sábado, 12 de diciembre de 2020

Perico

 

Ayer fue un día especial. Nos visitó Perico.

Empezó así: mi marido, como es su insana costumbre, me llamó a que viera “algo”. Me acerqué con temor de ver una rata, un murciélago o una babosa, mis archiconocidas fobias. Pero no, ahí estaba, entre las bolsas de tierra para macetas que tenemos hace más de un mes y que sigue en la bolsa (la tierra) en lugar de en las macetas (hace más de un mes).

Un lorito. Hermoso.

Nuestra gata lo miró con desinterés y siguió durmiendo, acostada sobre todas las carteras y abrigos que hay en el sillón desde hace más tiempo del que las bolsas con tierra para las macetas están en el piso.

Le dimos pan, lo filmamos. Lo compartimos por whatsapp y por todas las redes sociales.

Quería ver si se dejaba tocar. Agarré una regla de la cartuchera de mi hija para eso, tampoco soy kamikaze. Perico se iba corriendo de lugar, trepaba por la reja de la ventana de una forma muy graciosa, primero con las patitas, y enseguida con el pico, con una coordinación asombrosa. No se dejaba tocar por la regla pero tampoco picoteaba. Por lo que dedujimos que era un loro doméstico. Hasta que en un momento se cansó y le dio un picotazo a la regla. Decidí que mejor lo dejaba tranquilo.

Mi marido le escribió a una vecina, de esas que enseguida ponen manos a la obra, no como nosotros que somos más pachorros, a ver si preguntaba por el barrio, por si el lorito tenía un dueño que lo estuviera buscando.

Tenemos otra vecina, que tiene un loro, pero lo tiene en la foto del whatsapp y no era el que teníamos en casa, definitivamente.

También llegaron consejos sobre cómo alimentarlo o a qué grupos de Facebook recurrir para saber qué se hace con un loro.

Le hablamos, le silbamos, pero se ve que era tímido o que no sabía hablar. O que no quería hablar con nosotros, también podía ser. Comió un poco de banana y mandarina que le dimos. El pan se lo sacamos porque nos dijeron que mejor no, aunque antes otros nos habían dicho que mejor sí.

No sabíamos si queríamos que se quedara o se fuera. Que se quedara porque era hermoso, pero a la vez teníamos miedo de que estuviera enfermo y que por eso no se podía ir. Y queríamos que se fuera porque eso significaba que estaba sano y era un alma libre, ponele.

Finalmente, después de casi un día entero, fue de la reja a la ventana de mi hijo, después a la cornisa, siguió subiendo hasta el parapeto de la pared del patio, tomó carrera y se fue volando. Todo quedó debidamente registrado, era nuestra estrella del día así que lo filmamos casi todo el tiempo.

Si no se iba, la idea era ver cómo lo llevábamos a la veterinaria a controlar que estuviera bien. No sabíamos cómo íbamos a hacer para llevarlo, pero nos íbamos a arreglar, eso seguro.

Fue muy emocionante tenerlo por un día. Nos encariñamos con el lorito.

Esta mañana miré el patio y sentí un vacío verde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario