miércoles, 11 de noviembre de 2020

La mañana de Raquel

 

Entre sueños oye un ruido molesto y constante. No lo puede creer. Siente que recién se acaba de quedar dormida, pero se ve que no. Aplasta la alarma del despertador. No lo apaga. En diez minutos va a volver a sonar. Todas las mañanas lo mismo. Así, de a diez minutos, termina levantándome una hora después. El marido putea religiosamente cada diez minutos, y le pregunta por qué mierda no lo pone directamente una hora después. Raquel le responde lo que él ya sabe, que necesita tiempo para hacerse a la idea de que se tiene que levantar. No puede levantarse así, de una

Va al baño. Hace pis, para estar más liviana. Una vez se pesó sin hacer pis, y es como un kilo menos. Se pesa. La balanza marca error. Tiene que comprar pilas. Desde que tiene esa balanza, nunca le cambió las pilas. Se baja. Se vuelve a pesar. Ahora sí. Por ahora, no hace falta comprar pilas, piensa, como todos los miércoles, día de pesarse.

Prende el celular. Chequea los mails desde ahí. Los mensajes de whatsapp.

Ya vestida, pone agua en la pava eléctrica y prepara el mate. Le saca la yerba que dejó de la vez anterior. No lo lava, para horror de su madre. Así, con restos de yerba húmeda, le tira yerba nueva. Con la bombilla adentro, para horror de los que saben preparar bien el mate. Se da cuenta de que puso el agua, pero se olvidó, como casi siempre, de presionar el interruptor, por lo que el agua sigue tan fría como cuando la puso. Ahora sí pone a calentar el agua hasta que hierve, como le gusta a ella. No es que se le hierve, lo hace a propósito, le gusta lavado. Y bien caliente, para horror de los que se queman la lengua, a pesar de su aviso. Y amargo.

Desayuna dos galletas de arroz con queso blanco, sabiendo que en un rato va a querer comerse un paquete entero de chocolinas. Decide engañar al estómago con una manzana, sabiendo de antemano que está condenada a sucumbir, su estómago es muy inteligente como para aceptar el engaño. Así que come la manzana y a los cinco minutos el paquete de chocolinas.

Prende la vela para los arcángeles, que la visitan esta semana. Se los pasó una amiga. Les hizo un altar, donde puso un sobre con tres deseos y el nombre de las tres personas que los van a recibir la semana que viene. También les tuvo que poner una manzana y flores blancas como ofrenda. Parece que la manzana después se puede comer. Las flores no. El marido no lo puede creer, como tantas veces. Su superstiocidad lo supera. Hoy toca la oración al arcángel Gabriel. Raquel espera, de todo corazón, que se cumplan sus deseos. Le gusta la idea de tener ángeles en su casa, para horror de su familia judía.

Agarra su diario personal, un cuaderno chico con espirales de cualquier marca, que cualquiera puede leer, pero confía en que nadie lo hace. Este en particular tiene una foto muy linda del Lago Titicaca en Bolivia y un fondo rojo en la tapa. Escribe cómo se siente, si soñó algo y se lo acuerda, lo escribe también. Escribe lo que tiene que hacer en el día. Prende la computadora para ver lo que ya vio antes en el celular y se pone a trabajar.

 

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