sábado, 12 de febrero de 2022

Chivo emisario

Redondo, redondo, barril sin fondo, pensaba y se reía. Redonda la pileta, la de los chicos. Con un buen diámetro pero no muy profunda. Las cinco grandulonas habían tomado posesión. Chapoteaban en el agua que seguramente alguna de ellas también había contribuido a entibiar.

El juego era así: una cerraba los ojos y tenía que atrapar a alguna otra. Las demás la tocaban, chapoteaban alrededor, la llamaban y se cambiaban de lugar para confundirla o simplemente hacían silencio. La cazadora se movía por el agua y cuando atrapaba a alguna presa, esta se convertía en la siguiente cazadora.

La atraparon, cerró los ojos y empezó a dar vueltas por la pileta, escuchaba de fondo los ruidos de alrededor mezclados con los chapoteos en el agua. El silencio a veces. Se tiraba para adelante y sentía como el agua le golpeaba el pecho. Cada tanto tocaba a alguna pero no llegaba a atraparla. No sabe cuánto tiempo estuvo así. Los sonidos se le confundían, no sabía en qué parte de la pileta estaba. Quería abrir los ojos, pero tenía miedo de que la llamaran tramposa. Eso nunca. Sintió que le tocaban el hombro.

 —Nena, nena.

Siguió chapoteando, buscando a sus amigas. Los ojos cerrados.

 —Nena.

Abrió los ojos. Vio unos ojos marrones que la miraban profundo.  No entendía.

 —Se fueron todas —le dijo, haciendo un movimiento con el brazo que abarcaba todo el espacio —, mirá, se fueron.

Las mejillas le ardieron. Miró para todos lados, no le importaba dónde estaban las demás, ya no le interesaba encontrarlas. Lo único que quería era que nadie más se hubiera dado cuenta de que la habían dejado sola.

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