mentí que me acordaba.

─Disculpame que te moleste, pero como More no fue más a guitarra y después se vino la pandemia, quería saber si estaban bien.

─Sí, todo bien. Gracias por llamar.

─De nada. Cualquier cosa que necesites este es mi número. Llamame.

Colgué. No podía dejar de pensar en ese “llamame” casi como un ruego. Sentí una sacudida en el cuerpo.

─ ¿Quién era?─ la voz de Ricardo irrumpió insolente en mis pensamientos. Ahora que trabajaba en casa parecía que al departamento le hubieran amputado habitaciones.

─Una mamá de guitarra, era para ver si estábamos bien.

─ Ah─ dijo, y siguió con sus cosas.

Esa noche no me pude dormir. ¿por qué me había llamado Augusto? Mirá si me iba a creer eso de para ver cómo estábamos. Me fijé la foto que tenía en el celular. Alto, musculoso, con algunas canas, como me gustan a mí. Ojos verdes, mirada dulce. Maldije mi cabeza, que no podía dejar de pensar las distintas maneras en que se iba a producir el encuentro explosivo, el mejor sexo de mi vida. Mi mente y sus delirios. Un simple “llamame” y volé.

Él se me acerca, despacio, me besa.

Le sirvo un vaso de vino, me caigo sobre él y lo mancho. Me muero de vergüenza. Por suerte él se ríe. Me besa.

No puedo seguir más allá del beso, no logro imaginarlo. Así que decido ser pragmática y evaluar la situación.

Tiene una hija de la edad de More, que iba a guitarra con ella y de la cual no tengo registro. ¿Cómo no lo vi antes, cuando llevaba a More a guitarra? ¿Habré ido las veces que a la otra nena la llevó la mamá?

¿Estará casado? Mejor si está casado. Menos lío. Yo también estoy casada. Lo que menos me interesa es tener un problema. Mirá si después se enamora de mí y me pide que abandone a Ricardo. No, eso no. Se lo voy a aclarar de entrada.

¿Y si me enamoro yo? Entonces sería bueno que él también se enamore. Y ahí vemos si formamos una familia nueva con sus hijos y mis hijos, tipo Brady Bunch, ahora que además hay cuadraditos también con el Zoom. Unos precursores los Brady Bunch.

No escarmenté con haberme casado una vez que hasta en mis fantasías eróticas me vuelvo a casar. Tampoco sé por qué digo fantasías eróticas, si caliente y todo como estoy no puedo pasar de un beso ni en mi imaginación.

Ricardo se despertó.

─ ¿No te podés dormir?

─No, no sé qué me pasa.

─Estás muy estresada, apagá ese celular de una vez, estuviste todo el día mirándolo como a un dios egipcio, no sé qué te está pasando.

Pobre Ricardo, no tenía ni idea de por dónde andaba mi mente. Tampoco sé si le interesaba. A veces creo que podría estar cogiendo con mi amante al lado de él y no le importaría.

¿Pobre Ricardo?

Al día siguiente junté coraje. Le mandé whatsapp a Augusto: “hola”. Fue lo más osado que me salió.

Me pasé el día esperando que las dos rayitas se pusieran azules. Cada sonido de mensaje y cada decepción de que no fuera él eran una tortura lenta pero continua.  Morena se reía y comentó: “después me decís a mí que largue el celular”. La respiración se me paró por un segundo; ¡las rayitas se pusieron azules! La tortura cambió su instrumento, no su ferocidad. Ahora sabía que él había visto el mensaje. El golpe final vino con la certeza de que no me iba a contestar.

Adiós mis planes de chongo, de amante, de novio, de gran amor paralelo.

Fui al baño, me arreglé un poco y salí a hacer compras antes de que cerrara el chino.

Una mujer enmascarada se me acercó.

─Hola Laura, ¿cómo estás? Soy Sonia. la mamá de Zoe.

─Hola, ¿cómo estás?

Nos saludamos con el codo y nos reímos.

─ ¿Viste que macanuda la familia de Mili? Se organizaron los dos para llamarnos a todos a ver cómo estábamos. Tendría que haber más gente así.

─Sí, claro─ contesté.

Pagué mis cosas y me fui. Llegué a casa y me metí directo en la ducha. Ricardo no notó nada, para variar.

Nunca más voy a atender un número desconocido.

sábado, 22 de agosto de 2020

Acá estoy

 

Acá estoy, esperando que llegue la policía. Jamás pensé que las cosas se iban a desmadrar así. Tendría que haberme ido hace tiempo, pero no pude hacerlo. Un poco por amor, supongo. Otro poco por costumbre. Y bastante por miedo, debo admitir.

No fue buena idea quedarme. Criticar siempre su trabajo, su manera de hacer las cosas, tampoco. Creo que fue juntando bronca. No le gustaba cuando le decía que no haga ese ruido insoportable al masticar la comida. O que no roncara a la noche, que no me dejaba dormir.  Su conducta en general me exasperaba. Y no me sale disimular cuando algo me molesta, siempre fui así. A veces creo que es importante reconocer las propias limitaciones. Y saber retirarse a tiempo. Yo no lo supe. Si con lo que pasó no lo aprendí, no lo aprendo más.

Espero que la vida me dé una segunda oportunidad. Que la policía llegue a tiempo. Y que esta herida que tengo en el medio del estómago no venga con mi número de nicho incluido. Jamás sospeché que  sabía en dónde escondía el arma. Tampoco le conocía esa destreza para disparar. No dudó ni un segundo.  La bala fue certera. No se le corrió el labial ni un centímetro.

La policía está tardando mucho, me parece. Por favor que lleguen de una vez.

martes, 18 de agosto de 2020

Atracón

Quiere comerse un sándwich, devorar un sillón, un árbol, un edificio de departamentos. Todo lo que entre en su boca, y lo que no, también. Siente una necesidad incontrolable de algo rico y abundante. Si no es saludable mucho mejor. Nada de productos light para ella. Su estómago no tiene fondo. Podría albergar todas las comilonas del mundo sin desfallecer. Un alimento tras otro cae en la caverna salivosa de su boca, esa trampa profunda, oscura y viscosa, en la que todo es engullido con placer y fruición. Con furia salvaje y desmedida. Con asco. No hay discriminación en ese querer devorarlo todo. Tragárselo todo. Que la tierra la trague. Quiere desaparecer de una vez, que es lo que se espera de ella.

Como si ya con eso no fuera suficiente, aparece la culpa, invitada fija al festín. Es impuntual, llega siempre cuando yo no queda nada del banquete orgiástico. La culpa siente bronca y se ensaña con ella. La interpela, la castiga. Gladys quiere vaciarse en el vómito. Se aferra en un abrazo al inodoro blanco y frío. De alguna manera, es su cómplice, se lleva toda la evidencia de su debilidad. Al punto que de Gladys no queda casi nada, solo las ganas de morir.

Se tira en la cama agotada. Sueña que es etérea, flota, su cuerpo no pesa. En el sueño aparece su mamá, está feliz, por fin tiene la hija que siempre quiso. Una platea de chetos la aplaude mientras camina por una pasarela. Ella los odia, quiere que se mueran todos, que desaparezcan y la dejen en paz. A medida que avanza, su cuerpo aumenta de volumen, cada vez más. La sorprende el cambio, le gusta. La platea también es otra, ahora,  y ve a sus amigas que le levantan el pulgar y lloran emocionadas ante su maravillosa transformación. El aplauso es estrepitoso y liberador.

Se despierta con hambre. No le preocupa, se siente tranquila. Milagrosamente, come solo lo que le llama la atención, que no es todo lo que hay disponible. La comida tiene un extraño sabor a vida. Le gusta ese sabor nuevo que siente, la nutre. Cuando no quiere comer más, se mira en el espejo, pone música y empieza a bailar.

 

miércoles, 12 de agosto de 2020

Microrrelato

Él era de la tiza y el pizarrón. Ella, del Zoom y el  Meet.  El amor hizo lo que tenía que hacer. La educación está a salvo.


Rulo y las vacaciones

 

A Rulo le agarró nostalgia del mar.

Sus últimas vacaciones, en diciembre, fueron raras, por decirlo de alguna manera. Se habían ido con la Tana a Gesell, donde en general pasaban Navidad y Año Nuevo. Escapaban de todos los compromisos familiares. Se divertían. A los dos les gustaba mucho la playa. Caminaban horas y se metían en el mar. Rulo salía a correr algunas mañanas. El esguince del pie ya estaba curado para esa época y el tema de los mareos también. Por suerte parecía que la mala racha del 2019 se había terminado e iban a pasar un merecido descanso en la costa.

El primer día les tocó un sol radiante. Empezaba bien la cosa. El mar estaba hermoso. Almorzaron un sándwich de milanesa y se quedaron en la playa hasta que se hizo de noche.

Volvieron a Las Dunas, la misma casa que venían alquilando desde hace tres veranos porque es muy linda y la dueña les cae bárbaro.

La Tana salió a hacer unas compras y él se metió en el baño, dispuesto a darse una ducha reparadora.

Cuando salía de la bañadera no entendió bien qué pasó, si se resbaló con el piso mojado, si se le trabó un pie en la pared de la bañadera, o las dos cosas juntas. Lo cierto es que aterrizó en el piso casi sin darse cuenta. Sintió una explosión en el hombro al caer, pero fue todo tan rápido que ni pudo pensar qué había pasado exactamente. Se vio a él mismo muerto otra vez, pensó que la Tana lo iba a encontrar de nuevo tirado en el piso, como cuando fue lo del mareo. Esta vez sí que me va a mandar a la mierda, pensó. Encima le cagaba las vacaciones. Imperdonable. Trató de levantarse, el brazo le dolía muchísimo y no le respondía. No se podía levantar. Al final lo logró, no sabía cómo. Se puso la toalla alrededor de la cintura y se fue a la pieza, a tirarse en la cama. Le dolía todo, pero además no podía levantar el brazo.

Estaba enojado con él mismo y con la vida por haberle jugado otra mala pasada. Se sentía un boludo. Se imaginaba a la madre de la Tana, que le reprochaba a su hija por no haberla escuchado cuando le dijo que ese muchacho no le convenía. En realidad eso nunca había pasado. Rulo no entendía cómo, pero su suegra parecía quererlo mucho. Más que la hija, incluso, a veces. Pero bueno, era la Tana y no su mamá la que tenía que lidiar con todas las desventuras de Rulo, así que era entendible también.

Cuando volvió la Tana, evaluaron las posibilidades. No tenían auto, el hospital quedaba lejos y debía estar lleno de gente, como todos los hospitales. Rulo descartó la idea de inmediato. Decidió esperar. Si se había quebrado, ya se iba a dar cuenta, se le iba a hinchar o algo. De alguna manera lo iba a saber. Capaz el dolor era por el golpe nomás. No iba permitir que una cosa así le arruinara las tan esperadas vacaciones.

No se le hinchó, pero seguía dolorido. Hasta tomar mate le costaba. Así y todo se quedaron y  la pasaron bien.

Volver de las vacaciones siempre lo deprimía, pero esta vez era peor. Extrañaba mucho a la Tana. Tantos días juntos, en la misma casa. Se había acostumbrado a su presencia y ahora sentía que le hacía falta. Además, la Tana era de fierro, le bancaba todas. Y él en algún momento quería estar con alguien, envejecer juntos y todas esas cursiladas.

El hombro le seguía doliendo así que consultó a un traumatólogo. Para su sorpresa, efectivamente se lo había quebrado. Por suerte, había soldado bien. Pero de la rehabilitación no se salvaba, seguía sin poder levantar el brazo. Se felicitó a sí mismo por no haber ido al hospital cuando se cayó. De haber sabido que se había quebrado el hombro hubieran tenido que volverse. Así por lo menos pudo disfrutar de sus vacaciones con la Tana. Y le había salido bien el chiste, dentro de todo.

Pasaron ocho meses y el hombro se le rehabilitó solo. Cada vez está mejor. Todavía no lo puede levantar del todo, pero ya puede hacer más movimientos y no le duele. Así que le dio por pensar en las próximas vacaciones. En parte siente que lo que le pasó en ese baño fue un presagio de todo lo que sería el 2020. En esos momentos, piensa que mejor no ir a Gesell. O por lo menos no alquilar la misma casa. Se siente un boludo por pensar esas cosas, pero no puede evitarlo. De hecho una vez soñó que se iba a Gesell y alquilaba otra casa, pero se encontraba con la dueña de Las Dunas en la playa y se quería morir. Los extraños caminos de la culpa y el inconsciente.

Acaba de escuchar que la cuarentena podría extenderse incluso hasta las vacaciones. En realidad no se sabe bien, todavía. Así que a dónde se van a ir de vacaciones o qué casa van a alquilar no es un tema que tenga que tener resuelto por ahora. Pero qué ganas tiene de ir al mar.

 

sábado, 8 de agosto de 2020

Aventura mañanera

 

Distraída en mis labores domésticas, la toqué. Pude intuir lo que había tocado. Del asco se me pararon todos los pelos. Sentí un escalofrío y ganas de cortarme la mano. Bueno, quizás exagero un poco, pero es para que se den cuenta de que la mano me molestaba después de haberla tocado. Más precisamente, la sensación en la mano me molestaba.  Salí corriendo a lavarme, pero la sensación no se me iba. Empecé a hiperventilar. Sí, soy medio exagerada en lo que a fobias se refiere. Mi marido (¿acaso se estaba riendo?) no lo podía creer y en su incredulidad me mostraba el motivo de mis desvelos para que lo superara, sin éxito por supuesto. Aclaro que digo motivo de mis desvelos porque me gustó la frase,  re literaria, ¿viste? Pero en realidad era de mañana. Te explico, me estaba haciendo el mate y cuando quise tirar la yerba al tacho de basura me encontré con el horror mismo. Peor, toqué el horror mismo. Mi marido la agarró con una servilleta y me mostró cómo la tiraba por la ventana.

Sí, entre nosotros nos matamos. Los que nos conocen ya lo saben. Nuestros gritos y peleas se escuchan a millas a la redonda. No sé por qué digo millas, será porque es más top que kilómetros, o metros, o cuadras. El esnobismo se me escapa a veces. Bueno, me disgregué un poco me parece. Lo que quería era dar un contraste, ¿se entiende? tipo nos matamos entre nosotros pero no matamos ni una mosca (por dar un ejemplo de bicho, pero podría decirse que ni mosca, ni abeja, ni etcétera, ¿se entiende?). En realidad, no nos matamos entre nosotros, porque estamos vivos (sí, soy re graciosa). Pero me gustó la idea de generar ese contraste. Tampoco somos tan perdonavidas con los bichos inmundos, pero esta vez, vaya a saberse por qué mi marido casi que le dio un beso y la despidió por la ventana. Capaz que lo hizo para molestarme o darme asco a mí, nunca se sabe. No me quiero meter en los vericuetos retorcidos de su mente de por qué hace las cosas que hace, ¿no? Digo, mejor no perder tiempo con esas cosas y así les puedo contar mi historia. Por favor, no me interrumpan más.

Ni hace falta que les diga, pero si hace falta se los digo, que este último acto de él de mostrarme lo que me asqueaba provocó otra descarga de horror en mi cuerpo. Empecé a dar saltitos en el piso y a gritar histéricamente. No me enorgullezco, solo trato de narrar los hechos tal como fueron, con la mayor  precisión posible.

Mi marido me dijo que parecía de quince años. Dada como soy al humor, le agradecí efusivamente.

No, boluda, de edad mental me refiero. Fueron sus dulces y textuales palabras.

Lo descortés no quita el amor, ponele.

Así que hoy tuve la revelación de una nueva fobia a las ya preexistentes, a saber, los murciélagos y las ratas. Escribí a saber porque me parece re literario, y quedaba bien con la palabra preexistentes ¿viste? Pero lo que quiero decir es que los murciélagos y las ratas siempre me dieron esa sensación horrible como la que sentí hoy. Así que descubrí que tengo una fobia nueva. Después de lo que me pasó, puedo decir con orgullo que incorporé a las babosas a mi repertorio fóbico. Que incorporé quiere decir que ahora también le tengo asco y miedo a las babosas, y digo repertorio fóbico para no repetir fobia, que está en el renglón de arriba ¿se entiende?

Hastío y miedo

Estoy harta
cansada
Sé que podría parecer una queja
Pero no es una queja
Es un vacío
una monotonía.
El silencio que me envuelve
y no me deja escuchar
los mismos sonidos de siempre
que ya no aguanto.
es hartazgo
es tedio
es una nada que lo envuelve todo
también es el miedo
se siente más que nunca.
yo lo siento más que nunca.
el tiempo pasa
frase hecha si las hay
no por eso menos real
A la gente que quiero le están pasando cosas
A ellos
A mí
¿Podremos vernos algún día
o alguno ya no estará?
no soy de pensar estas cosas
pero últimamente sí las pienso

domingo, 2 de agosto de 2020

Lo que le faltaba a la Tana

La Tana se despierta al mediodía ahora. Lo cual es lógico porque se duerme a las tres de la mañana. Su nueva rutina en esta cuarentena, que ya se siente como una nueva vida, como si su vida anterior hubiese ocurrido un siglo atrás. Para colmo de males,  la pandemia la agarró en plena menopausia. Sus nuevos hábitos son los de una adolescente. El médico ya le explicó que es así, que de a poco vas yendo para atrás. Algo que debería ser bueno, si uno lo piensa, pero que en realidad es patético.

Hace cuentas en su cabeza. La primera vez, la de la ilusión, no le vino por tres meses. Ya estaba descorchando la botella de champán para festejar. Ella no quería tener hijos, así que no le generaba ningún problema el hecho de que no le viniera más. Al contrario, era algo que esperaba con ansias, un alivio. Algo de lo que no preocuparse más. Sus amigas le advirtieron que le iba a volver, que al principio va y viene. Ella sonreía condescendiente. A mí no me va a pasar. Así como me vino de una se me va a ir de una. El tema de los calores lo había resuelto con un gel de progesterona que le dio el médico. El mejor de los inventos, la convertía en la mujer maravilla. Desgraciadamente, las amigas acertaron. Y un día la guacha volvió como si nunca se hubiera ido. Al tiempo le volvió a pasar, esta vez fueron dos meses sin que le viniera, y sin calores. Pero cuando volvió se quedó como un mes. Un mes entero menstruando, la puta madre.

La Tana se siente estafada. Le hablaron de los calores, pero esto nadie se lo había contado. ¿por qué todo tenía que ser así de complicado? Ni hablemos de su ánimo, todo le molesta. Está sensible. Necesita paz y no le encuentra en ningún lado.

Rulo ya ni le pregunta qué le pasa. Huye directamente para otro rincón del departamento.

El médico le explica que es un momento muy delicado y difícil de entender para el que no lo está pasando. Ella siente que por fin alguien la entiende como nadie en el mundo. Empieza a fantasear si el tipo estará soltero, si querrá tener una aventura con ella, que no está soltera, se censura pensando en el pobre Rulo, después piensa que pobre nada, que se lo merece, como si estos temas fueran una cuestión de méritos. El médico la saca de su ensimismamiento, le dice que en realidad a él lo que a ella le pase a nivel psicológico no le importa para nada, lo único que le interesa es que físicamente esté todo bien, y le manda a hacerse estudios. Nos vemos cuando tengas los resultados, le dice. La Tana llora como si el amor de su vida le hubiese dicho que todo se terminaba en ese momento. Putea a sus hormonas que le vienen jugando tantas malas pasadas últimamente.

Llama por teléfono para hacerse los estudios. Ahora el laboratorio es con turno. Un señor le informa que uno de los estudios se lo tiene que hacer temprano a la mañana, con ocho horas de ayuno, sin haber tenido relaciones sexuales ni haber hecho ejercicio el día anterior, ni haber jugado al pan y queso, ni haber comido una tarta de manzana tampoco. Ella anota todas las indicaciones. Otro de los estudios tiene que ser entre el día primero y el quinto de la menstruación. La Tana putea otra vez, ¿más complicado no había? Le dice al señor que ella no sabe cuándo le va a venir, que justamente por eso es que se tiene que hacer esos estudios. Medio que le reclama, como si el señor tuviera la culpa de lo que ella tiene que atravesar. El señor, que quisiera estar teniendo otra conversación con otra persona, y no metido en estos bretes con una loca menopáusica, respira hondo y le explica que llame en cuanto le venga, que los turnos son enseguida porque ahora no sale tanta gente, que gracias por llamar. Y le corta.

La Tana se queda mirando el infinito, sin reaccionar por un rato. Otra vez tiene ganas de llorar y no sabe bien por qué. Por todo. Y por nada.

 De repente, se acuerda de que dejó algo pendiente. Va al baño con cierta ansiedad. El test de embarazo que se hizo por las dudas marca dos rayitas, bien precisas.

Rulo la abraza y festeja emocionado. A la Tana le da cierta ternura verlo así, tan contento. Por su lado, ella siente que cae en un pozo de nervios, miedo y adrenalina, todo junto. Quiere llorar. Se sorprende de que la idea no le disgusta del todo. Tampoco está contenta. La verdad es que no sabe bien qué siente, un cóctel de sensaciones y emociones, todo al mismo tiempo.

La puta madre, a la vejez, viruela.

Lo que le faltaba.

De cuando Sebas se va

Escrito junto con Nelson Silva

“No importa el lugar/El sol es siempre igual”.

Tal cual. Es así nomás. Hay situaciones en la vida que son previsibles. Uno sabe que el 21 de septiembre llega la primavera, que en diciembre hace más calor que en julio, y que si gobierna la derecha terminamos todos en el proctólogo.

A veces me pregunto las causas de ciertos comportamientos. Sobre todo de un amigo mío muy especial. Creo que se remontan a la vez que programé una canción que me gustaba en su equipo de música para que se repitiera y se repitiera, siempre la misma, y se la hice escuchar dos días seguidos. Me arrepiento muchísimo de haberlo hecho, porque ahora siento una culpa pesada como inodoro de Portland. Pero por lo menos en esa época sólo había cassettes. Ahora, sabemos que llega el 20 de julio y Sebas A. Quedar Sina Migos, como en una especie de conjuro, comparte el tema "Amigos" de los Enanitos Verdes.

Es tal el embelesamiento que tiene con ese tema que no puede pensar, queda como poseído en el tiempo y en la forma. Si bien todos los años le pasa lo mismo, es incontrolable el sentimiento, cuando llega la fecha y escucha la canción, la sensación de novedad lo invade. Se emociona y no puede más que compartir, como si lo asaltara una fuerza diabólica del más allá.

El tipo se entrega a la pulsión compartidora de la canción, está convencido de que ni Cortázar fue capaz de escribir palabras tan precisas. Bueno, capaz exagera un poco, no olvidemos que está como hipnotizado por el tema de marras.

Sus amigxs le huyen, ya están hartos de ser los destinatarios de sus efusiones amigueras. Saben que va dirigido a ellxs eso de "un amigo es una luz", y ya están, digamos, encandilados, a punto de que les salte la térmica si escuchan ese tema una vez más. “La luz que brilla en la oscuridad” ya les tiene hinchados los ojos, por decirlo finamente.

Los años anteriores le cortaron los cables del equipo de música. Se les fue un poco la mano con eso, porque el arreglo le salió un poco caro al pobre. Otra vez, le cortaron internet. Ya no sabían qué más hacer para demostrarle rechazo. Ni un like le ponían a la publicación, y hasta llegaron a bloquearlo de todas las redes del 19 al 21 de julio. Sebas casi se muere.

Desgraciadamente los perdonó. Desesperados, al año siguiente optaron por una solución drástica: prepararon un compilado heavy. Empezaron devolviéndole la Cortesía con Alberto Cortés y su tema “A mis amigos”. Luego, siguieron con artillería pesada: “Yo quiero tener un millón de amigos”, de Roberto Carlos. Y por si no le quedaba claro el mensaje que le querían transmitir, agregaron “El último amigo que me queda”. Si con Asspera no se daba por escarmentado, el pibe ya no tenía remedio.

Ahí fue cuando surgió la grieta entre los amigos. Algunos pensaban que pasar interminablemente esos tres temas ya era castigo suficiente, y otros eran partidarios de agregar varios más. Finalmente, decidieron dejar esos tres nomás. Sebas con un solo tema lo lograba, así que con eso estaba bien.

Al principio parecía que el tiro les había salido por la culata, porque nuestro héroe quedó encantado con el regalo y ponía esos temas una y otra vez, a todo volumen, para horror de vecinos y allegados. El tipo sentía que tiraba la casa por la ventana, estaba en éxtasis.

Pero nadie podía predecir lo que finalmente sucedió: uno de los amigos, que no estaba conforme con dejar esos tres temas solamente, a último momento y sin consultar, agregó “Te llevo en el corazón” de Marciano Cantero. Esto provocó que los marcianos se alejaran aturdidos ante semejante despliegue musical, por lo que los avistadores de ovnis se suicidaron en masa al desaparecer su razón de existir. Los canteros, por su parte, quedaron vacíos, porque hasta las flores se marcharon.

Fue demasiado, incluso para nuestro amigo, que esta vez, en lugar de tirar la casa, el que se tiró por la ventana fue él, al grito de: “volveré y seré lamparita” (por lo de la luz, sus metáforas eran como su gusto musical).

Los amigos siempre consideraron lo ocurrido como un caso de justicia poética. Sin embargo, cuando llega el día del amigo, por la noche, todos ponen el tema y miran las estrellas, mientras cantan con encendida pasión que "Sebas es esa luz brillando en la oscuridad".