jueves, 14 de enero de 2021

Sofía

 

Cuando Yao Hsien decidió volver a Taiwán, eligió llevarse la perra.

–¿La querés a Sofía? – me preguntó.

En mi vida había tenido un gato. Siempre fui de los perros. Me acababa de mudar sola y me dije “¿por qué no?”

Sofía era una siamesa de tres años, hacía sus necesidades en las piedritas y estaba castrada, lo que me resolvía un tema que en ese momento no tenía tan claro como ahora.

La fui a buscar a la casa y me la traje en un taxi. A upa. No puedo creer lo inconsciente que fui. Y lo bien que me salió. Sofía estaba tan asustada que se aferraba a mí. Eso sí, ni una uña me clavó, a pesar del miedo.

Llegamos a mi casa y se metió debajo de la cama. Y de ahí no salió en todo el día.

Me sentí estafada. La verdad que para tener una mascota así, era lo mismo que nada.

Llegó la noche y seguíamos en la misma. Me fui a dormir.

Me desperté a las tres de la mañana porque unos ojos me estaban mirando desde el respaldo de la cama, que también era como una  repisa. Sofía me observaba. Se empezó a acercar. No sé quién de las dos estaba más asustada. La acaricié y se acurrucó junto a mí. Así dormimos esa noche y todas las que siguieron, hasta que me casé.

Sofía era un perro en el cuerpo de un gato, me seguía a todos lados, maullaba si me iba, venía si la llamaba. Eso sí, nunca logré bañarla ni sacarla a pasear con la correa. No hubo manera.

Me casé y la llevé conmigo, no tardó ni media hora en adaptarse al nuevo hogar.

Cuando nació mi hijo, se mezclaban el llanto del bebé y los maullidos de Sofi, que sonaban igual. Era muy gracioso cómo se sincronizaban.

Cuando perdí el siguiente embarazo, entendió mi tristeza y acompañó en silencio.

Cuando nació mi nena, se acostaban las dos juntas en cuatro patas. Mi hija la imitaba.

De repente, se enfermó, de la nada. Y ahí me di cuenta de que ya tenía 16 años. No podía soportar la idea de que no estuviera más. No lo podía resistir, me negaba a pesar de conocer todas las frases de rigor: que ya era viejita, que había vivido feliz y muy querida, que era lo mejor para ella. Nada me servía. La angustia de que Sofi no estuviera más en casa era asfixiante.

 Intentamos todo lo posible, pero no hubo caso.

Todavía la extraño.

 

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