Se llamaba Killer y
el nombre no le hacía justicia. Era un gran danés negro, una belleza pachorra, más bueno que Lassie.
Le tenía terror. Mis
6 años lo veían enorme. Sí, más enorme de lo que ya era. Cada vez que íbamos con mi familia a su casa,
los adultos lo encerraban para que yo pudiera jugar tranquila.
Vivía en una casa de varios
ambientes con un piso de madera encerado
con mucha prolijidad. Las habitaciones estaban en el primer piso. Muy
ordenadas, según mi recuerdo. Demasiado para mi gusto.
En la planta baja
estaban la cocina y el comedor, con un ventanal enorme a través del que se veía
un jardín lleno de árboles de distinto tipo y plantas con flores.
Killer quedaba
encerrado en el jardín, contra su voluntad y yo me quedaba en la pieza de sus
pequeños dueños, que tenían mi edad. Hacíamos obras de títeres, y después
obligábamos a nuestros padres a verlas. También jugábamos al Senku y al
elástico.
Un día, Killer
decidió que su bondad no justificaba el encierro y se escapó. Subió las
escaleras y vino directo hacia mí. Colocó sus dos patas delanteras sobre mis
hombros y quedamos frente a frente, su carota bonachona justo a la altura de la
mía. Sentí todo su peso sobre mí, su cara, cuadrada
y enorme, que no me permitía otra cosa que mirarlo a los ojos.
Alguien me dijo: “no
te asustes, no te va a hacer nada. Acaricialo. Es buenito”.
Apoyé la mano sobre
su cabezota. Su mirada me derritió. Sentí un amor distinto a todo lo que había
sentido antes.
Empecé a perseguir a Killer a todos lados para
acariciarlo mientras caminaba por toda la casa. Me convertí en una extensión de
su cuerpo, mi mano sobre su cabeza a donde quiera que fuese. Quizás mi memoria
me traicione pero me parece verlo suplicando que por favor lo encierren en el jardín
otra vez para protegerlo de la mocosa pesada que no lo dejaba en paz. En
realidad, me atrevo a decir que él
también lo disfrutaba, nunca se separaba de mí. Estar juntos era la combinación
perfecta de paz, ternura y diversión.
Así fue como los
perros entraron en mi vida.
Y se lo debo a Killer,
mi primer gran amor perruno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario