Pensó que el hechizo se había
terminado.
Hasta que lo volvió a ver.
Una circunstancia cualquiera,
nada premeditado.
Dentro de su rutina, que ya
consideraba inalterable, cosa que le gustaba bastante, se lo encontró. De
casualidad. En la calle.
Le gustó lo bien que se les dio la
charla fácil, como siempre, como si en otra época no hubiese sentido una punzada en el estómago
cada vez que recibía un mensaje de él. Como si él nunca hubiera querido tener
esa charla donde le dio toda la confianza para que ella abriera su corazón y le
confesara sus sentimientos hacia él. Como si nunca la hubiera ilusionado con
que algo entre ellos era posible, para después bajarla de un hondazo sin darle siquiera una excusa digna.
“Esto no está bien”, fue todo lo
que le dijo por Whatsapp, dejándola llena de dudas acerca de a qué se refería
él con “esto” y por qué no estaría bien. Los dos estaban solos, eran adultos y
sabían lo que hacían (o lo que hubieran hecho, porque ni siquiera tuvo la
valentía de dar ese paso).
De lo que no le dejó dudas fue
del corte abrupto y la distancia que puso de repente. Le costó superarlo, sobre
todo porque no entendía y porque además había cuestiones administrativas y
espacios que compartían. No es que ella desistiera de sus sentimientos. No. No
le resultaba tan fácil querer a alguien como para dejarlo pasar así nomás. Y lo
intentó, claro que lo intentó. Hasta que se rindió ante la evidencia de que el
tipo ni siquiera quería mantener la relación que tenían antes de la maldita
confesión que él mismo había provocado.
Y ahí lo tenía, otra vez todo
para ella. La conversación se extendía. Él la extendía, como si no quisiera que
la charla se terminara. No la invitó a su casa, ni siquiera a tomar un café. Cuando
finalmente se despidieron, él la miró con esa mirada suya, que abría un montón
de posibilidades.
Mientras se iba ella imaginó futuros juntos y
mensajes de amor, que nunca llegarían.
Por un segundo.
Ya basta, se dijo, media cuadra
después.
Ya basta.
Llegó a su casa y se puso a leer
una novela de amor, donde la que sufría no era ella.