Buenos Aires, 1978
Sentía que se
ahogaba. Caía cada vez más hondo y no podía respirar. La despertó su padre.
- - ¡Terremoto!-
gritó- ¡tenemos que salir a la calle!
Todavía
dormida, se levantó de la cama.
- - ¡Por
el ascensor no! ¡Bajemos por la escalera!
-
La mamá la
abrazó. Era raro sentir ese calor en medio de tanta incertidumbre. Nadie sabía
muy bien qué hacer.
De repente se
hizo silencio. Todos miraron hacia arriba, hacia donde los edificios cortaban
el cielo de la mañana. Ya no se movían. Ni rastros del terremoto.
- - Dicen
que en Chile fue terrible, se sintió muy fuerte- comentó alguien.
- -Y
sí, si también lo sentimos nosotros, tiene que haber sido tremendo – contestó
alguien más.
Laura tenía
diez años y este era su primer terremoto. En Argentina no pasa casi nunca. Este
fue en Chile, y se sintió hasta Buenos Aires.
- -Bueno,
parece que ya pasó – dijo otro.
El grupo se fue dispersando, cada uno volvía para su casa. Laura y su familia también.
La brisa de
la mañana sobre su cuerpo le hizo darse cuenta de algo que no había registrado
en medio del apuro con el que fue obligada a salir. Tenía la parte de abajo del
pijama nada más, un short. Al calor de la noche se había sacado la remera. Y
así bajó. Nadie notó nada, en medio de la vorágine. Solo ella, una vez que todo
hubo terminado, tomó conciencia, por primera vez, de los pechos que apenas
asomaban. De su desnudez. Se cruzó de brazos para poder taparlos
disimuladamente, mientras volvía para su casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario