Somos
amigos se repetían. Tanto que se lo creyeron. Ostentaban orgullosos esa amistad
casta y pura. Impoluta. Se enojaban con quien pudiera insinuar siquiera algo más.
Hasta que
un día (siempre hay un día) la química hizo lo suyo. Y esos años de amistad
contenida explotaron en un orgasmo que los dejó inermes. Azorados. Plenos.
Sin
ceremonias, sin que mediaran palabras, con esa magia con la que siempre adivinaban
lo que pensaba el otro, no volvieron a
verse.
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