Linda A. Ventura
salía con una persona que ya estaba en una relación. Supo desde el principio
que su novio estaba casado. Por momentos no le importaba, incluso pensaba que
era mejor. Ella era libre, podía estar con quien quisiera. Aunque solo estaba
con él. Tampoco sabía si quería ser tan libre, muchas veces se sentía sola y le
hubiese gustado contar con su novio, que estaba con su esposa, a la que ni
tocaba, pero que vaya a saberse de qué manera extraña quedaba embarazada del
novio de Linda A. Ventura.
El caso de Juan
Zapata Elana fue diferente. Su novia le mintió. Cuando él se enteró de que ella
tenía su esposo e hijos, ya estaba terriblemente enamorado y no pudo cortar la
relación, aunque lo intentó varias veces.
Un día Linda A.
Ventura y Juan Zapata Elana se conocieron y no lo pudieron creer. Los dos
sintieron que habían encontrado su alma gemela, su media naranja y todas esas
cursilerías. Se enamoraron el uno del otro. Por fin podían gritar su amor a los
cuatro vientos sin tener que andar escondiéndose. Se casaron. No comieron
perdices porque no sabían dónde se consiguen. Fueron felices un tiempo.
Un día se dieron cuenta de que la magia había
desaparecido junto con la química. Les faltaba la adrenalina de lo prohibido.
Un amor tan legal les parecía aburrido. Sin embargo, siguieron juntos. Se
guampearon hasta que la muerte los separó.
Como en toda
gran historia de amor murieron el mismo día a la misma hora. De un paro
cardíaco, en medio del acto sexual, en la casa de sus respectivos amantes.
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