Ese día rompí mi propia
norma de no atender números desconocidos.
─Hola, ¿la mamá de More?
─Sí.
─Soy Augusto, el papá de
Mili, del grupo de guitarra.
─Ah, sí─ mentí que me
acordaba.
─Disculpame que te moleste,
pero como More no fue más a guitarra y después se vino la pandemia, quería
saber si estaban bien.
─Sí, todo bien. Gracias por
llamar.
─De nada. Cualquier cosa que
necesites este es mi número. Llamame.
Colgué. No podía dejar de
pensar en ese “llamame” casi como un ruego. Sentí una sacudida en el cuerpo.
─ ¿Quién era?─ la voz de Ricardo
irrumpió insolente en mis pensamientos. Ahora que trabajaba en casa parecía que
al departamento le hubieran amputado habitaciones.
─Una mamá de guitarra, era
para ver si estábamos bien.
─ Ah─ dijo, y siguió con sus
cosas.
Esa noche no me pude dormir. ¿por qué me había llamado
Augusto? Mirá si me iba a creer eso de para ver cómo estábamos. Me fijé la foto
que tenía en el celular. Alto, musculoso, con algunas canas, como me gustan a
mí. Ojos verdes, mirada dulce. Maldije mi cabeza, que no podía dejar de pensar
las distintas maneras en que se iba a producir el encuentro explosivo, el mejor
sexo de mi vida. Mi mente y sus delirios. Un simple “llamame” y volé.
Él
se me acerca, despacio, me besa.
Le
sirvo un vaso de vino, me caigo sobre él y lo mancho. Me muero de vergüenza.
Por suerte él se ríe. Me besa.
No
puedo seguir más allá del beso, no logro imaginarlo. Así que decido ser
pragmática y evaluar la situación.
Tiene
una hija de la edad de More, que iba a guitarra con ella y de la cual no tengo
registro. ¿Cómo no lo vi antes, cuando llevaba a More a guitarra? ¿Habré ido
las veces que a la otra nena la llevó la mamá?
¿Estará
casado? Mejor si está casado. Menos lío. Yo también estoy casada. Lo que menos
me interesa es tener un problema. Mirá si después se enamora de mí y me pide
que abandone a Ricardo. No, eso no. Se lo voy a aclarar de entrada.
¿Y
si me enamoro yo? Entonces sería bueno que él también se enamore. Y ahí vemos
si formamos una familia nueva con sus hijos y mis hijos, tipo Brady Bunch,
ahora que además hay cuadraditos también con el Zoom. Unos precursores los
Brady Bunch.
No
escarmenté con haberme casado una vez que hasta en mis fantasías eróticas me
vuelvo a casar. Tampoco sé por qué digo fantasías eróticas, si caliente y todo
como estoy no puedo pasar de un beso ni en mi imaginación.
Ricardo se despertó.
─ ¿No te podés dormir?
─No, no sé qué me pasa.
─Estás muy estresada, apagá
ese celular de una vez, estuviste todo el día mirándolo como a un dios egipcio,
no sé qué te está pasando.
Pobre Ricardo, no tenía ni
idea de por dónde andaba mi mente. Tampoco sé si le interesaba. A veces creo
que podría estar cogiendo con mi amante al lado de él y no le importaría.
¿Pobre
Ricardo?
Al día siguiente junté
coraje. Le mandé whatsapp a Augusto: “hola”. Fue lo más osado que me salió.
Me pasé el día esperando que
las dos rayitas se pusieran azules. Cada sonido de mensaje y cada decepción de
que no fuera él eran una tortura lenta pero continua. Morena se reía y comentó: “después me decís a
mí que largue el celular”. La respiración se me paró por un segundo; ¡las
rayitas se pusieron azules! La tortura cambió su instrumento, no su ferocidad. Ahora
sabía que él había visto el mensaje. El golpe final vino con la certeza de que
no me iba a contestar.
Adiós
mis planes de chongo, de amante, de novio, de gran amor paralelo.
Fui al baño, me arreglé un
poco y salí a hacer compras antes de que cerrara el chino.
Una mujer enmascarada se me
acercó.
─Hola Laura, ¿cómo estás?
Soy Sonia. la mamá de Zoe.
─Hola, ¿cómo estás?
Nos saludamos con el codo y
nos reímos.
─ ¿Viste que macanuda la
familia de Mili? Se organizaron los dos para llamarnos a todos a ver cómo
estábamos. Tendría que haber más gente así.
─Sí, claro─ contesté.
Pagué mis cosas y me fui.
Llegué a casa y me metí directo en la ducha. Ricardo no notó nada, para variar.
Nunca más voy a atender un
número desconocido.