lunes, 16 de agosto de 2021

La aventura

Hace muchos años tuve una aventura con el papá de mi novio.

Era de noche. Mi novio y yo salimos a caminar. Justo cuando cruzamos la calle, el semáforo se puso amarillo. Corrimos. Una moto apareció por atrás de un colectivo. Con razón el colectivero nos hacía señas con las luces. Nos dimos cuenta tarde. Mi novio cayó al lado mío. El de la moto, a unos pocos metros. El colectivero se bajó a ayudar. La gente miraba por la ventanilla. Los que pasaban por la calle miraban y seguían de largo. Otros miraban y se quedaban mirando.


Ambulancia. Policía. Hospital.


Mi novio tenía la pata levantada, un clavo le atravesaba el tobillo como a Jesús hospitalizado, pero no lo tenía clavado a la cruz, sino horizontal, del que colgaba una pesa de cada lado, para que se le acomodaran los huesos que se le habían desacomodado y la operación fuera más fácil.


Finalmente llegó el día. La cosa no era nada del otro mundo, pero iba a tardar un rato. Yo venía muy estresada. Todos los días, al salir del trabajo, pasaba por el hospital.


Mi suegro me invitó a tomar un café enfrente del hospital así pasábamos las dos horas de la operación.


´Él se pidió un té. Todavía no entiendo cómo alguien puede tomar eso. Yo me pedí una lágrima. Venía con una galletita asquerosa.
Mi suegro es un tipo bastante seductor y de conversación entretenida. Todo lo contrario que mi novio. Estábamos en medio de una charla muy animada, risa va, risa viene, se hizo un silencio que nos atravesó como hilo dental a la encía.


Un tipo con una pistola amenazaba a otro, que estaba sentado unas mesas más allá.


El grupito de adolescentes de la mesa enfrente a la nuestra se tiró al piso a los gritos.


Traté de recordar qué llevaba en la cartera, para evaluar el daño si el tipo se la llevaba. Pero no, estaba interesado solo en el de la mesa, al que le seguía apuntando.


Se me confunden un poco las cosas, Vi que le sangraba la cabeza, pero no vi el culatazo que seguramente le dio el de la pistola, que le agarró el maletín y se lo llevó.


¿Sería médico el de la mesa? Nunca lo supe.


Las chicas se levantaron del piso.


Mi suegro y yo nos quedamos mirándonos. Ninguno podía hablar.


—Creo que ya es hora de volver al hospital—dije.


Por suerte mi novio se recuperó bien y la aventura que tuvimos ese día con su papá quedó en el olvido.

Por suerte nadie salió lastimado, que es lo único que importa, al fin y al cabo.

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