Entre sueños oye un ruido molesto y constante. No lo puede creer. Siente que recién se acaba de quedar dormida, pero se ve que no. Aplasta la alarma del despertador. No lo apaga. En diez minutos va a volver a sonar. Todas las mañanas lo mismo. Así, de a diez minutos, termina levantándome una hora después. El marido putea religiosamente cada diez minutos, y le pregunta por qué mierda no lo pone directamente una hora después. Raquel le responde lo que él ya sabe, que necesita tiempo para hacerse a la idea de que se tiene que levantar. No puede levantarse así, de una
Va al baño. Hace pis, para estar más liviana.
Una vez se pesó sin hacer pis, y es como un kilo menos. Se pesa. La balanza
marca error. Tiene que comprar pilas. Desde que tiene esa balanza, nunca le
cambió las pilas. Se baja. Se vuelve a pesar. Ahora sí. Por ahora, no hace
falta comprar pilas, piensa, como todos los miércoles, día de pesarse.
Prende el celular. Chequea los mails desde
ahí. Los mensajes de whatsapp.
Ya vestida, pone agua en la pava eléctrica y
prepara el mate. Le saca la yerba que dejó de la vez anterior. No lo lava, para
horror de su madre. Así, con restos de yerba húmeda, le tira yerba nueva. Con
la bombilla adentro, para horror de los que saben preparar bien el mate. Se da
cuenta de que puso el agua, pero se olvidó, como casi siempre, de presionar el
interruptor, por lo que el agua sigue tan fría como cuando la puso. Ahora sí
pone a calentar el agua hasta que hierve, como le gusta a ella. No es que se le
hierve, lo hace a propósito, le gusta lavado. Y bien caliente, para horror de
los que se queman la lengua, a pesar de su aviso. Y amargo.
Desayuna dos galletas de arroz con queso
blanco, sabiendo que en un rato va a querer comerse un paquete entero de chocolinas.
Decide engañar al estómago con una manzana, sabiendo de antemano que está
condenada a sucumbir, su estómago es muy inteligente como para aceptar el
engaño. Así que come la manzana y a los cinco minutos el paquete de chocolinas.
Prende la vela para los arcángeles, que la
visitan esta semana. Se los pasó una amiga. Les hizo un altar, donde puso un
sobre con tres deseos y el nombre de las tres personas que los van a recibir la
semana que viene. También les tuvo que poner una manzana y flores blancas como
ofrenda. Parece que la manzana después se puede comer. Las flores no. El marido
no lo puede creer, como tantas veces. Su superstiocidad lo supera. Hoy toca la
oración al arcángel Gabriel. Raquel espera, de todo corazón, que se cumplan sus
deseos. Le gusta la idea de tener ángeles en su casa, para horror de su familia
judía.
Agarra su diario personal, un cuaderno chico
con espirales de cualquier marca, que cualquiera puede leer, pero confía en que
nadie lo hace. Este en particular tiene una foto muy linda del Lago Titicaca en
Bolivia y un fondo rojo en la tapa. Escribe cómo se siente, si soñó algo y se
lo acuerda, lo escribe también. Escribe lo que tiene que hacer en el día.
Prende la computadora para ver lo que ya vio antes en el celular y se pone a trabajar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario