sábado, 20 de noviembre de 2021

Ensoñaciones

 

El cansancio me abruma. Quiero dormir pero mi mente superyoica no me da respiro. Tengo que desconectar o me va a dar algo. Mi celular está lleno de mensajes que piden ser respondidos. En un acto de defensa propia, le saco el sonido y me acuesto. Pienso que dormir es una forma de ponerle límites al afuera, que por momentos se me hace tan invasivo. La culpa de no responder los mensajes se va diluyendo mientras caigo y caigo en un pozo, un hundirme muy placentero.

Lo veo a Sebastián. No es mi marido. Al principio sí es él. Después se transforma en otro Sebastián, el hijo de unos amigos de mis padres, que cuando éramos chicos una vez se cayó en el pozo ciego de la quinta que teníamos en Del Viso. No sé por qué justo vine a soñar con él. Sé que pasaban muchas más cosas, era un sueño largo. Solo recuerdo momentos que se escapan de mí a medida que transcurre lo que queda del día.

De repente el sueño cambia de espacio. Hay todo un vértigo de sensaciones, lo único que se ve claro es que nos estamos yendo de vacaciones al mar. Ahí conozco a alguien, es un año más chico que yo y bien feo. Pero feo de verdad. No puedo creer mi suerte, no quería enamorarme. Quería tener un amigo y él es perfecto para eso.

Empezamos a salir de noche. Volvemos tarde. Al día siguiente, nuestros padres nos despiertan para ir a la playa. Llegamos y nos tiramos en la arena de la carpa a seguir durmiendo, por supuesto. No damos más.

Mi cuerpo me da mucha vergüenza. Tengo un buzo y un pantalón arriba de la malla, que me saco solo para ir al agua. Voy cubierta con una toalla que me saco para meterme en el mar y me vuelvo a poner en cuanto salgo.

Tengo los pelos que son un horror. Unos días antes de las vacaciones había ido a una peluquería y me habían hecho un desastre: un entresacado horrendo. El entresacado hace que mi pelo se vea más llovido y en algunas partes parece que tengo alguna enfermedad que me hace perder el pelo, que además se hincha por todos lados.

Todo esto a él no le importa. Estamos en la playa y se sienta siempre al lado mío. Salimos a caminar juntos y nos pasamos horas hablando. Maldigo mi suerte. Me está empezando a gustar. Las miradas son cada vez más intensas. No lo puedo creer. Después de varios amagues que no terminan en nada lo que sí se terminan son las vacaciones y no lo veo más.

Pienso que el sueño se termina ahí, pero me doy cuenta de que no estoy despierta del todo. Ni sola, como pensaba.

Están mi mamá y mi papá. También hay un gato y un perro. Y me parece ver un loro. El loro habla, habla, no se calla nunca. Pero no me molesta. Tiene una voz agradable. Queremos subir a una montaña y no puedo. Algo me frena. Mi papá me grita que deje mis cosas en la base de la montaña, que no ande con tanta carga encima. Pero no quiero, tengo miedo de que me las roben. Veo muchas papas. No sé cómo las veo, porque están debajo de la tierra. Pero las veo. En cualquier momento me puedo caer y morir.

Trato de despertarme y parece que lo logro, pero no lo sé. No me puedo levantar de la cama.

 

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