La Tana vio el pedido
de amistad. El apellido le resultaba familiar. Muy. Pero no lograba sacar de
dónde. Se fijó con atención, y también tenía un mensaje de chat de la misma
persona. Gabriel, el vecino que tuvo a los 14 años, había leído su carta y quería contactarse con
ella.
Apagó la computadora
y se fue a dormir.
Dejó pasar varios
días sin decidirse a responder. El dolor de la pérdida del embarazo persistía, una herida que todavía sangraba la mayoría del tiempo. Necesitaba
distraerse con algo ajeno a lo que les había pasado. Encima Rulo era un alma en
pena y entre los dos potenciaban la depresión. Se inventó todas las excusas, se
dijo que hasta le haría bien a la pareja que ella se distrajera un poco. Total,
¿qué mal hacía? Era escribir en un chat nomás, no ir a un telo.
Lo vio conectado. Se
decidió.
-Hola, cómo estás?
-Bien, y vos?
-Bien.
No era un comienzo muy brillante que digamos. Vamos,
Gabriel, media pila. Vos te contactaste conmigo. Contame algo, chabón, dale.
-Ahora yo también
tomo cerveza.
Bueno, vamos mejorando.
-Yo tomo coca light,
jajaja
-Jajajaja
-Qué es de tu vida?
-Tranqui, trabajo.
Tengo una hija divina.
-Ah.
-Y vos?
-Yo estoy en pareja.
Con la pandemia nos fuimos a vivir juntos. Acabo de perder un embarazo.
-Uh, qué bajón!
-Sí.
-Bueno, ya va a
venir.
-Tengo 49 años,
Gabriel.
-Cierto, yo 52.
-Sí, siempre fuiste
más grande que yo, jajaja
-Jajajaj
- Y estás casado?
- Hace 18 años.
- Apa! Y todo bien?
-Tan bien como se
puede estar después de estar casado por casi veinte años.
No sabía qué había
esperado escuchar. O leer. Pero no era eso. Algo no estaba bien. Se dio cuenta
de que no había respuesta posible para Gabriel. Si estaba bien con su esposa,
la Tana no se iba a meter a arruinar las cosas, no era su estilo. Pero la idea
de estar veinte años con alguien y terminar chateando con otra persona, que no
ves hace más de treinta años y con la que tampoco tuviste más que un encuentro
frustrado, solo porque esa persona posteó una carta a la que te aferrás como un
salvavidas, le pareció patética.
Y en definitiva, eso
era lo que estaba haciendo ella también en ese momento.
La epifanía le pegó
como un puñetazo en el estómago.
Eliminó a Gabriel de
sus amigos.
Decidió que ya estaba
bien de batón. Se bañó. Estrenó todos los productos para el pelo que todavía no
había abierto desde que volvió del hospital. Se peinó y así, con el pelo todo
mojado, le propuso a Rulo salir a caminar. Rulo la miró, asombrado, pero se aprontó
enseguida. A la Tana le pareció ver una sonrisa a través del barbijo.