jueves, 30 de julio de 2020

La carta del Tarot

    Otra vez había soñado con ese exnovio. El mismo de siempre. Los sueños eran distintos, pero el protagonista siempre era el mismo. En las situaciones más extrañas, como suele ocurrir en los sueños. Tampoco le interesaba demasiado pensar qué podía significar esa recurrencia onírica. Ya bastante tenía ella con su vida.

    Tomó coraje y se levantó. Hacía frío. Se puso el deshabillé y fue al baño. Corriendo. Siempre le gustaba esperar hasta último momento, con tal de quedarse un ratito más abrigada en la cama. Llegó justo a tiempo. Por suerte, desde que se había separado, ya no se encontraba con la horrible sorpresa de que le hubieran bajado la tapa del inodoro. Menos mal que ya no estaba ese obstáculo extra en su rutina mañanera. Recordó las veces que olvidó ese detalle, y la sensación de que se iba a hacer encima mientras la levantaba. Recordó lo que puteaba en esos momentos. A su exmarido. El exnovio con el que venía soñando última e inexplicablemente no hacía eso, que ella recordara.

    Terminó de mear y se miró en el espejo. La imagen la deprimió: la cara blanca, los ojos sin brillo, las ojeras. Un fantasma de lo que había sido. Se preguntó en qué momento se había apagado toda esa energía, ese halo de luz que todos admiraban. Se preguntó en qué momento había preferido la comodidad del batón al cuidado y arreglo personal. El espejo le mostraba a una vieja. La asustó el hecho de ser esa persona que veía.

    Se fue a preparar un café, a ver si se despertaba un poco. Puso agua en la cafetera y se quedó esperando. No pensaba en nada en especial. Sus ojos apuntaron a una figura colorida a un costado del microondas. ¿De dónde había salido? La agarró. Era una carta del Tarot. Se acordó de que hace un tiempo su amiga tarotista le había preguntado por esa carta, que había perdido no sabía adónde. Enseguida le contestó que no, que en su casa no estaba, sin pensarlo y sin siquiera buscarla. La amiga había traído las cartas la última vez que vino, por si surgía la posibilidad de usarlas. Pero entre la charla y los vinos se olvidaron del Tarot..

    Prestó atención a la carta. Se veía a una pareja y a Cupido, que los apuntaba con su flecha. El enamorado, decía. Qué oportuno, pensó con ironía. Más tarde llamaría a su amiga para avisarle de su hallazgo.

    Se sentó a tomar su café y la miró con detenimiento. Los colores eran demasiado chillones para su gusto. Ella era más de los tonos pastel. El enamorado le causó gracia, el atuendo era francamente ridículo. Cupido iba a tener que hacer un gran trabajo para que este señor lograra seducir a su amada. Pensó en ella, todavía en batón. Con qué autoridad se reía del pobre muchacho.

    Terminó el café. La carta ahora la tenía hipnotizada. Buscó su significado en Internet. A ver si este hecho fortuito de que apareciera justo en ese momento significaba algo. Justo después de que había vuelto a soñar con su ex. Su mente racional le decía que no, pero la carta la atraía cada vez más.
Empezó a leer: “En el caso de que tú seas soltero esta carta te mostrará el inicio de una relación muy apasionada y feliz”. Le pareció una tontería absoluta, así que la guardó en un cajón, y decidió empezar con sus actividades diarias.

    Sin embargo, de pronto tuvo la necesidad de vestirse. Tanta dejadez empezaba a cansarla. El pelo estaba todo desprolijo y enredado, mejor se daba un baño primero. De repente tuvo ganas de usar todas sus cremas y ungüentos. Estuvo un buen rato bajo la ducha. El agua limpiaba y reparaba todos sus pensamientos negativos. La relajación era total. Se miró en el espejo y su mirada tenía un pequeño brillo. Pudo ver todo el placer que había sentido reflejado en el espejo. Hasta decidió pintarse. Volvió a mirarse, ahora el brillo era completo.

    Cuando hubo terminado todo ese ritual, se sentó frente a la computadora lista para empezar a trabajar.

    El sonido del teléfono la sobresaltó. Algo le dijo que no era una llamada común. Quizás fue el hormigueo en el estómago o los latidos de su corazón. No sabía qué pasaba, pero algo estaba pasando y ella no podía precisar qué era. Con esa sensación en el cuerpo, bella y radiante, se levantó a atender.

miércoles, 29 de julio de 2020

Insomnio

la noche no descansa en el sueño

desconocida y ajena

una nueva dimensión es el tiempo

de sopor y agotamiento

extrañar y no saber qué es lo que se extraña

 querer volver y no saber a qué

ni a dónde


lunes, 27 de julio de 2020

Carta de ruptura


Amor mío:
hace tiempo que vengo escribiendo esta carta. Escribo y borro. No logro decidirme. Encima no encuentro la manera adecuada para transmitirte lo que quiero. Odio la idea de hacerte sufrir, aunque tampoco veo la forma de que eso no ocurra.
Y creeme que yo también sufro. No es fácil para mí, te lo puedo asegurar.
Ya no te amo. Tardé en reconocer esta fatalidad que me cayó como un rayo en medio de la tormenta. Sí, es así. No sé cómo pasó. Ni en qué momento. Supongo que el transcurrir del tiempo y la monotonía que se apropió de nuestra vida contribuyeron. No es fácil la convivencia, lo dicen todos. Yo creía que a nosotros no nos iba a pasar nunca, pero se ve que nadie está exento. Y a veces hay que rendirse ante la evidencia y aceptar, por mucho que nos cueste y nos duela, que la sabiduría popular, como su nombre lo dice, es sabia.
No sé si a vos te pasa lo mismo, aunque por momentos sospecho que así es.
Nos observo a los dos y veo la misma mirada de hastío, de aburrimiento letal.
Los chistes que hacías al principio me encantaban, me reía mucho con vos. Hoy te encuentro repetitivo y hastiante, hasta el punto de que te veo abrir la boca y ya me pongo de mal humor.
Lo mismo me pasa cuando te veo comer, hasta me molesta el ruido que hacés al masticar. Temo llegar al punto en que hasta oírte respirar me moleste. Por eso creo que es el momento de tomar una decisión drástica, para guardar los buenos momentos, que fueron muchos.
Al principio salíamos un montón, al teatro, a cenar, con amigos. Hasta que de a poco te fuiste achanchando y decidiste que estábamos mejor solos y en casa. Bueno, vos estarás mejor. Yo me aburro soberanamente.
Otra cosa, que seas un tacaño me molesta bastante. Pero el problema es que sos tacaño hasta para coger. No das nada de vos y pedís todo. Y una vez que obtenés tu propia satisfacción te das vuelta y te dormís, y yo me quedo ahí, frustrada y con ganas de matarte. No sabés cómo te odio en esos momentos. Y el problema no es que eyacules rápido y que todo acabe, paradójicamente, cuando acabás vos. Tuve otros novios así, pero que le ponían una onda impresionante y la pasábamos muy bien. No es este el caso,  con vos la paso para el orto, perdoname que te lo diga.
Tampoco está bueno que vivas comparándome con tu madre. Y mucho menos que yo siempre salga perdiendo en la comparación. Te lo digo para que lo tengas en cuenta a futuro, conmigo ya fue. Largá el Edipo de una vez o quedate a vivir con ella y sean felices sin molestar a otras personas.
Ni hablemos del tema de refregarme a tus novias anteriores todo el tiempo. ¿Dónde aprendiste a tratar mujeres vos? ¿Te enseñó Baby Etchecopar?
Espero que no te caiga mal lo que te digo, y que entiendas que lo digo por tu bien. Solo quiero tu felicidad.
Por último te digo que no trates de convencerme o de decirme que vas a cambiar, como dejaste entrever en alguna oportunidad. Si lo hacés, que sea por vos, yo ya tomé la decisión. Te deseo lo mejor y quiero que sepas que estos hermosos tres meses que pasamos juntos quedarán guardados por siempre en mi memoria.
De veras lamento que no haya funcionado.
Siempre te recordaré con cariño.
Analía Rinraje de los Salecorriendo
PD: no quiero que te enteres por otros, así que prefiero decírtelo yo misma y que te enteres por mí: conocí a tu prima y nos enamoramos. No parecen de la misma familia, ella es un volcán en erupción y me satisface en todos los sentidos. No sé si me hago entender. Mañana me voy a vivir con ella. Así que nos seguiremos viendo en las fiestas familiares. Por lo que esto no es un adiós sino un hasta luego. ¿No es genial? ¡Las vueltas del amor!

sábado, 25 de julio de 2020

PARA MATEAR ES TAN LEY

Lo miro fijo. Lo vuelvo a mirar. No me dice nada. Lo acaricio y está frío. Su coraza de metal lo protege a él y me permite a mí agarrarlo sin quemarme. Siempre quise tener un Stanley, pero son muy caros. Así que cuando mi marido lo vio en oferta en la feria del parque ni dudé. Y lo bien que hice.

Mi termo es azul. Eso me encanta, porque dentro de la uniformidad de los termos Stanley, ese color  no es tan común. En algún punto lo siento especial. Un detalle de color, por hacer una metáfora al respecto.

Otra particularidad que tiene es un estampado que dice "La Barrancosa". Porque mi termo es un termo secuestrado, de ahí la oferta, y la posibilidad de comprarlo a un precio accesible para mí. Mi termo es un saldo de algún regalo de fin de año que la susodicha empresa encargó para sus clientes, supongo; como trabajadora nunca recibí un regalo de semejante magnitud. Ojalá. De ahí mi conjetura de que su destino era algún cliente importante y no un empleado de la empresa. Bueno, se ve que sobraron termos y alguien consideró mejor venderlos y hacerse unos mangos que dejarlos en un depósito abandonados a su suerte. Alabada sea esa persona. Tuve algunos pruritos al principio, debo confesar. Pero mi fuerte deseo de tener un Stanley hizo que acuñara el famoso dicho de que quien le roba a un ladrón tiene cien años de perdón, y acá estoy, feliz poseedora de mi termo Stanley azul que dice "La Barrancosa".

Las letras son plateadas, así como la base y la punta del termo. Tiene el pico vertedor original, que está buenísimo. No hay forma de que se vuelque el agua. Tiene una manija, también azul, sostenida por dos arandelas plateadas.

Es un poco pesado para mi gusto. En general, los otros termos son mucho más livianos. Pero ya me acostumbré. Además, me aseguraron que su pesadez se debe a que son un caño, no se rompen por nada. Y está bien, menos mal, porque con lo que salen debería uno poder llevárselos a la tumba. Yo, que soy rompedora de termos de todo tipo, incluso de metal, vengo invicta con el Stanley. Por ahora al menos. Y eso que ya ha sufrido alguno de mis descuidos.

También dicen que mantiene el agua caliente por 24 horas. La misma caja donde viene el termo lo dice. Por supuesto, hice la prueba. Y sí, efectivamente, el agua se mantiene caliente por un día. No sé qué ventaja tendría ese hecho en mi caso, si yo tomo mate todo el tiempo y mis termos se vacían mucho antes; pero mi marido me dijo que es el termo que usan los camioneros, justamente porque les sirve que el agua se mantenga a la misma temperatura en un viaje largo, por ejemplo.

Lo miro y me siento tan afortunada de tenerlo, que le quiero dedicar un poema.

Oda al Stanley

Oh, bello Adonis azul

compañero de mis días

mis mañanas no serían lo mismo sin tí

mi conservador de agua caliente favorito

espero que nunca me faltes

y que si ello ocurriera

otro ladrón sin destino secuestre

a alguno de tus hermanos

azul, verde o bordó

del color que sea

            con algún otro logo

pero fiel a tu raza

es decir, a tu marca

Stanley

de mi corazón

no permitas que mi torpeza

haga mella en tu cuerpo metálico

estúpido y sensual termo Stanley

brindo por muchos años juntos

Valeria Wald, tomadora de mate contemporánea



viernes, 24 de julio de 2020

Microtragedias

1. La madrugada la encontró corrigiendo exámenes.

2. Se maquilló, se pintó las uñas y se arregló el pelo para la reunión virtual, porque iba a estar él. Cuando     ingresó al zoom, pidieron que todos apaguen las cámaras.

jueves, 23 de julio de 2020

Si las cosas hubieran sido de otra forma

    Hoy pintó bajón. No sé por qué me extraña. Mi vida va de un bajón a otro. Lo raro es cuando no pinta. Cuando me siento bien desconfío.
    Pienso cómo serían las cosas si mis padres me hubieran querido. Porque no todos los padres quieren a sus hijos. Los míos son un claro ejemplo de eso. No me querían. No era culpa de ellos, tampoco. Hicieron un gran esfuerzo, tengo que reconocer. Pero lo que no es, no es. Tampoco todos los hijos quieren a sus padres. Yo sí los quería a ellos, porque no todo es recíproco en esta vida.
    De esa relación asimétrica me quedó una sensación profunda de asco hacia mí mismo, de vacío existencial, de que no valgo nada para nadie.
    Si mis padres me hubieran querido no andaría hoy tratando de encontrar un lugar en la vida de los demás a toda costa, ni un espacio en la mía. No tendría esta necesidad imperiosa de saber cuál es mi lugar en el mundo. Dónde estoy parado. Qué quiero. Qué busco con todo esto. Cuáles son mis límites. Hasta dónde quiero llegar.
    Encima estoy anestesiado para el amor. Nunca me parece suficiente. Nunca me alcanza. Nunca me llega lo que siente el otro por mí. Eso me hace ser injusto la mayoría de las veces. Soy un mono con navaja, lastimo a la poca gente que se me acerca. No es fácil quererme, lo sé.
    Para agregar a mi lista de virtudes, tengo que admitir que no soy divertido. Más bien diría que soy bastante aburrido.
    Hay días que tengo ganas de arrancarme el cuerpo en pedazos, como si fuera una ropa molesta, un saco de lana que pica y quisiera sacarlo como sea. Otros días quiero desaparecer de la faz de la tierra de lo insoportable que se me hace existir. El solo hecho de estar vivo me cuesta y no sé para dónde escapar.
    A veces me enojo, cuando siento que no me escuchan, que no me tienen en cuenta. Cuando veo que otras personas a las que sus padres sí quisieron andan por la vida y ocupan los lugares sin ningún esfuerzo, como si el solo existir ya les diera derechos inalienables. Me da envidia. A mí cada espacio me cuesta un esfuerzo sobrehumano, y nunca termino de estar seguro de haberlo conquistado del todo.
    Me enfurece casi hasta el odio la seguridad con la que se mueven los demás. Los acuso injustamente de ignorarme. No se los digo. Nadie sabe esto que me pasa. Aprendí a callarme, porque ya entendí, por experiencia, que mi realidad no es LA realidad. Aprendí a pedir disculpas cuando entiendo que lo que siento no es real, que no todos son mis padres, que hay gente que sí me quiere.
    El problema es esta sensación que me acompaña todo el tiempo, que aunque sepa que no es real, es real para mí.
    Tal vez si mi madre no hubiera quedado embarazada de mí, si no la hubieran obligado a tenerme, y si no los hubieran obligado a casarse cuando ninguno de los dos quería hacerlo, hoy la historia sería muy diferente. Y no estaría acá, desnudo, muerto de frío y en posición fetal, a la espera de que venga la ambulancia que llamé para que me salve de mí mismo. Otra vez. Como siempre. Porque siempre me arrepiento cuando veo el frasco de pastillas vacío tirado en el piso. Porque también soy un cobarde para terminar de irme de una buena vez.

Detective en pandemia

    Éramos pocos y se vino la pandemia. Si ya espiar estaba complicado, imaginen ahora, sin poder salir. Dirán que Internet es una herramienta fantástica para el espionaje, y estoy de acuerdo. Zoom es un gran aliado, es como ver una película en el cine, con pochoclos y todo. Y gratis, con solo accionar algunas teclitas que no voy a decir acá cuáles son. Me gusta la película para mí solo. Además de que me quedo sin laburo si todos saben cómo hackear. La calle está dura, hay mucha competencia en esto del espionaje. Si no, pregúntenles a los del gobierno anterior. Soy una novata al lado de ellos. Pero  me las rebusco, ¿eh? Trabajo no me falta. Siempre hay algún novio celoso o alguna novia despechada que quiere saber en qué anda el otro. Confieso que esos son los trabajos más aburridos. Horas de seguir a personas que no hacen absolutamente nada de nada. Que escriben mails laborales como la cosa más osada del día. Me duermo del aburrimiento. Es insalubre.

    Extraño esas caminatas para reflexionar sobre todas las pistas obtenidas. Ese despejar la mente y encontrar la clave para develar el enigma. Ese poder unir las piezas del rompecabezas y encontrar la solución. Y cobrar por supuesto. Que no solo de arte vive el detective.

    Consulté con mi colega Rogelio García Lupa. Quería saber cómo la estaba llevando en estas épocas tan extrañas. Me arrepentí al instante. Tuve que cortar porque sus lágrimas invadieron el Meet. Temí que arruinara su computadora. No solo por el agua, sino por la salinidad. Sospecho que no le hace bien al teclado. Y no le quería agregar otro problema al pobre detective Lupa.

    No conforme con cómo venía la investigación, esta vez me conecté con mi colega y gran amiga Elsa Bueso. Me dio muchos y sabios consejos, que no entendí porque la comunicación se entrecortaba todo el tiempo.

    Mi amiga inglesa, Ella Gente, en cuanto se despertó quiso ayudarme. El problema fue que no la atendí, porque estaba durmiendo. Acá eran las 4 de la mañana. Mi profesor de la Escuela de Detectives “La Huella Escurridiza”, me hubiera bochado de saber que cometí el error imperdonable de desconectar todas las computadoras y el celular. Eso nunca se debe hacer en medio de una investigación. Pero la pandemia me agota y necesitaba un descanso. Por suerte ya me recibí de detective y no tengo que rendir ningún examen. Pero me perdí hablar con mi amiga Ella, que siempre me deja algún acertijo de regalo. Alguna adivinanza. Algún enigma que resolver. Ella es muy generosa con sus amigos. Lamento no haberla atendido. Probé llamarla ahora, pero se ve que es de mi misma escuela de desconectadores durmientes, porque tampoco me respondió. Mucha globalización, pero la realidad es que no nos comunicamos.

    La respuesta me la dio Elinda Gador. Nada mejor que tomárselo con calma, me aconsejó. Desayunar unos mates con unos vigilantes. Y siempre, pero, siempre, darle grabar a todos los encuentros virtuales.

    Por último, hago un llamado a la solidaridad: en estos tiempos de malaria, si sospechás que tus vecinos no hacen la cuarentena, si querés saber en qué anda algún ex tuyo, o por cualquier otra inquietud, comunicate conmigo a mi mail. Es píadora@nirastros.com. Me vas a hacer un gran favor. De esta, salimos todos juntos, no hay otra.


sábado, 18 de julio de 2020

El ayudador serial

Voy a hablar de un personaje que no por bastante común es menos molesto: el ayudador serial. Este ser cree que su misión en el mundo es ayudar a todos. Nadie queda afuera de su espectro ayudador. Porque dentro de su mal entendida idea de sororidad, es obvio que los demás nacieron solo para ser ayudados por él. O ella. Porque el ayudador serial no distingue género ni edad.

Ya desde chiquito, impaciente, no puede ver que sus compañeritos no terminan sus trabajos. Así que ahí va él a terminarlos, cuando ellos no lo ven. Y cuando lo ven también. La lucha de los pobres niños por arrancar de sus manos el trabajo que no quieren que el ayudador les termine es descarnada. Este personaje no puede entender el placer del otro por hacer las cosas por sí mismo, no entiende por qué sus amigos no saben apreciar la belleza y el amor con que el ayudador los ayuda.

En la primaria lo vemos correr atrás de los amigos que están dando sus primeros pasos (o pedaleos) con la bicicleta. A él no le importa que le griten: ¡soltame la bici o te cago a trompadas, salame! Porque el ayudador sabe, con esa sabiduría con la que nace, que la gente es desagradecida por naturaleza, así que ahí va, a ayudar contra viento y marea. Incluso contra los que no se dejan. Hasta que el empujón del amigo y el rayo de la bici sobre su pie lo convencen de dejar sus ínfulas ayudatorias para mejor oportunidad.

Más tarde lo vemos de Celestino. Arruinando amores que podrían haber transcurrido felices sin colaboración. Se mete donde nadie lo llama. Une a los equivocados y separa a los correctos. Porque ya se sabe que el amor no necesita ayuda para suceder. Se da o no se da. En el amor, los de afuera son de palo.

Bueno, para el ayudador serial no está tan claro eso. Porque otra de sus características es la habilidad que tiene para no ver la realidad. Solo sigue sus instintos, a ciegas. Y a tontas y a locas.

A los ciegos los cruza de calle aunque no quieran. Y se va feliz de haber cumplido su misión, sin escuchar los insultos de señor con bastón blanco que quedó perdido sin saber dónde.

Las tontas y las locas son felices sin la ayuda de este señor, que insiste en avivarlas. Quiere que vuelvan a la normalidad a toda costa. Y ante la negativa de ellas no entiende por qué no se dejan ayudar. Ni por qué todos le huyen.

Personalmente les escapo a los ayudadores, porque no me dan tiempo para decidir lo que quiero o no quiero. Se me vienen encima como los chicos a la torta de cumpleaños. Y me devoran. Su falta de vida les convierte en vampiros al acecho de sangre. La indecisión de los demás les produce orgasmos. Gozan hasta el paroxismo cuando tienen que aconsejar a alguien. Porque acá está la otra parte de esta clase de individuos. La gracia es dar consejos a quien no los pidió.

Si tenés la mala suerte de recibir un consejo de estas personas, agarrate, porque te van a seguir hasta asegurarse de que lo hayas hecho tal como te dijeron. No aceptan que te desvíes del rumbo de sus certeras instrucciones. Y ni se te ocurra preguntarles si lo que te dijeron era un consejo o una orden, porque se ofenden y amenazan con no aconsejarte más. Igual no les creas. No te ilusiones. Nunca cumplen.


viernes, 17 de julio de 2020

Mi abuela era un lobo feroz

   Llegué tarde al reparto de abuelas. Me tocó la peor. Mi abuela era un lobo feroz. Un demonio de Tasmania. Toda la maldad concentrada en un sola persona. El día que repartieron la mala leche llegó primera y se la acaparó toda. Si no, no se explica.
    Cuando nací, mientras todo el mundo estaba fascinado con la primera bebé de la familia, le dijo a mi mamá que yo era una criatura horrible, que evidentemente había sido creada en un momento de poca inspiración por parte de mis padres. Un polvo triste, bah. No sé si dijo esas exactas palabras, pero podría haberlas dicho perfectamente. Porque además de mala conmigo, era mala con su hijo, mi papá. Era mala con todos. Era mala. Punto.
    La maldad se le escapaba por cada poro de su piel. Le chorreaba por la saliva cada vez que abría la boca y sus colmillos asomaban, listos para la mordedura fatal. Sus palabras ardían en la cara cuando nos elegía como destinatarios de su manía destructora de seres sensibles. Se la veía feliz y radiante después de lanzarnos su incontinencia verbal diabólica, su sentencia mortal.
    Era tan refinada en su maldad, que a veces hacía algo bueno para disimular. Era famosa por las tortas de cumpleaños que nos hacía a cada miembro de la familia para la ocasión. Todos desesperábamos por las tortas de mi abuela. Amigos que nunca tuve se me acercaban para la fecha, solo para ser invitados a comer semejante manjar. Al que le pedía la receta se la daba mal a propósito, para que nadie más que ella pudiera hacer esa torta, y llevarse el secreto a la tumba; para que nadie más pudiera disfrutar de ese néctar y ambrosía de los dioses una vez que ella y su cruel personalidad no estuvieran más en este mundo.
    Se sentía impune de toda impunidad. Luego de que un novio dejara de llamarme de un día para el otro, me enteré de que le había dicho que no le gustaba para mí, que no entendía cómo yo podía darle bola a un adefesio como él. Fueron sus textuales palabras. ¡Me lo contó ella misma, con orgullo! Como si fuera mi salvadora. Como si tuviera que agradecerle haberme protegido de caer en las garras de un zopenco como aquel. Ni hace falta que aclare que yo amaba al zopenco y que tuve que hacer terapia muchos años para reparar esa pérdida. No hubo forma de que entendiera el daño que había provocado, ella seguía insistiendo en su heroicidad. Que después me reclamara la falta de novio y su preocupación por mi eterna soltería, todo el tiempo y a toda hora, era un detalle que no tenía nada que ver con su accionar maléfico.
    Tampoco se privaba de decirme lo gorda o lo fea o lo mal vestida que estaba cada vez que podía (y podía mucho), algo que yo tenía que agradecer, porque lo hacía por mi bien. Siempre. Qué duda cabe.
    Mis amigas no entendían por qué yo nunca contaba de paseos con mi abuela, de meriendas con pan y queso y aceitunas, de uvas peladas y sin cáscaras, de noches en la cama juntas mientras mi abuela me leía un cuento, como parecían hacer las abuelas de ellas. Yo nunca tuve un pulover tejido por ella, tampoco. Y no es que no supiera tejer: para qué me iba a hacer algo que de todas maneras no se iba a lucir en mi horrenda figura. No estoy exagerando, esas fueron sus amorosas palabras cuando le pregunté el motivo.
    La gente no entiende por qué tengo todas las versiones de Caperucita Roja, tapa blanda, tapa dura, en distintos tamaños y formas. También películas en video. Nadie entiende mi afición a verlas y leerlas todo el tiempo, esa pasión morbosa con la que espero que al final el lobo se coma a la abuela.

jueves, 16 de julio de 2020

Cosas que me llevaría

De repente, se nos vino una pandemia. El mundo cambió todos sus paradigmas. Tuvimos que reformularnos nuestras creencias y tratar de entender dónde estamos parados ahora. Las prioridades cambiaron, a pesar de nuestra insistencia en seguir viviendo como si no pasara nada. Lo que pasó se impuso como un rayo en medio de la tormenta, y no quedó otra que aceptar que lo que llamábamos normalidad ya no es normal,  que si necesitamos una normalidad vamos a tener que volver a crearla. Y no sabemos cómo.

En medio de todo esto, la muerte acecha. Para algunos más real que para otros, pero ahí está, nos guste o no. Pienso qué me llevaría conmigo si fuera a morir mañana. Sola, como parece que es la muerte ahora. Cuál sería mi última compañía en ese trago amargo.

No sé qué elegir, la cuarentena me trajo todos los recuerdos juntos. De los lindos y de los feos.

Me acuerdo de la primera persona que me regaló un anillo, que era de su difunta madre. Cuando nos separamos me lo pidió de vuelta. Me acuerdo de que el anillo era hermoso, pero no puedo recordar cómo era. Ni la cara de la persona que me lo regaló y me lo sacó.

Me acuerdo de la vez que llegué tarde a Retiro a tomar un micro para ir a visitar a mi abuela. Mi mamá me esperaba e hizo todo lo posible para que el micro también lo hiciera. Sin éxito, por lo que ella se subió y partió. Sospecho que muy enojada y preocupada. No había celulares como hoy en día, así que viajó sin saber qué me había pasado. No me había pasado nada, por suerte; lo que no recuerdo es si esto la alivió o la enojó todavía más.

Me llevaría el único amanecer en el que pude ver cómo el sol subía sobre el mar. Viví muchos amaneceres, todos muy hermosos y memorables, ya sea por la situación en sí, o por las personas con las que los compartí. Pero de ese fenómeno pude ser testigo una sola vez.

Me llevaría los veintiún kilómetros que corrí en Mar del Plata. Cada kilómetro, me llevaría. La envidia por la remera de los que corrían diez kilómetros, que era mucho más linda, para mí. Y la envidia de verlos volver mucho antes que yo. Me recuerdo corriendo bajo un sol radiante. Y después bajo una lluvia torrencial. Por esas calles llenas de subidas y bajadas, con el mar como única compañía. Bellísimo. Esa carrera es muy dura, pero tiene esas maravillas que hacen que valga la pena el esfuerzo.

También me llevaría todo lo que vengo escribiendo desde que empezó la cuarentena. Después del cachetazo inicial, decidí que era el momento de hacer algo que siempre tuve ganas y siempre postergué: escribir. Y no paré más.

Me llevaría el perro que siempre quise adoptar y no pude, por desacuerdos conyugales. Toda la familia quiere, menos mi marido. En casa no rige la democracia, definitivamente.

Me llevaría la risa de mi hija, la nueva voz de hombre de mi hijo, y la forma en que me mira mi marido, todavía, y después de tantos años.

En realidad, me gustaría terminar mis días abrazada a ellos, rodeada de su amor. Para no morir del todo, mientras queden los momentos.

 

 


domingo, 12 de julio de 2020

Abismo

olvidamos la prudencia
peligramos juntos
caímos en picada al abismo
y acá estamos
magullados
golpeados
en los sinuosos caminos
de la vida y del amor
desbarrancamos
cómo duele
cómo quisiéramos que no pase lo que pasa
sin embargo
y a pesar nuestro
estamos más vivos que nunca

sábado, 11 de julio de 2020

El arte salva

Su mente adolescente y desquiciada imaginaba suicidios, todos justificadísimos. Los motivos iban desde que alguien le contestara mal a que alguna profesora le pusiera una mala nota en una materia. Sus padres eran el blanco favorito de sus intenciones suicidatorias, como no podía ser de otra manera. Todos sus planes iban dedicados, con carta de despedida y todo, para que los depositarios de todas sus frustraciones adolescentes supieran claramente que ellos habían sido el motivo de su fatal decisión, para que reflexionaran y se arrepintieran de todo lo que le habían hecho.

Un domingo, día más que propicio para estos cavilares, se dio cuenta de que la idea había tomado una consistencia insoportablemente real. Pensó las distintas formas de llevar a cabo su cometido, sopesó los pros y las contras de cada uno. Si hubiera alguna forma de no sufrir, de que no hubiera dolor físico, ya lo habría hecho, pero era muy cobarde y le tenía mucho miedo al dolor, por lo que llevar a cabo sus planes se le hacía difícil. Si solo conociera alguna forma que no doliese…

Lo que en principio solo era una idea con la que coqueteaba se volvió tan real que se asustó; era solo dar ese paso. Y ya está. Ya iban a ver  todos, ya se iban a dar cuenta del daño que habían causado con su insensibilidad. Tenía todo pensado, ya estaba ahí.

Por suerte, esta vez su mente desquiciada y adolescente salió rauda al rescate. De pronto se acordó de que el lunes iba a ver Detrás de las noticias con una amiga, el martes Hombre mirando al sudeste con un amigo, y el miércoles, Gaby, la historia de una chica paralítica, con otro amigo.

Bueno, se dijo, entonces el jueves me suicido.

Estalló en una carcajada. Poco serio lo suyo. Alguien que se suicida no lo posterga para ir al cine, pensó. No podía parar de reírse ante lo bizarro de la situación.

La adolescencia es una etapa muy difícil.

Y el arte salva, muchas veces.


lunes, 6 de julio de 2020

HAIKUS PORNOGRÁFICOS O HOTKUS

(HOTKUS es propiedad registrada y gran aporte de la grosa de Flavia Frejman)


Y me decías
mordé la almohada guacha
si serás puta


Así me gusta
qué bien que te movés
que linda sos


hijo de puta
te gusta cogerme así
puedo sentirte


amor salvaje
chupámela vos a mí
toda la noche


dale, me encanta
me gusta mucho tu olor
y tu calor


te llevaría
a mi mesita de luz
para cogerte


Adrenalina
sos lo más y te amo
eh, qué dijiste


No dije nada
Escuché, algo dijiste
Dije te amo


No te confundas
es por la calentura
mirá no sé


no me confundo
no te preocupes posta
dale cógeme


me convenciste
sigamos con lo nuestro
también te amo

sábado, 4 de julio de 2020

Papá

Quince años ya. La edad que va a cumplir mi hijo en unos meses. Imagino que hubieras sido un abuelo maravilloso, tenías muchas ganas. Me acuerdo de tu cara cuando te di la noticia. Tu mano en mi panza cuando te dije que era un varón y que habíamos decidido el nombre. Ya estabas enfermo e imaginábamos el final. Nosotros. Vos, negador como siempre, hablabas de lo que ibas a hacer cuando te curaras.

Hoy fue un día raro, como siempre desde hace quince años.

Hoy casi no pensé en vos, pero el malestar que desde hace quince años siento este día se hizo presente. No falla. El cuerpo tiene memoria.

En la calma de la noche, mientras escribo, por fin caen las lágrimas.

Te extraño. No sabés cuánto.


miércoles, 1 de julio de 2020

Mi primer mundial


Estoy en un mundial. Sí, un mundial de escritura. Me llegó tan azarosamente como todo lo que me viene pasando en esta cuarentena. Me invitó una persona que no conozco a formar parte de su equipo. Así que además de estar en un equipo que participa en el mundial, tengo otro grupo de whatsapp en mi haber.  Oh, sí.

Hoy recibimos la primera consigna. El grupo estalló en mensajes. Muy divertidos. Tenemos que escribir 3.000 caracteres con espacios  (o más) todos los días. Uno de los integrantes del grupo dijo que había llegado a 2.600 caracteres y colgaba ahí. Una le dice que no le falta casi nada para los 3.000. Y empezó el delirio:

-    Empezá a meter onomatopeyas, muchos eeehhh, aaahhh.
-    Poné cosas entre paréntesis.
-    Ah, veo que les interesa ganar.
-    Obvio.
-   Y entonces Carlos le pegó al teclado con la cabeza y el resultado fue: kakjfijahgojhdkhiehgkauoeojfluohaogjldoe….
-    Poné una receta de berenjenas en escabeche al final.
-    Eso al final y una cita de Nietzsche al principio.


 Tenía miedo de no llegar, pero  llegué. Nunca había escrito tanto así, seguido. La consigna me gustó mucho,  me llevó a escribir 4.325 caracteres. Había escrito más, pero lo acorté al corregirlo. Por tema de ritmo, sobre todo. Me gustó mucho lo que escribí. Le tenía miedo al largo, a que sea aburrido, pero logré que funcionara.

Tengo dos padrinos hermosos que me bancan y me leen. Tengo hinchada, ¿entienden lo que es eso? Tengo catorce días más de campeonato. Catorce días más de escribir como nunca pensé que iba a hacer.

 ¡Qué me importa el resultado!

Yo ya gané.

Valeria Stolbizer (¡ah, no! ¡pará!)