Le aprieto fuerte el brazo,
lo único que pude agarrar mientras lo veía deslizarse para abajo. Su manito
chiquita y fría es lo único que veo, el resto del cuerpo cuelga del balcón
mientras yo lo sostengo del codo. Esa mano fue lo primero que acaricié cuando
me lo trajeron después del parto. Me gustaba acariciarle los deditos tan
chiquitos, me daba ternura.
Lo estoy apretando muy
fuerte, pero si no se me cae.
No me suelte, bebé, pero
mire cómo salió al balcón todo desnudito. Hace frío, se va a resfriar solo con
el pañal. Un segundo nomás me fui, para buscarle un pañal nuevo. Y ropita,
porque estaba refrescando. Quién me iba a decir que mi bebé, que siempre es tan
quietito, iba a pasar primero los pies, las piernas, y el resto del cuerpo. No
entiendo en qué momento pudo pasar la cabeza por debajo de la protección de
balcón. Lo único que sé es que no tengo que soltarlo. Pase lo que pase, tengo
que aguantar. No sé cómo hacer para subirlo.
El pañal y la ropa que le
traje se me cayeron al ver a mi bebé colgando. Tengo que resistir. Ojala Carlos llegue pronto
y me ayude. Él tiene fuerza, lo va a poder rescatar. Si no se enoja conmigo por
descuidada. Todavía tengo los moretones de la última vez que se enojó. No,
mejor que no venga, hace como dos semanas que ni aparece igual. Somos nosotros
dos nada más, bebé.
Lo tengo bien agarrado de la
muñeca, no sé por cuánto tiempo más. Ya no aguanto, estoy muy cansada.
Perdone, bebé, a su mamita,
que no lo supo cuidar bien.
Se me resbala, ahora lo
tengo de la mano. Me aferro a esa manita como un náufrago a un tronco.
Ayuda diosito. Si mi bebé no
se cae prometo cuidarlo más. Lo juro. Por favor diosito, que no doy más.
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