domingo, 31 de mayo de 2020

Boeuf bourguignon




Hoy mi marido hizo boeuf bourguignon. Una delicia. Ese gustito en la boca, esa sensación 

de placer a cada bocado. Me acordé de la frase de que al hombre se lo conquista por el 

estómago, y el chiste de que en realidad es un poco más abajo el tema. No tengo idea de 

cómo es, prefiero dejar que todo sea un misterio, sin tantas explicaciones.


No sé cocinar. Tenía un paladar muy básico para la comida, al que tantos años de estar 

con alguien con paladar un poco más sofisticado fueron malcriando.


Alguna vez me dijeron que tenía que aprender a cocinar si quería casarme (?). Mi 

respuesta fue que me iba a enamorar de alguien que supiera cocinar. Y acá estamos, 

disfrutando un boeuf bourguignon para cuatro.  


No me gusta hablar de conquistas si de amor se trata, como si las personas fueran 

territorios conquistables. Pero tengo que admitir semejante muestra de amor hacia 

nosotros, que no es la única, además, me hace sentir muy bien. También es cierto que hay 

reciprocidad en ese amor, de muchas formas, aunque no sea a través de la cocina.


Una gran conquista, en todo sentido.

sábado, 30 de mayo de 2020

Búsqueda

Buscar y buscar adentro mío
algo que me ayude a seguir adelante
que apacigüe mis miedos ancestrales
que no me deje caer
al abismo profundo
de mi mente
y así
poco a poco
renacer de las cenizas,
con la certeza profunda
de un nuevo comienzo esperanzado
Descubro la única forma de salvarme
buscar y buscar adentro mío

jueves, 28 de mayo de 2020

Lorena


Hace años que Lorena viene a casa. Al principio venía una vez por semana, que luego se extendió a dos, y después a tres. Soy inútil para todo quehacer doméstico. Ni hablemos de manualidades. Lorena es jujeña, joven y bella. Desde el primer día logró lo más importante: superar mi fobia de tener a alguien en mi casa. Nunca me banqué demasiado que otra persona estuviera mucho tiempo en mi hogar. Lore logró captar mi esencia a la perfección. No sé cómo lo hizo. Y no es que no se note su presencia. Al contrario. Desde el principio logró ser una presencia familiar, vaya a saberse por qué milagros de la química entre seres humanos. Hablamos mucho, compartimos alegrías y tristezas. Además de mates, maquillajes y perfumes. Me habla de la Pacha Mama y respeta mis rituales budistas.
Cuando va a Jujuy me trae comida típica. Lo mismo hago yo cuando me voy a algún lado. En esas oportunidades, ella viene a casa, especialmente a darle de comer a Mía Rapunzel, nuestra gata. Pero sobre todo, compartimos nuestra pasión por el running. Muchas veces entrenamos juntas con otros amigos corredores. Y viajamos juntas a lugares hermosos a correr carreras de aventuras. Siempre tuvimos claro que hay una relación laboral de por medio, y logramos pasar por alto esa cuestión, que siempre está, claro. Lo bueno es que nos conocemos y sabemos cómo somos. Las dos nos respetamos mucho. Somos muy cuidadosas de nuestra amistad, nuestros espacios. Y nuestros malos humores, las dos somos bravas cuando nos enojamos, pero sabemos tomar la distancia que la otra necesita, o acercarnos para el abrazo, si la situación lo requiere. Aprendimos a convivir y a reírnos de nosotras. A acompañarnos cuando estamos tristes o nos pasa algo feo.
Nunca estuvo sin venir a casa tanto tiempo como esta cuarentena. Está aburrida, me cuenta. Vive sola y ya no sabe qué más hacer en su casa. Mi casa es todo lo contrario: un caos. Somos cuatro. Limpiamos, pero no es lo mismo. Además de que no nos gusta, no sé por qué es distinto cuando lo hace Lorena. Queda mejor. Obvio que ella no extraña trabajar en mi casa; ni es que la casa esté limpia, en mi caso. De verdad nos extrañamos.
Anoche soñé con ella, era mi casa pero no era mi casa. Yo entraba y la puerta se abría muy fácil. Ahí me daba cuenta de que Lore había dejado la llave del lado de afuera. Le daba la llave. Me asustaba pensar que se podía haber metido alguien. Un señor que estaba en casa (?) nos pregunta: ¿ustedes no se saludan? Nos miramos, sabemos que no debemos. Lore dice: ¡pero sí! Yo dudo, Lorena no me deja ni pensarlo. Nos abrazamos. Se siente muy lindo el abrazo. Después, las dos tenemos la sensación de que nos podemos haber contagiado. La sensación de haber hecho algo muy imprudente que no pudimos evitar. Muy feo. Me desperté.
Le escribí que había soñado con ella y le conté el sueño. Intercambiamos audios de whatsapp. Muchos. Terminamos llorando las dos.






martes, 26 de mayo de 2020

Desventuras de pandemia




Hoy no hubo faltazo, pudimos conectarnos a zoom para la clase de la escuela sin problemas. Tampoco es para cantar victoria tan pronto, como ya dije alguna vez y en situaciones parecidas. Mientras mi hija tomaba su clase yo intentaba armar un examen para mis alumnos y a la vez contestarle a una amiga que me preguntaba sobre unas clases que yo había tomado, para ver si las hacía ella. A la vez, en el grupo de madres preguntaban, como suele ocurrir en estos eventos, si ya habían entrado, si le podían avisar al maestro que tal estaba esperando que le permitieran el acceso a la clase. Mi hijo hacía su tarea de inglés, interrumpiéndome a cada rato, con preguntas que no sé si me lo hace a propósito o es solamente que tiene catorce años. Mi marido también quería saber qué tenemos que comprar y estaba preocupado porque es fin de mes y tenemos muy poca plata. Me pregunta si tarjeteamos o no.  Se responde solo. Ya me desconcentré. ¿qué tenía que hacer? Ah, sí, mi amiga. Le respondo: "No, al final quedamos dos grupos de siete y ocho personas (una de las cuales era el profesor). Y al grupo de ocho faltaban algunos, yo veía porque avisaban por el grupo de whatsapp". Listo, me quedo tranquila, ya respondí. Sigo preparando exámenes. Al rato veo que hay muchos mensajes en el grupo de las mamás del cole. Leo a una mamá: "¿qué pasó? no entiendo, ¿no entraron?". Miro más arriba y veo el mensaje para mi amiga, como respuesta a la pregunta de si habían entrado al zoom. ¡Me quería morir! No sabía cómo disculparme. Pido perdón como puedo y leo la respuesta: "Uy la hise salir a mi hija. Xfa q la acepten. Xq no la aceptan". Le digo que no se preocupe, que ahora aviso. Le digo a mi hija que avise, no me gusta meterme en la clase. En realidad, no me gusta aparecer en cámaras, en general, si bien no me queda otra que superarlo, en estos tiempos. Escucho al maestro dar su clase y veo  a mi hija haciendo toda clase de morisquetas con la mano para que le permita hablar y avisarle que deje entrar a la compañera. El maestro no me odia solo porque no sabe que soy yo la que le arruinó la concentración y le agregó otro contratiempo a los ya habituales de esta era tecnológica. La alumna entró. El maestro retomó como pudo. Me doy cuenta de que todavía no le contesté a mi amiga, a todo esto. Lo hago, y me disculpo por la demora en responder. Le explico el motivo. Me carga que no hacía falta que le contestara rápido, si iba a hacer ese bardo. Me sigue cargando que soy un peligro, que menos mal que no tengo nada que esconder, si me equivoco con los mensajes. Pienso que preferiría equivocarme por algo que valga la pena y no en un grupo de whatsapp donde estreso a una mamá y a un colega. Ni hablar del estrés que tengo yo. Se lo digo. Nos reímos. Le digo: capaz me sirve para escribir algo. Dale, hacelo, me contesta. Sí, le digo, que nuestras desventuras pandémicas sirvan para algo por lo menos. Me quedo pensando. Si no fuera por la escritura no sé qué haría esta cuarentena tan extraña. Espero que termine pronto. Espero que en septiembre ya haya terminado. Espero que antes, pero digo septiembre así le puedo hacer al maestro el regalo que se merece.

miércoles, 20 de mayo de 2020

La Tana se pone los auriculares


La Tana se pone los auriculares, lista para empezar su curso. Aprovecha y se pinta las uñas. Hoy tiene energía y la quiere aprovechar. Vaya a saber cuánto le va a durar. Recibe un mail de su jefe que le pregunta algo que no entiende. A la Tana le interesa más lo que escucha por los auriculares. Está en horario de trabajo, tiene que responder. Esto de hacer home office no la termina de convencer; pero no queda otra, nadie puede salir ahora. Le responde al jefe mientras presta atención a la clase. Espera que el piloto automático le funcione bien, que envíe la respuesta que se espera de ella. Rulo le habla, desubicado, nunca se da cuenta de que no es el momento. O quizás ya no hay momentos adecuados. Quiere estar sola. Rulo se enoja y no entiende. Parece que entre la bronca de que no la dejen tranquila y el hecho de tener puestos los auriculares, le contestó a los gritos. Se disculpa y le explica que grita porque tiene los auriculares. La excusa perfecta para disimular su bronca. Después de todo, no es culpa de Rulo que ella ya no aguante más a nadie. Rulo, embalado con alguna de sus ideas  ni registra la situación:  le habla y le habla;  ella no entiende lo que dice, pero pone cara de que sí. No le interesa ni quiere que le repita nada. Lo único que quiere es que termine de hablar y se vaya. Parece que ya terminó, porque la está mirando, a la espera de alguna respuesta. La Tana asiente,  y parece que eso era lo que Rulo esperaba, porque se va contento a la pieza. La Tana no tiene ninguna gana de saber a qué dijo que sí, por el momento no le importa. Lo único que quiere es un poco de paz. Una vecina pregunta por el grupo de whatsapp del consorcio si la pantalla del televisor  también se les pone blanca. Un vecino contesta que sí. La Tana putea. ¿Qué mierda le importa a ella el televisor? ¡Comprensé una vida, pelotudos! No lo escribe en el chat, aunque ganas no le faltan. Se mira las uñas y le gusta cómo quedaron. Coloridas. Quiere seguir con los auriculares puestos para siempre, no sacárselos nunca más. Vivir en esa nube, escapar de la realidad que la abruma. Todo cambió con esta cuarentena. Lo cercano se le hace extraño. Lo lejano se le hace querido. Evasión será, piensa. O será ella así, lejana, distante. Ajena. O enajenada. Va al baño, sigue sin sacarse los auriculares. No quiere desconectarse de esa desconexión que la ayuda a soportar el mundo. Escucha a los vecinos que se pelean. Putea. No los quiere escuchar, pero no puede evitarlo. La puta madre, que se callen de una vez. Ya está harta de todo. Fantasea el momento en que se termine esta cuarentena y pueda irse a la mierda. Lejos de todos estos locos que no la dejan tranquila. Ya está de mal humor otra vez, siente que le arruinaron el día. Todos. Ahora lo que escucha por los auriculares la aburre; así y todo no se los saca.

lunes, 18 de mayo de 2020

Faltazo 2



Zoom para la clase de cuarto grado. Pienso en la palabra zoom, que te puede acercar, y te puede alejar. En este caso, se trata de la plataforma online para dar clases. En este caso, hoy, y como tantas otras veces, aleja.
Voy al link y me pide la contraseña. La escribo. No la acepta. Copio y pego. Pruebo otra vez. No hay caso.
Le digo a mi hija: no empecés a llorar.
Mi hija me contesta: trato.
Pregunto en el grupo: ¿entraron?
Respuesta: sí.
Otra respuesta: parece que el profesor tiene problemas con internet.
Mi hija se alivia: ah estoy más tranquila entonces. Pero quería hacer la clase.
Yo: ¿querés que probemos una última vez?
Mi hija: una sola vez más, y si no, nos vamos.
La contraseña es incorrecta.
Fin de la clase que no pudo ser.
Siento que me voy a deprimir. Esta vez no, no me dejo vencer y pienso qué puedo sacar de bueno de esta situación: la importancia de insistir cuando queremos algo, pero a la vez, darse cuenta de abandonar cuando no va. No para siempre, claro, ya va a haber otros zooms donde sí podamos entrar. La importancia de poder tolerar la frustración. Entender cómo se enoja cada una y cómo entre las dos resolvemos las situaciones que nos presenta este momento tan difícil, de la forma en que mejor podemos. Y no nos sale tan mal, dentro de todo. Increíble todo lo que aprendimos.
Fue una buena clase.