martes, 26 de enero de 2021

Bella

 

Siempre preferí tener animales adultos. En parte se dio así, en parte siempre me gustó la idea de quedarme con los que nadie prefiere. Vaya a saber por qué. Identificación o espíritu reparador, quién sabe.

Cuando una gata tenía gatitos, todos querían los bebitos. Yo prefería a la mamá. Con las perras, lo mismo.

Un día, llegó Bella a nuestra vida.

No sabemos muy bien su historia. Sabemos  que la mamá de Guadalupe quiso tener una perrita. Guadalupe la fue a buscar a un pensionado un día de mucha lluvia. Se la dieron envuelta en una mantita, y así la llevó hasta la casa de su mamá. Guadalupe la vio medio gordita y pensó “¿no estará embarazada?”. A los dos días nacieron sus tres cachorros. La mamá de Guadalupe no quiso saber nada. Del pensionado dejaron de responder las llamadas y los mensajes. Guadalupe se llevó a Bella y a los cachorritos a su casa. Los cachorritos tenían cinco días. A Bella se le cortó la leche. Guadalupe les dio mamadera. Uno de los cachorritos se murió. Guadalupe, cuando se pudo,  regaló a los otros dos. Cuando Bella estuvo lista, la publicó en adopción. No se llamaba Bella en ese momento.

A diferencia de cómo se manejaron en el pensionado, Guadalupe avisaba  que la perra no estaba castrada.

Me enamoré. La fui a ver y me la traje. Fue amor mutuo a primera vista.

Es muy miedosa y asustadiza, pero de a poco se va animando. De no querer salir a la calle, ahora se desespera y me salta con entusiasmo en cuanto me ve enfilar hacia la puerta.

Por primera vez que me tocó llevar a castrar a un animal. Siempre los había recibido ya castrados. Una de las muchas  ventajas de las mascotas adultas. Si bien estoy de acuerdo con que a los animales hay que castrarlos, es un tema que me da mucha impresión. Y que nunca había tenido que resolver yo, siempre vino resuelto.

El día que traje a Bella, arreglé con Guadalupe que me iban a acompañar a castrarla, si decidía quedármela. Había que ver cómo se llevaba con mi gata. Bella es un amor con Mía, que de a poco la va aceptando. Muy de a poco.

Finalmente, llegó el día de ir a la veterinaria. Estaba tan nerviosa como si me fueran a operar a mí. Menos mal que estaba Guadalupe, que ya había pasado por eso con sus gatos, que fuimos a una veterinaria que ella conocía bien y que se portaron todos amorosamente. Mi debut fue un éxito completo. Bella, por ahora, prefiere no opinar.  

Volví de la veterinaria con una perra zombie que me seguía a todos lados a los tropezones, lo que me daba una mezcla de ternura y culpa. A las horas ya estaba recuperada. Todas las personas a las que les taladré la cabeza con el tema (perdón) me habían dicho que se recuperan muy rápido. Tenían razón. Al rato ya estaba ladrándole a todo lo que se moviera, como siempre.

Me emancipé de Guadalupe.  No le gustan los perros, dice. También dice que nunca más se mete en una cosa así, que lloró con cada cachorrito que se fue, y que seguramente va a extrañar a Bella, aunque no quiere tener un perro.

En diez días tengo que llevar a mi perra a la veterinaria  a que le saquen los puntos.

Un alivio. Que esté castrada y que esté bien.

Parece que se agrandó la familia.

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