Los
vio y no pudo evitar sonreír para sus adentros. Madre e hijo adolescente
sentados en diagonal a ella en el colectivo. Entendió la situación
inmediatamente, casi la vivió de tan familiar. Ese silencio, esa tensión.
Sus
hijos ya eran grandes, los problemas eran otros. Por suerte ya habían pasado
esa época odiosa en la que todo lo que ella dijera les molestaba.
La
de veces que había viajado en silencio con alguno de ellos, que le había hecho el favor de
ir al cine con ella, o de tomar algo en un bar, porque ya lo había invitado
tantas veces que resignado no había encontrado más excusas para decirle que no.
A reglamento, eso sí, por respeto, porque ella era su madre, solo por eso, que
le quedara bien claro que si por él fuese estaría en cualquier otro lugar con
cualquier otra persona.
Reprimió
las ganas de acercarse a esa madre y decirle que no se preocupara, que todo pasa,
que después se extraña ese mínimo control que todavía se ejerce sobre ellos,
aunque el precio sea algún “no jodas, vieja”, o esa cara de culo, o ese
silencio tenso que se rompe con un mimo o una cosquilla, porque todavía son
nenes adentro de un cuerpo que les queda grande.
Comprendió
a su madre, recordó lo difícil que había sido para las dos, las peleas a los
gritos, su cara de desprecio cuando su madre hablaba, la vergüenza que le daba.
Los
vio levantarse en silencio, fueron para la puerta y quedaron uno al lado del otro,
ninguno decía nada. La incomodidad flotaba en el ambiente.
Vio
como ella tocaba el timbre.
Escuchó
como él pedía perdón, torpemente, como el adolescente que era. Sintió que todo
volvía a acomodarse en el orden del universo, volvía a reinar la paz. Una
tregua, hasta la próxima vez. Vio como ella rejuvenecía, no parecía tan grande
ahora que la veía de cerca. Debe haberlo tenido muy joven.
Los
vio bajar y darse un beso, largo, intenso. Vio las manos de él tratar de
meterse por debajo de la remera de ella, con urgencia ante una reconciliación llena
de promesas. Vio como ella lo frenaba porque estaban en la calle. Los vio
caminar juntos, abrazados.
El
semáforo se puso en verde. El colectivo arrancó, vio como quedaban atrás, cada
vez más lejos.
Todavía
le quedaba un buen rato antes de bajar.