martes, 4 de enero de 2022

El malaonda

 

Ilustración: Paula Ratti

Santiago Rero era un ser solitario por decisión ajena. Nadie aguantaba su pesimismo recalcitrante.

—No es pesimismo, es realismo — clamaba Santiago Rero, dispuesto a blandir su realismo a diestra y siniestra a quien pudiera alcanzar con su siniestra mente, porque la gente era muy diestra en escaparle a semejante individuo.

A su veintiúnica novia la agarró desprevenido, sabía ser muy seductor al principio. La invitó de vacaciones. La piba estaba que volaba de amor.

—Ponete bien el cinturón de seguridad — le dijo — me fijé que hay un montón de accidentes en la ruta.

A la piba le pareció raro el comentario, lo tomó como un signo de prudencia. Digamos que muy avispada no era tampoco. Ya el nombre del muchacho debería haberle encendido las luces de alarma.

No pudo seguir pensando mucho porque Santiago Rero empezó a protestar y resoplar por la cantidad de autos que había. La piba decidió ignorarlo, estaba decidida a disfrutar de sus vacaciones como sea.

A él no le gustaba que lo ignoraran.

—¿A vos te parece la cantidad de autos que hay hoy?

—Es una ruta —le respondió ella.

—Dejate de joder. Mirá todos esos autos. No vamos a llegar más.

—Gracias —cortó ella, tajante —si vos no me decías no me daba cuenta de que en la ruta hay muchos autos.

Ni la música logró romper el silencio lapidario que cayó como tormenta veraniega en medio de los dos.

“Cuando la suerte qu’es grela/Fayando y fayando/Te largue para'o/Cuando estés bien en la vía/Sin rumbo, desespera'o”, salía a todo volumen por los parlantes del auto.

Llegaron. Santiago desconfiaba, estaba seguro de que la casa no iba a ser como se veía en la foto en internet. La piba lo miraba con ojos asesinos.

—El día está hermoso — dijo, como para cambiar el clima hablando del clima.

—Va a llover —ya sabemos quién dijo.

Fue el colmo, el acabóse, la gota que rebalsó el vaso. Al grito de “Fúlmine, go home!” ella se alquiló otra casa donde pasar sus vacaciones tranquila.

Santiago Rero se quedó triste y solo y sin entender nada, según le contaba por teléfono a su mejor amiga, Fátima Laonda, que estaba enamorada de él. Santiago Rero también estaba enamorado de ella, pero desde el principio de su relación fijó los límites porque estaba seguro, pero seguro seguro, de que la cosa entre ellos no iba a funcionar.

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