jueves, 30 de julio de 2020
La carta del Tarot
miércoles, 29 de julio de 2020
Insomnio
la noche no descansa en el sueño
desconocida y ajena
una nueva dimensión es el tiempo
de sopor y agotamiento
extrañar y no saber qué es lo que se extraña
querer volver y no saber a qué
ni a dónde
lunes, 27 de julio de 2020
Carta de ruptura
sábado, 25 de julio de 2020
PARA MATEAR ES TAN LEY
Lo
miro fijo. Lo vuelvo a mirar. No me dice nada. Lo acaricio y está frío. Su
coraza de metal lo protege a él y me permite a mí agarrarlo sin quemarme. Siempre
quise tener un Stanley, pero son muy caros. Así que cuando mi marido lo vio en
oferta en la feria del parque ni dudé. Y lo bien que hice.
Mi
termo es azul. Eso me encanta, porque dentro de la uniformidad de los termos
Stanley, ese color no es tan común. En
algún punto lo siento especial. Un detalle de color, por hacer una metáfora al
respecto.
Otra
particularidad que tiene es un estampado que dice "La Barrancosa".
Porque mi termo es un termo secuestrado, de ahí la oferta, y la posibilidad de
comprarlo a un precio accesible para mí. Mi termo es un saldo de algún regalo
de fin de año que la susodicha empresa encargó para sus clientes, supongo; como
trabajadora nunca recibí un regalo de semejante magnitud. Ojalá. De ahí mi
conjetura de que su destino era algún cliente importante y no un empleado de la
empresa. Bueno, se ve que sobraron termos y alguien consideró mejor venderlos y
hacerse unos mangos que dejarlos en un depósito abandonados a su suerte. Alabada
sea esa persona. Tuve algunos pruritos al principio, debo confesar. Pero mi
fuerte deseo de tener un Stanley hizo que acuñara el famoso dicho de que quien
le roba a un ladrón tiene cien años de perdón, y acá estoy, feliz poseedora de
mi termo Stanley azul que dice "La Barrancosa".
Las
letras son plateadas, así como la base y la punta del termo. Tiene el pico
vertedor original, que está buenísimo. No hay forma de que se vuelque el agua.
Tiene una manija, también azul, sostenida por dos arandelas plateadas.
Es
un poco pesado para mi gusto. En general, los otros termos son mucho más
livianos. Pero ya me acostumbré. Además, me aseguraron que su pesadez se debe a
que son un caño, no se rompen por nada. Y está bien, menos mal, porque con lo
que salen debería uno poder llevárselos a la tumba. Yo, que soy rompedora de
termos de todo tipo, incluso de metal, vengo invicta con el Stanley. Por ahora
al menos. Y eso que ya ha sufrido alguno de mis descuidos.
También
dicen que mantiene el agua caliente por 24 horas. La misma caja donde viene el
termo lo dice. Por supuesto, hice la prueba. Y sí, efectivamente, el agua se
mantiene caliente por un día. No sé qué ventaja tendría ese hecho en mi caso,
si yo tomo mate todo el tiempo y mis termos se vacían mucho antes; pero mi
marido me dijo que es el termo que usan los camioneros, justamente porque les
sirve que el agua se mantenga a la misma temperatura en un viaje largo, por
ejemplo.
Lo
miro y me siento tan afortunada de tenerlo, que le quiero dedicar un poema.
Oda al Stanley
Oh,
bello Adonis azul
compañero
de mis días
mis
mañanas no serían lo mismo sin tí
mi
conservador de agua caliente favorito
espero
que nunca me faltes
y
que si ello ocurriera
otro
ladrón sin destino secuestre
a
alguno de tus hermanos
azul,
verde o bordó
del
color que sea
pero
fiel a tu raza
Stanley
de
mi corazón
no
permitas que mi torpeza
haga
mella en tu cuerpo metálico
estúpido
y sensual termo Stanley
brindo
por muchos años juntos
Valeria
Wald, tomadora de mate contemporánea
viernes, 24 de julio de 2020
Microtragedias
jueves, 23 de julio de 2020
Si las cosas hubieran sido de otra forma
Detective en pandemia
Éramos pocos y se vino la pandemia. Si ya espiar estaba complicado, imaginen ahora, sin poder salir. Dirán que Internet es una herramienta fantástica para el espionaje, y estoy de acuerdo. Zoom es un gran aliado, es como ver una película en el cine, con pochoclos y todo. Y gratis, con solo accionar algunas teclitas que no voy a decir acá cuáles son. Me gusta la película para mí solo. Además de que me quedo sin laburo si todos saben cómo hackear. La calle está dura, hay mucha competencia en esto del espionaje. Si no, pregúntenles a los del gobierno anterior. Soy una novata al lado de ellos. Pero me las rebusco, ¿eh? Trabajo no me falta. Siempre hay algún novio celoso o alguna novia despechada que quiere saber en qué anda el otro. Confieso que esos son los trabajos más aburridos. Horas de seguir a personas que no hacen absolutamente nada de nada. Que escriben mails laborales como la cosa más osada del día. Me duermo del aburrimiento. Es insalubre.
Extraño esas caminatas para reflexionar sobre
todas las pistas obtenidas. Ese despejar la mente y encontrar la clave para
develar el enigma. Ese poder unir las piezas del rompecabezas y encontrar la
solución. Y cobrar por supuesto. Que no solo de arte vive el detective.
Consulté con mi colega Rogelio García Lupa.
Quería saber cómo la estaba llevando en estas épocas tan extrañas. Me arrepentí
al instante. Tuve que cortar porque sus lágrimas invadieron el Meet. Temí que arruinara
su computadora. No solo por el agua, sino por la salinidad. Sospecho que no le
hace bien al teclado. Y no le quería agregar otro problema al pobre detective
Lupa.
No conforme con cómo venía la investigación,
esta vez me conecté con mi colega y gran amiga Elsa Bueso. Me dio muchos y
sabios consejos, que no entendí porque la comunicación se entrecortaba todo el
tiempo.
Mi amiga inglesa, Ella Gente, en cuanto se
despertó quiso ayudarme. El problema fue que no la atendí, porque estaba
durmiendo. Acá eran las 4 de la mañana. Mi profesor de la Escuela de Detectives
“La Huella Escurridiza”, me hubiera bochado de saber que cometí el error
imperdonable de desconectar todas las computadoras y el celular. Eso nunca se
debe hacer en medio de una investigación. Pero la pandemia me agota y
necesitaba un descanso. Por suerte ya me recibí de detective y no tengo que
rendir ningún examen. Pero me perdí hablar con mi amiga Ella, que siempre me
deja algún acertijo de regalo. Alguna adivinanza. Algún enigma que resolver.
Ella es muy generosa con sus amigos. Lamento no haberla atendido. Probé llamarla
ahora, pero se ve que es de mi misma escuela de desconectadores durmientes,
porque tampoco me respondió. Mucha globalización, pero la realidad es que no
nos comunicamos.
La respuesta me la dio Elinda Gador. Nada
mejor que tomárselo con calma, me aconsejó. Desayunar unos mates con unos
vigilantes. Y siempre, pero, siempre, darle grabar a todos los encuentros
virtuales.
Por último, hago un llamado a la solidaridad:
en estos tiempos de malaria, si sospechás que tus vecinos no hacen la
cuarentena, si querés saber en qué anda algún ex tuyo, o por cualquier otra
inquietud, comunicate conmigo a mi mail. Es píadora@nirastros.com. Me vas a hacer
un gran favor. De esta, salimos todos juntos, no hay otra.
sábado, 18 de julio de 2020
El ayudador serial
Voy a hablar de un personaje
que no por bastante común es menos molesto: el ayudador serial. Este ser cree
que su misión en el mundo es ayudar a todos. Nadie queda afuera de su espectro
ayudador. Porque dentro de su mal entendida idea de sororidad, es obvio que los
demás nacieron solo para ser ayudados por él. O ella. Porque el ayudador serial
no distingue género ni edad.
Ya desde chiquito, impaciente,
no puede ver que sus compañeritos no terminan sus trabajos. Así que ahí va él a
terminarlos, cuando ellos no lo ven. Y cuando lo ven también. La lucha de los
pobres niños por arrancar de sus manos el trabajo que no quieren que el
ayudador les termine es descarnada. Este personaje no puede entender el placer
del otro por hacer las cosas por sí mismo, no entiende por qué sus amigos no
saben apreciar la belleza y el amor con que el ayudador los ayuda.
En la primaria lo vemos
correr atrás de los amigos que están dando sus primeros pasos (o pedaleos) con
la bicicleta. A él no le importa que le griten: ¡soltame la bici o te cago a
trompadas, salame! Porque el ayudador sabe, con esa sabiduría con la que nace,
que la gente es desagradecida por naturaleza, así que ahí va, a ayudar contra
viento y marea. Incluso contra los que no se dejan. Hasta que el empujón del
amigo y el rayo de la bici sobre su pie lo convencen de dejar sus ínfulas
ayudatorias para mejor oportunidad.
Más tarde lo vemos de
Celestino. Arruinando amores que podrían haber transcurrido felices sin colaboración.
Se mete donde nadie lo llama. Une a los equivocados y separa a los correctos.
Porque ya se sabe que el amor no necesita ayuda para suceder. Se da o no se da.
En el amor, los de afuera son de palo.
Bueno, para el ayudador serial
no está tan claro eso. Porque otra de sus características es la habilidad que
tiene para no ver la realidad. Solo sigue sus instintos, a ciegas. Y a tontas y
a locas.
A los ciegos los cruza de
calle aunque no quieran. Y se va feliz de haber cumplido su misión, sin
escuchar los insultos de señor con bastón blanco que quedó perdido sin saber
dónde.
Las tontas y las locas son
felices sin la ayuda de este señor, que insiste en avivarlas. Quiere que
vuelvan a la normalidad a toda costa. Y ante la negativa de ellas no entiende
por qué no se dejan ayudar. Ni por qué todos le huyen.
Personalmente les escapo a
los ayudadores, porque no me dan tiempo para decidir lo que quiero o no quiero.
Se me vienen encima como los chicos a la torta de cumpleaños. Y me devoran. Su
falta de vida les convierte en vampiros al acecho de sangre. La indecisión de
los demás les produce orgasmos. Gozan hasta el paroxismo cuando tienen que
aconsejar a alguien. Porque acá está la otra parte de esta clase de individuos.
La gracia es dar consejos a quien no los pidió.
Si tenés la mala suerte de recibir
un consejo de estas personas, agarrate, porque te van a seguir hasta asegurarse
de que lo hayas hecho tal como te dijeron. No aceptan que te desvíes del rumbo
de sus certeras instrucciones. Y ni se te ocurra preguntarles si lo que te
dijeron era un consejo o una orden, porque se ofenden y amenazan con no
aconsejarte más. Igual no les creas. No te ilusiones. Nunca cumplen.
viernes, 17 de julio de 2020
Mi abuela era un lobo feroz
jueves, 16 de julio de 2020
Cosas que me llevaría
De repente, se nos vino una pandemia. El mundo cambió todos sus paradigmas. Tuvimos que reformularnos nuestras creencias y tratar de entender dónde estamos parados ahora. Las prioridades cambiaron, a pesar de nuestra insistencia en seguir viviendo como si no pasara nada. Lo que pasó se impuso como un rayo en medio de la tormenta, y no quedó otra que aceptar que lo que llamábamos normalidad ya no es normal, que si necesitamos una normalidad vamos a tener que volver a crearla. Y no sabemos cómo.
En medio de todo esto, la muerte acecha. Para algunos más real que para otros, pero ahí está, nos guste o no. Pienso qué me llevaría conmigo si fuera a morir mañana. Sola, como parece que es la muerte ahora. Cuál sería mi última compañía en ese trago amargo.
No sé qué elegir, la cuarentena me trajo todos los recuerdos juntos. De los lindos y de los feos.
Me acuerdo de la primera persona que me regaló un anillo, que era de su difunta madre. Cuando nos separamos me lo pidió de vuelta. Me acuerdo de que el anillo era hermoso, pero no puedo recordar cómo era. Ni la cara de la persona que me lo regaló y me lo sacó.
Me acuerdo de la vez que llegué tarde a Retiro a tomar un micro para ir a visitar a mi abuela. Mi mamá me esperaba e hizo todo lo posible para que el micro también lo hiciera. Sin éxito, por lo que ella se subió y partió. Sospecho que muy enojada y preocupada. No había celulares como hoy en día, así que viajó sin saber qué me había pasado. No me había pasado nada, por suerte; lo que no recuerdo es si esto la alivió o la enojó todavía más.
Me llevaría el único amanecer en el que pude ver cómo el sol subía sobre el mar. Viví muchos amaneceres, todos muy hermosos y memorables, ya sea por la situación en sí, o por las personas con las que los compartí. Pero de ese fenómeno pude ser testigo una sola vez.
Me llevaría los veintiún kilómetros que corrí en Mar del Plata. Cada kilómetro, me llevaría. La envidia por la remera de los que corrían diez kilómetros, que era mucho más linda, para mí. Y la envidia de verlos volver mucho antes que yo. Me recuerdo corriendo bajo un sol radiante. Y después bajo una lluvia torrencial. Por esas calles llenas de subidas y bajadas, con el mar como única compañía. Bellísimo. Esa carrera es muy dura, pero tiene esas maravillas que hacen que valga la pena el esfuerzo.
También me llevaría todo lo que vengo escribiendo desde que empezó la cuarentena. Después del cachetazo inicial, decidí que era el momento de hacer algo que siempre tuve ganas y siempre postergué: escribir. Y no paré más.
Me llevaría el perro que siempre quise adoptar y no pude, por desacuerdos conyugales. Toda la familia quiere, menos mi marido. En casa no rige la democracia, definitivamente.
Me llevaría la risa de mi hija, la nueva voz de hombre de mi hijo,
y la forma en que me mira mi marido, todavía, y después de tantos años.
En realidad, me gustaría terminar mis días abrazada a ellos, rodeada de su amor. Para no morir del todo, mientras queden los momentos.
domingo, 12 de julio de 2020
Abismo
sábado, 11 de julio de 2020
El arte salva
Su mente adolescente y
desquiciada imaginaba suicidios, todos justificadísimos. Los motivos iban desde
que alguien le contestara mal a que alguna profesora le pusiera una mala nota
en una materia. Sus padres eran el blanco favorito de sus intenciones
suicidatorias, como no podía ser de otra manera. Todos sus planes iban
dedicados, con carta de despedida y todo, para que los depositarios de todas
sus frustraciones adolescentes supieran claramente que ellos habían sido el
motivo de su fatal decisión, para que reflexionaran y se arrepintieran de todo lo que le habían hecho.
Un domingo, día más que
propicio para estos cavilares, se dio cuenta de que la idea había tomado una
consistencia insoportablemente real. Pensó las distintas formas de llevar a
cabo su cometido, sopesó los pros y las contras de cada uno. Si hubiera alguna
forma de no sufrir, de que no hubiera dolor físico, ya lo habría hecho, pero
era muy cobarde y le tenía mucho miedo al dolor, por lo que llevar a cabo sus
planes se le hacía difícil. Si solo conociera alguna forma que no doliese…
Lo que en principio solo era
una idea con la que coqueteaba se volvió tan real que se asustó; era solo dar
ese paso. Y ya está. Ya iban a ver todos,
ya se iban a dar cuenta del daño que habían causado con su insensibilidad. Tenía
todo pensado, ya estaba ahí.
Por suerte, esta vez su
mente desquiciada y adolescente salió rauda al rescate. De pronto se acordó de
que el lunes iba a ver Detrás de las noticias con una amiga, el martes Hombre
mirando al sudeste con un amigo, y el miércoles, Gaby, la historia de una chica
paralítica, con otro amigo.
Bueno, se dijo, entonces el
jueves me suicido.
Estalló en una carcajada.
Poco serio lo suyo. Alguien que se suicida no lo posterga para ir al cine, pensó.
No podía parar de reírse ante lo bizarro de la situación.
La adolescencia es una etapa
muy difícil.
Y el arte salva, muchas
veces.
lunes, 6 de julio de 2020
HAIKUS PORNOGRÁFICOS O HOTKUS
sábado, 4 de julio de 2020
Papá
Quince años ya. La edad que va a cumplir mi
hijo en unos meses. Imagino que hubieras sido un abuelo maravilloso, tenías
muchas ganas. Me acuerdo de tu cara cuando te di la noticia. Tu mano en mi panza
cuando te dije que era un varón y que habíamos decidido el nombre. Ya
estabas enfermo e imaginábamos el final. Nosotros. Vos, negador como siempre,
hablabas de lo que ibas a hacer cuando te curaras.
Hoy fue un día raro, como siempre desde hace
quince años.
Hoy casi no pensé en vos, pero el malestar que
desde hace quince años siento este día se hizo presente. No falla. El cuerpo
tiene memoria.
En la calma de la noche, mientras escribo,
por fin caen las lágrimas.
Te extraño. No sabés cuánto.