sábado, 29 de enero de 2022

Escuela de Otoño de Traducción Literaria Lucila Cordone

 

No recuerdo cuándo supe de la existencia de la Escuela de Otoño de Traducción Literaria.

Lo que sí me acuerdo es de lo maravilloso que me pareció la idea y las ganas de ser parte, de estar ahí.

Para los que no saben, la EOTL consiste en una semana intensa en la que ponés tu vida en pausa para dedicarte a traducir en grupo, junto con otros traductores y el autor o autora, que está presente y le podés preguntar todo lo que quieras. El sueño de todo traductor. También vas a eventos literarios, charlas y presentaciones de libros. Y conocés gente del palo de la edición. Es Disney para un traductor literario.

Para postularte tenías que mandar tu currículum, una prueba de traducción y una carta de motivación.

En el 2018 me presenté por primera vez. Mandé mi traducción en la fecha límite, un 14 de febrero. Día de San Valentín, sí. Y del cumpleaños de mi hija. Mandé el mail y me dispuse a esperar a 20 pibitos de siete años a los que les había preparado un cumpleaños como los de mi infancia, con juegos como ponerle la cola al burro, la soga, el paquete, el huevo podrido. Todo preparado por mis poco habilidosas manos y la ayuda de alguna amiga que se da más maña que yo, como me suele ocurrir. Mención aparte para mis amigas, que son lo más. El cumpleaños fue un éxito total, a los pibes les encantó.

Al tiempo me llegó un mail donde me informaban que mi traducción había sido seleccionada pero que por un tema de cupo quedaba en lista de espera. Conocía a la mayoría de los que sí habían quedado, amigos y colegas, gente a la que quiero muchísimo; sabía que ni locos iban a dejar pasar esa oportunidad (si lo hacían los mataba). Bueno, será el año que viene, pensé.

En 2019 lo volví a intentar. Me pasó lo mismo. Son esos momentos en que no sabés si preferís que seleccionen tu traducción, porque está bueno, aunque igual no puedas hacer la EOTL, o que directamente te digan que tu traducción no les gustó. Me preguntaba qué tenía que hacer para lograrlo, no es que tenía que mejorar mi traducción. Me daba mucha impotencia.

No me olvidé del tema pero seguí con mi vida. Hasta que se alinearon los planetas. Parece que estaba primera en lista de espera. Parece que milagrosamente alguien no podía participar. Alguien a quien no conozco y agradezco muchísimo. Iba caminando por la calle y me sonó el celular. Mail de la EOTL, me avisaban que se había liberado un lugar y si me interesaba participar, que por favor les confirmara. Empecé a hiperventilar. Contesté que sí sin pensarlo, no fuera cosa se lo dieran a otra persona, ya iba a ver cómo me las arreglaba. No tenía idea de cuándo era, debía faltar le dije a mi marido entre llanto y risa histérica. A pedido suyo me fijé. ¡Empezaba la semana siguiente!

-¿Y lo tenés que hacer?- me preguntó, casi al borde del desmayo.

-No lo tengo que hacer, pero sí, lo voy a hacer.

Empecé a ver cómo acomodaba mis horarios y llegaba a leer y hacer todo lo que me requería la EOTL mientras le metía pata a una traducción que de hacerla tranqui, con tiempo, pasó a ser urgente al tener una semana menos de trabajo.

Lo que significó la EOTL para mí ya lo conté muchas veces en muchos lados, así que no lo voy a repetir ahora. Lo que sí voy a contar es que fue de las últimas actividades presenciales que hice y que tuve el lujo de haberla compartido con Lucila Cordone, su fundadora, que falleció al año siguiente y todavía me cuesta aceptarlo.

Hace poco me llegó la convocatoria 2022, que nos encuentra más tecnológicos: la postulación es a través de google form. Ahí subís el archivo con tu traducción. Además, horror de los horrores, en lugar de mandar una carta de motivación te tenés que filmar diciendo por qué querés participar. Odio filmarme. Soy traductora, no actriz. Pará, también soy actriz. Bueno, pero no ejerzo. Por algo escribo y traduzco, ¿no?

También soy obstinada cuando quiero algo. Si hay que filmarse me filmo. ¡Qué tanto!

Hice la traducción, de la que tengo más dudas que certezas. Conocí a una autora que me gustó mucho y a la que voy a llenar de preguntas si tengo la oportunidad. Es un texto que menciona la traducción, entre otras cosas, y me dejó con varias intrigas sobre la trama (traducimos un fragmento para la postulación, no conozco la obra completa). En estos días corregí e investigué hasta donde me fue posible.

Me quedaba hacer el video… ¿y si no mando nada y no me postulo?

Ya llegué hasta acá, un video no me va a detener. Me filmo una sola vez y listo, lo mando como salga.

Me filmé dos veces: la primera no había prendido la cámara. Estallé en una carcajada casi al final de mi exposición, cuando miré la pantalla y vi que no estaba grabando. Bueno, lo tomo de práctica. Vamos de nuevo. Prendí la cámara antes que nada. Listo. Ya está. En algún momento hasta había pensado que no lo iba a mirar. No me animé a tanto. Lo miré. No me pareció tan horrible. Se ve que mi fobia a las cámaras, después de tanto zoom y tener que grabar clases, está domesticada.

Respiré hondo, subí mi currículum, mi traducción y mi video al google form.

Y así, como quien no quiere la cosa, me postulé para la EOTL 2022.

No puedo estar más feliz.

domingo, 23 de enero de 2022

Siempre te voy a buscar

 

Camina por un descampado. Es una cancha de fútbol, al final hay un arco. Uno solo, porque del otro lado no hay ninguno. Por eso pensó que era un descampado. Más atrás, una puerta en medio de la cerca de árboles que rodea la cancha. Atraviesa la puerta, alguien la llama. No entiende si la llaman a los gritos o por teléfono. Atiende el teléfono. Mientras habla ve a la persona que la llamaba, a los gritos. Es una amiga, baja de un auto verde, del asiento del conductor. Ve la puerta abierta y la ve bajar. Se sorprende porque la amiga no sabe manejar. Se alegra de que por fin haya aprendido.

Llama a su perra. Ve venir una jauría. La perra sale corriendo. Le da miedo que la alcancen y la lastimen.

Sigue caminando por un lugar enorme donde hay mucha gente que baila tango. Quiere quedarse pero se tiene que ir. Su hija y una amiga que se nota que es más chica van en algo que es como una zapatilla con ruedas, de esas para que los bebés empiecen a caminar. Ninguna de las dos es un bebé. Su hija va adelante y la amiga atrás. Las dos comparten la zapatilla. Ella las sigue.

Entra a una habitación donde están su amiga, la del auto, con las hermanas. La amiga le guiña un ojo. Ella se pone contenta, se acuerda de que justo hace unos días pensaba en lo desigual de su relación, que ella compartía los espacios con su amiga, pero que no era recíproco.

Otra vez pasan la hija y la amiga más chica en la zapatilla, ella se va de la reunión en la que está y las sigue. Vuelve a pasar por el lugar donde bailan tango. Hay gente bailando y otros sentado en una mesa larga. Sigue persiguiendo a las niñas. Un tipo muy alto se interpone en su camino. Le pregunta si lo va a ayudar. Ella no entiende. Él le repite, quiere que le enseñe a bailar. Suena medio canchero cómo lo dice. Ella al principio piensa que la quiere seducir. No, quiere que le enseñe a bailar. Ve que las nenas se alejan. Esquiva al hombre al mismo tiempo que se disculpa y va tras ellas.

Baja por unas escaleras interminables. Muy luminosas, la luz entra por unos ventanales enormes que hay en los pisos intermedios. ¿Cómo habrán hecho las nenas para bajar por ahí? Llega otra vez a la cancha de fútbol. Está su hija, la otra nena no.

¿No te diste cuenta de que perdiste a tu amiga en el camino? le grita.

Su hija no le contesta.

Sale desesperada a buscar a la otra nena.

Hace el camino inverso, mientras piensa qué explicación les va a dar a los padres de la chica.

Pasa otra vez por el salón de baile.

¿Cuándo se juntan a bailar otra vez? — pregunta.

Una mujer responde:

Dentro de quince días.

Le parece mucho tiempo. Ella se quiere quedar a bailar. No puede, tiene que encontrar a la otra nena. Con pesar, se va del salón.

Ve a la nena sentada en un escalón de las escaleras por las que pasó antes. Se sienta al lado.

¿Te asustaste? — le pregunta.

Un poco.

Sabías que yo te iba a buscar, ¿no?

La nena asiente.

Tenés que saber que yo siempre te voy a buscar—sigue ella, para confirmar lo que dijo antes.

La nena sonríe, aliviada. Es pura ternura.

Ella la abraza, la nena responde al abrazo.

Siempre te voy a buscar.

 

 

 

 

martes, 18 de enero de 2022

Meditación


relajá


relajá


¡relajaaaaaaaa!


mi cabeza en cualquiera


“presto atención


a mi respiración”


lo intento


lo vuelvo a intentar


¿la tercera es la vencida?


vamos bien parece


al fin


silencio


mucho silencio


demasiado silencio


¿se fueron todos?


nadie habla


¡dale!


¡relajate!


“presto atención


a la inspiración”


no presto atención


mi cabeza vuela


relájate de una vez


no pienses en todas las cosas


que tenés que hacer después


no te pelees


no te angusties


no te acuerdes


“presto atención


a la espiración”


vamos bien


parece que lo logro


abro los ojos chiquitos


quiero ver qué hacen los demás


quiero ver si están ahí


están


cierro los ojos


presto atención


¿a qué era?


bueno, a las dos


inspiro


espiro


suena la campanita


no lo puedo creer


“abrimos los ojos”


dice la voz


¿ya terminó?



jueves, 6 de enero de 2022

Amantes eternos

 

Linda A. Ventura salía con una persona que ya estaba en una relación. Supo desde el principio que su novio estaba casado. Por momentos no le importaba, incluso pensaba que era mejor. Ella era libre, podía estar con quien quisiera. Aunque solo estaba con él. Tampoco sabía si quería ser tan libre, muchas veces se sentía sola y le hubiese gustado contar con su novio, que estaba con su esposa, a la que ni tocaba, pero que vaya a saberse de qué manera extraña quedaba embarazada del novio de Linda A. Ventura.

El caso de Juan Zapata Elana fue diferente. Su novia le mintió. Cuando él se enteró de que ella tenía su esposo e hijos, ya estaba terriblemente enamorado y no pudo cortar la relación, aunque lo intentó varias veces.

Un día Linda A. Ventura y Juan Zapata Elana se conocieron y no lo pudieron creer. Los dos sintieron que habían encontrado su alma gemela, su media naranja y todas esas cursilerías. Se enamoraron el uno del otro. Por fin podían gritar su amor a los cuatro vientos sin tener que andar escondiéndose. Se casaron. No comieron perdices porque no sabían dónde se consiguen. Fueron felices un tiempo.

 Un día se dieron cuenta de que la magia había desaparecido junto con la química. Les faltaba la adrenalina de lo prohibido. Un amor tan legal les parecía aburrido. Sin embargo, siguieron juntos. Se guampearon hasta que la muerte los separó.

Como en toda gran historia de amor murieron el mismo día a la misma hora. De un paro cardíaco, en medio del acto sexual, en la casa de sus respectivos amantes.

martes, 4 de enero de 2022

El malaonda

 

Ilustración: Paula Ratti

Santiago Rero era un ser solitario por decisión ajena. Nadie aguantaba su pesimismo recalcitrante.

—No es pesimismo, es realismo — clamaba Santiago Rero, dispuesto a blandir su realismo a diestra y siniestra a quien pudiera alcanzar con su siniestra mente, porque la gente era muy diestra en escaparle a semejante individuo.

A su veintiúnica novia la agarró desprevenido, sabía ser muy seductor al principio. La invitó de vacaciones. La piba estaba que volaba de amor.

—Ponete bien el cinturón de seguridad — le dijo — me fijé que hay un montón de accidentes en la ruta.

A la piba le pareció raro el comentario, lo tomó como un signo de prudencia. Digamos que muy avispada no era tampoco. Ya el nombre del muchacho debería haberle encendido las luces de alarma.

No pudo seguir pensando mucho porque Santiago Rero empezó a protestar y resoplar por la cantidad de autos que había. La piba decidió ignorarlo, estaba decidida a disfrutar de sus vacaciones como sea.

A él no le gustaba que lo ignoraran.

—¿A vos te parece la cantidad de autos que hay hoy?

—Es una ruta —le respondió ella.

—Dejate de joder. Mirá todos esos autos. No vamos a llegar más.

—Gracias —cortó ella, tajante —si vos no me decías no me daba cuenta de que en la ruta hay muchos autos.

Ni la música logró romper el silencio lapidario que cayó como tormenta veraniega en medio de los dos.

“Cuando la suerte qu’es grela/Fayando y fayando/Te largue para'o/Cuando estés bien en la vía/Sin rumbo, desespera'o”, salía a todo volumen por los parlantes del auto.

Llegaron. Santiago desconfiaba, estaba seguro de que la casa no iba a ser como se veía en la foto en internet. La piba lo miraba con ojos asesinos.

—El día está hermoso — dijo, como para cambiar el clima hablando del clima.

—Va a llover —ya sabemos quién dijo.

Fue el colmo, el acabóse, la gota que rebalsó el vaso. Al grito de “Fúlmine, go home!” ella se alquiló otra casa donde pasar sus vacaciones tranquila.

Santiago Rero se quedó triste y solo y sin entender nada, según le contaba por teléfono a su mejor amiga, Fátima Laonda, que estaba enamorada de él. Santiago Rero también estaba enamorado de ella, pero desde el principio de su relación fijó los límites porque estaba seguro, pero seguro seguro, de que la cosa entre ellos no iba a funcionar.