jueves, 23 de diciembre de 2021

El remisero tigrense

 

Pau, Adri y yo éramos pura emoción en la parada del 194 en Plaza Italia que nos llevaría a Escobar a recibir nuestro certificado de primer nivel de LSA.

Llegamos a Escobar y tomamos un remís hasta el predio del evento. Paula se las ingenió para tener una conversación a través de la mampara de plástico y con el barbijo puesto. Paula es así, habla hasta con las piedras. El remisero era un paisano confiado que nos contó de su familia y nos recomendó lugares para ver en Escobar.

Llegamos al predio.

—Chau, muchas gracias— dijimos Adri y yo.

—¿No tenés una tarjetita para la vuelta? — le preguntó Paula.

—¡Qué genia, Pau! A mí no se me ocurren esas cosas— dije con verdadera admiración.

Y ahí fuimos, a disfrutar de la jornada.

El lugar hermoso. La ceremonia súper emotiva.

Cuando terminamos, Paula llamó al remisero buena onda. El teléfono de la tarjetita era de la remisería, nos mandaron a otro. Paula quiso hacer lo mismo que con el remisero anterior, le encanta conocer gente y se interesa por la vida de los demás. Pero este era un gaucho malo. Paula le hablaba y el tipo ni le contestaba. Estaba el recital de Luciano Pereira y las calles eran un caos. Cada vez que no se podía doblar, agarraba el celular y lo tiraba en el asiento de acompañante. Al rato lo agarraba otra vez.

—¿Nos va a llevar a Rivadavia y 25 de Mayo? —le preguntó Paula como cuatro veces.

Presté atención a su cara, me dio fascineroso, no me pregunten por qué ni como sería la cara de un fascineroso, pero seguro era como la del remisero malo. Me dio miedo. Yo volvía de Escobar y a las pocas horas tenía el viaje en micro a Gesell. Ya a mi marido no le había gustado mi excursión tan jugada.

Pensé: este nos secuestra y le cago las vacaciones a mi familia.

—Sí—nos pareció pescar que contestaba, muy bajito.

El tipo mascullaba todo el tiempo. No sabíamos si nos puteaba a nosotras, a los autos o a qué.

Paula siguió intentando darle charla, de jodida nomás, para ver qué hacía el tipo, “un gaucho de Rosas que no se dirigía a mujeres, seres inferiores como nosotras tres”, según sus palabras (las de Paula al describirlo).

De fondo se escuchaba una música de rasgueo de guitarra, como payada constante, lo que sumaba suspenso a la situación (también ayuda de Paula sobre cómo se sucedieron los acontecimientos; yo estaba tan nerviosa que ni la registré).

—¿Siempre hay gente así? — insistía Paula.

Silencio.

—¿Qué cosa, no, el tránsito?

Silencio. No había manera.

Hasta que encontró LA pregunta:

—¿Usted es de Escobar?

— Escobar es un asco— finalmente Paula obtuvo una respuesta.

— Odio Escobar —siguió. Ahora hablaba bien clarito.

—Se nota— se le escapó a Adri, que al toque se tapó la boca, por las dudas.

—Escobar florece, dicen. Chorros y pozos florecen acá.

Tuvimos que hacer un esfuerzo para no reírnos.

—Quieren ser como Tigre, pero nunca lo van a lograr— el tipo seguía, imparable. —¿Ustedes de dónde son?

—De Capital.

—Ah, bueno. Ustedes también tienen lo suyo— pensé que iba a empezar a hablar de los chorros y los pozos de capital, pero siguió despotricando contra Escobar un rato más.

—¿A Tigre nos llevaría? — le preguntó Paula.

El tipo chocho. Le encontramos su lado alegre. Al Tigre nos llevaba de todo corazón. Le cambió la onda. Nos señaló dónde nos teníamos que tomar el colectivo a capital. Fue puro saludo y amabilidad cuando nos bajamos del auto, muertas de risa.

Quedamos en ir a conocer Tigre pronto.

Después de semejante experiencia, entramos a un Mac Donald’s en Escobar para tomarnos un merecido helado y seguir viaje hacia capital.

Llegamos sanas y salvas.





 

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