domingo, 30 de junio de 2024

Dos minutos, toda una vida

 

Le aprieto fuerte el brazo, lo único que pude agarrar mientras lo veía deslizarse para abajo. Su manito chiquita y fría es lo único que veo, el resto del cuerpo cuelga del balcón mientras yo lo sostengo del codo. Esa mano fue lo primero que acaricié cuando me lo trajeron después del parto. Me gustaba acariciarle los deditos tan chiquitos, me daba ternura.

Lo estoy apretando muy fuerte, pero si no se me cae.

No me suelte, bebé, pero mire cómo salió al balcón todo desnudito. Hace frío, se va a resfriar solo con el pañal. Un segundo nomás me fui, para buscarle un pañal nuevo. Y ropita, porque estaba refrescando. Quién me iba a decir que mi bebé, que siempre es tan quietito, iba a pasar primero los pies, las piernas, y el resto del cuerpo. No entiendo en qué momento pudo pasar la cabeza por debajo de la protección de balcón. Lo único que sé es que no tengo que soltarlo. Pase lo que pase, tengo que aguantar. No sé cómo hacer para subirlo.

El pañal y la ropa que le traje se me cayeron al ver a mi bebé colgando.  Tengo que resistir. Ojala Carlos llegue pronto y me ayude. Él tiene fuerza, lo va a poder rescatar. Si no se enoja conmigo por descuidada. Todavía tengo los moretones de la última vez que se enojó. No, mejor que no venga, hace como dos semanas que ni aparece igual. Somos nosotros dos nada más, bebé. 

Lo tengo bien agarrado de la muñeca, no sé por cuánto tiempo más. Ya no aguanto, estoy muy cansada.

Perdone, bebé, a su mamita, que no lo supo cuidar bien.

Se me resbala, ahora lo tengo de la mano. Me aferro a esa manita como un náufrago a un tronco.

Ayuda diosito. Si mi bebé no se cae prometo cuidarlo más. Lo juro. Por favor diosito, que  no doy más.

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