Se enamoró.
Contra todo pronóstico. Contra toda predicción. Contra ella misma, incluso. No
tenía ganas de volver a sufrir. Estaba contenta con la tranquilidad que había
logrado en su vida, esa estabilidad rayana en el aburrimiento.
Lo esperaba, eso
sí. Vaya que lo esperaba. Como perro a su porción de alimento balanceado. No movía
la cola, pero su respiración se aceleraba cuando él escribía o comentaba algo.
En cualquier lado y a cualquier persona. Es que sus comentarios siempre eran
acertadísimos, y ella estaba segura de que todos iban veladamente dedicados. A
ella, por supuesto.
¿Cómo estás tan
segura que lo que escribe es para vos? Le pregunté alguna vez.
Esas cosas se
saben, fue su respuesta.
Y yo, que nunca
sé de esas cosas, ni sé cómo se saben, decidí no preguntarle más. Un poco por
respeto, y otro poco porque me agobiaba que de lo único que me hablara fuera de
él. El chat se me estaba poniendo aburrido. Empecé a chatear con otras personas
que por suerte me hablaban de temas más interesantes.
Tampoco sé cómo
termina la historia, porque ella se borró de todas las redes sociales de un día
para el otro.
Casualmente, él
también.
Así que les
perdí el rastro.
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