Pau, Adri y yo éramos pura emoción en la parada del 194 en Plaza
Italia que nos llevaría a Escobar a recibir nuestro certificado de primer nivel
de LSA.
Llegamos a Escobar y tomamos un remís hasta el predio del
evento. Paula se las ingenió para tener una conversación a través de la mampara
de plástico y con el barbijo puesto. Paula es así, habla hasta con las piedras.
El remisero era un paisano confiado que nos contó de su familia y nos recomendó
lugares para ver en Escobar.
Llegamos al predio.
—Chau, muchas gracias— dijimos Adri y yo.
—¿No tenés una tarjetita para la vuelta? — le preguntó Paula.
—¡Qué genia, Pau! A mí no se me ocurren esas cosas— dije con
verdadera admiración.
Y ahí fuimos, a disfrutar de la jornada.
El lugar hermoso. La ceremonia súper emotiva.
Cuando terminamos, Paula llamó al remisero buena onda. El
teléfono de la tarjetita era de la remisería, nos mandaron a otro. Paula quiso
hacer lo mismo que con el remisero anterior, le encanta conocer gente y se
interesa por la vida de los demás. Pero este era un gaucho malo. Paula le
hablaba y el tipo ni le contestaba. Estaba el recital de Luciano Pereira y las
calles eran un caos. Cada vez que no se podía doblar, agarraba el celular y lo
tiraba en el asiento de acompañante. Al rato lo agarraba otra vez.
—¿Nos va a llevar a Rivadavia y 25 de Mayo? —le preguntó Paula
como cuatro veces.
Presté atención a su cara, me dio fascineroso, no me pregunten
por qué ni como sería la cara de un fascineroso, pero seguro era como la del
remisero malo. Me dio miedo. Yo volvía de Escobar y a las pocas horas tenía el
viaje en micro a Gesell. Ya a mi marido no le había gustado mi excursión tan
jugada.
Pensé: este nos secuestra y le cago las vacaciones a mi familia.
—Sí—nos pareció pescar que contestaba, muy bajito.
El tipo mascullaba todo el tiempo. No sabíamos si nos puteaba a
nosotras, a los autos o a qué.
Paula siguió intentando darle charla, de jodida nomás, para ver
qué hacía el tipo, “un gaucho de Rosas que no se dirigía a mujeres, seres
inferiores como nosotras tres”, según sus palabras (las de Paula al
describirlo).
De fondo se escuchaba una música de rasgueo de guitarra, como
payada constante, lo que sumaba suspenso a la situación (también ayuda de Paula
sobre cómo se sucedieron los acontecimientos; yo estaba tan nerviosa que ni la
registré).
—¿Siempre hay gente así? — insistía Paula.
Silencio.
—¿Qué cosa, no, el tránsito?
Silencio. No había manera.
Hasta que encontró LA pregunta:
—¿Usted es de Escobar?
— Escobar es un asco— finalmente Paula obtuvo una respuesta.
— Odio Escobar —siguió. Ahora hablaba bien clarito.
—Se nota— se le escapó a Adri, que al toque se tapó la boca, por
las dudas.
—Escobar florece, dicen. Chorros y pozos florecen acá.
Tuvimos que hacer un esfuerzo para no reírnos.
—Quieren ser como Tigre, pero nunca lo van a lograr— el tipo
seguía, imparable. —¿Ustedes de dónde son?
—De Capital.
—Ah, bueno. Ustedes también tienen lo suyo— pensé que iba a
empezar a hablar de los chorros y los pozos de capital, pero siguió
despotricando contra Escobar un rato más.
—¿A Tigre nos llevaría? — le preguntó Paula.
El tipo chocho. Le encontramos su lado alegre. Al Tigre nos
llevaba de todo corazón. Le cambió la onda. Nos señaló dónde nos teníamos que
tomar el colectivo a capital. Fue puro saludo y amabilidad cuando nos bajamos
del auto, muertas de risa.
Quedamos en ir a conocer Tigre pronto.
Después de semejante experiencia, entramos a un Mac Donald’s en
Escobar para tomarnos un merecido helado y seguir viaje hacia capital.
Llegamos sanas y salvas.
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