La Tana se pone los
auriculares, lista para empezar su curso. Aprovecha y se pinta las uñas. Hoy
tiene energía y la quiere aprovechar. Vaya a saber cuánto le va a durar. Recibe
un mail de su jefe que le pregunta algo que no entiende. A la Tana le interesa
más lo que escucha por los auriculares. Está en horario de trabajo, tiene que
responder. Esto de hacer home office no la termina de convencer; pero no queda
otra, nadie puede salir ahora. Le responde al jefe mientras presta atención a la
clase. Espera que el piloto automático le funcione bien, que envíe la respuesta
que se espera de ella. Rulo le habla, desubicado, nunca se da cuenta de que no
es el momento. O quizás ya no hay momentos adecuados. Quiere estar sola. Rulo
se enoja y no entiende. Parece que entre la bronca de que no la dejen tranquila
y el hecho de tener puestos los auriculares, le contestó a los gritos. Se
disculpa y le explica que grita porque tiene los auriculares. La excusa perfecta
para disimular su bronca. Después de todo, no es culpa de Rulo que ella ya no
aguante más a nadie. Rulo, embalado con alguna de sus ideas ni registra la situación: le habla y le habla; ella no entiende lo que dice, pero pone cara
de que sí. No le interesa ni quiere que le repita nada. Lo único que quiere es
que termine de hablar y se vaya. Parece que ya terminó, porque la está mirando,
a la espera de alguna respuesta. La Tana asiente, y parece que eso era lo que Rulo esperaba,
porque se va contento a la pieza. La Tana no tiene ninguna gana de saber a qué
dijo que sí, por el momento no le importa. Lo único que quiere es un poco de
paz. Una vecina pregunta por el grupo de whatsapp del consorcio si la pantalla
del televisor también se les pone blanca.
Un vecino contesta que sí. La Tana putea. ¿Qué mierda le importa a ella el
televisor? ¡Comprensé una vida, pelotudos! No lo escribe en el chat, aunque
ganas no le faltan. Se mira las uñas y le gusta cómo quedaron. Coloridas.
Quiere seguir con los auriculares puestos para siempre, no sacárselos nunca
más. Vivir en esa nube, escapar de la realidad que la abruma. Todo cambió con
esta cuarentena. Lo cercano se le hace extraño. Lo lejano se le hace querido.
Evasión será, piensa. O será ella así, lejana, distante. Ajena. O enajenada. Va
al baño, sigue sin sacarse los auriculares. No quiere desconectarse de esa
desconexión que la ayuda a soportar el mundo. Escucha a los vecinos que se
pelean. Putea. No los quiere escuchar, pero no puede evitarlo. La puta madre,
que se callen de una vez. Ya está harta de todo. Fantasea el momento en que se termine
esta cuarentena y pueda irse a la mierda. Lejos de todos estos locos que no la
dejan tranquila. Ya está de mal humor otra vez, siente que le arruinaron el
día. Todos. Ahora lo que escucha por los auriculares la aburre; así y todo no
se los saca.