Hice un video de meditación guiada. Cortito. Siete
minutos. Después hice otro. Después otro más. Quise hacer uno de treinta y
cinco minutos pero me cansé. Tampoco la pavada. Lo apagué. No sé cuánto tiempo
estuve acostada, meditando. Sin que nadie me llamara, ni me necesitara, ni
nada.
A la noche me acosté a leer. Nadie me habló. Cuando quise
hablé por teléfono. Cuando quise apagué la luz.
Hoy trabajé mucho. Un Zoom por aquí, un Meet por allá. Y
un Hangout, más largo, que baja y se pierde.
A la tarde dormí siesta y seguí trabajando. Hablé con mi
familia por teléfono. Están bárbaro. Y yo también.
En unos días seguramente los empezaré a extrañar. Hoy
disfruto la tranquilidad de estar acá. Hoy disfruto a mi madre, a quien no veía
desde el año pasado. Este año la operaron, y no la pude ver. Este año el
hermano, mi tío, tuvo Covid y ella tuvo que hacer aislamiento. Por suerte los
dos están bien. Tan bien que nos empezó a contar, a mi hermano y a mí, que otros
hijos sí visitan a sus padres que viven lejos. Mi hermano, siempre más astuto
que yo, cortó por lo sano y le dijo: “preguntales cómo hacen”. Mi madre no
perdió tiempo. Al rato teníamos un audio de cinco minutos de la hija de una
amiga, en el que nos explicaba, como si fuéramos mi madre, cómo sacar el
permiso.
En unos días volveré con mi familia. Volveré a hacer todo
interrumpido por tareas de la escuela, peleas de hermanos y charlas con marido.
Hoy soy hija.
No hay comentarios:
Publicar un comentario