Sentado en
una mesa frente a la ventana, Luis miraba la lluvia. Lo habían atendido pésimo.
Terminó la segunda lata de cerveza sin
lograr su objetivo de olvidar a Laura. Tuvo ganas de ir al baño por cuarta vez,
eso sí había logrado con la cerveza.
Ya se quería
ir. ¿Dónde estaba el mozo?
La pareja
que estaba sentada en una mesa cerca lo tenía obsesionado. Estaban sentados uno
frente al otro, sin hablarse. Los cafés sin tomar se enfriaban en la taza.
Recordó las
veces que con Laura habían estado así, esas salidas para revivir lo que
irremediablemente estaba muerto. Si conocía él ese silencio de cementerio.
Encima el labial de la chica le recordaba que a Laura también le gustaban los
colores intensos.
Tenía irse
de ahí. Le hizo señas al mozo, que pareció ignorarlo. Luis resopló. Volvió a
mirar la mesa de al lado.
La mujer
hizo un amague de decir algo y Luis imaginó las palabras: “esto no va más”.
La escuchó
decir: “está bien, pongámosle Pedro”.
Los vio
tomarse las manos. El muchacho se levantó, se arrodilló al lado de ella y le
besó la panza. Los dos sonrieron.
Luis
primero se rió. Luego las lágrimas cayeron, ya no de risa. Se limpió la cara
rápido.
Al fin el
mozo trajo la cuenta.
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