La vio acercarse, desnuda y
tambaleante.
—¿Y tu pañal, Estrella? — le
preguntó.
—Caca, pañal— respondió
Estrella, señalando hacia el baño.
Fueron y ahí estaba la pelela
rosa con el sorete prolijo y brillante adentro. Al lado de la pelela, en el
piso, estaba el pañal que Estrella, su madre no entendía cómo, había logrado
sacarse sola. La carita regordeta de la beba sonreía orgullosa de su hazaña.
Dejó los pañales sin esfuerzo antes de cumplir los dos años.
A los diez años, le dijo:
—¿Viste lo que me habías contado
de cómo nacen los bebés y la sangre todos los meses?
Vio, y le enseñó cómo tenía que
hacer. Agradeció haber hablado con su hija sin tapujos, no como le había pasado
a ella, que pensó que se iba a morir la primera vez que se indispuso. Todo
ocurrió sin sobresaltos para Estrella. Lo único es que le dio un poco de
ternura que le pasara siendo tan chica. Igual, Nosotras, Siempre Libres, pensó.
A los dieciséis años, Estrella
tuvo su primer hijo. Cada dos años tuvo
un hijo. Fue abuela a los 40 y madre hasta los 60, cuando finalmente dejó de
menstruar. A los 80 enviudó.
Murió a los 100 en Plenitud,
rodeada del amor de sus 22 hijos, 48 nietos, 80 biznietos y 150 tataranietos y choznos.
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