Cenicienta, como
todos sabemos, quería ir al baile. Como para ella su hada madrina era su mejor
amiga, le pidió ayuda para que le hiciera el vestido.
— Me lo conquisto al príncipe y no vuelvo más a esta
casa, te juro.
— Obvio. Llevate algo de estas perras. Las joyas no,
porque se van a dar cuenta. Llevate la Essen. Éstas mucho lujo pero ni la usan.
— ¿y dónde me la meto?
— La adornamos y te queda un lindo sombrerito.
— Un poco pesado.
— Pero te de un aire sofisticado divino. Y te hace juego
con el vestido. Vas a ser la reina de la noche, vas a ver.
Ya en el baile,
el príncipe quedó encantado con la torpeza de sus movimientos, sin saber que se
debía al peso que soportaba Cenicienta sobre la cabeza.
A la medianoche,
en este cuento no se sabe por qué, escapó repentinamente. El atuendo era tan
incómodo que Cenicienta rodó por las escaleras, perdiendo la dignidad y la
Essen, sin tiempo para recuperar ninguna de las dos.
El príncipe,
para saber quién sería la dueña de la olla y de su corazón decidió ir casa por
casa a ver quién le preparaba un manjar digno de su Essen-cia real.
Cenicienta hizo
un trato con la hermanastra mayor, que estaba desesperada por casarse: ella le
daba la fórmula para preparar unas deliciosas perdices y así seducir al
príncipe a cambio de que la hermanastra le hiciera llegar mensualmente un
dinero real (real de verdadero y porque venía del príncipe, o sea). Con Essen
dinero, pensaba vivir libre e independiente sin tener que clavarse cocinándole
al machirulo del príncipe.
Total, ya era
problema de ellos que hacían después con Essen matrimonio. Perdices por un
tiempo iban a tener, después verían.
Lo de vivir
felices por siempre, solo pasa en los cuentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario