jueves, 7 de noviembre de 2024

Parciales

 

El ruido que hace el resaltador sobre el texto que estoy estudiando le llama la atención a mi gato. De un salto que me sorprende se sube a la mesa. Estruja su hocico frío contra mi mano derecha, como si quisiera saber qué estoy subrayando. Yo subrayo todo. La primera lectura subrayo con lápiz; la segunda, con resaltador amarillo; y esta, la tercera, con verde. Resaltadores fosforescentes. La cuarta lectura es imposible después de todo ese pastiche.

Ahora el gato enloqueció. Corre como un endemoniado por toda la casa. Se afila las uñas en las sillas. Corre otra vez. Se afila las uñas en el sillón blanco, adquirido hace poco y ya arruinado por los estados de humor erráticos del felino.

Pienso que debo dejar de estudiar y calmar al gato. Pienso que no debo usar al gato como excusa para dejar de estudiar.

Pienso que de repente se hizo silencio, salvo por la chicharra del ascensor que suena, como siempre, para que nadie deje la puerta abierta. El tema es que apenas abrís ya empieza a sonar. Yo ya la tengo incorporada, la gente que sube por primera vez se sorprende de lo pronto que suena. Todos los vecinos se quejan, pero la alarma es parte del folclore del edificio, igual que las quejas.

El gato ya no corre. Está acostado en el sillón mientras me observa, con una tranquilidad pasmosa. Ni rastros quedan del demonio de Tasmania que tiraba adornos de mi biblioteca hace apenas segundos.

Agarro el resaltador verde y sigo leyendo.

 

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