Quiso ir al
baño a hacer pis, no se pudo levantar. Se largó a llorar en medio de esa cama
que ahora le quedaba grande. Tenía la cara húmeda y los ojos hinchados. Se
destapó con fuerza, hacía calor. Y esas sábanas de flores rojas y broderie en el borde le recordaban que
Laura ni siquiera había querido llevarse sus cosas.
No supo
cómo había llegado hasta un bar a ahogar su penas en alcohol. Cerveza con maní había pedido, no recordaba
cuántas veces. Ni cuánto dinero había gastado, sospechaba que bastante. No
tenía idea de cómo había vuelto a su casa. Ni cómo había llegado hasta la cama.
Lo único que tenía claro es que la vejiga parecía que le iba a explotar.
Se pellizcó
el pito a ver si así lograba aguantarse. Ya no sabía cómo hacer. Había leído
que con el pene erecto era imposible hacer pis. Agarró su pito flácido, pero no
logró que se le parase, y eso que le puso onda; las ganas de orinar anulaban
cualquier otra cosa. Probó pensar en Laura a ver si eso lo incentivaba un poco.
Fue peor. Comenzó a sollozar. Intentó nuevamente y sin éxito remontar lo
irremontable. Ahora además de ganas de mear tenía hipo.
Tirado en
la cama miró hacia el baño, que a lo lejos parecía reírse de él. Ya no
aguantaba más. Pero le pesaba el cuerpo, cuando
se movía se mareaba. El techo daba vueltas. Demasiada cerveza. De
repente, vomitó amarillo y lechoso. Logró que el líquido no cayera en la cama. Quedó
un charco inmundo desparramado en el piso. Menos se iba a levantar ahora, a ver
si pisaba su vómito, lo que le faltaba.
El chorro de
orina escapó incontenible, la lluvia dorada mojó el estampado florido de las
sábanas. Entre carcajadas gritó: “¡mirá como te riego las flores hija de puta!”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario