Siempre preferí
tener animales adultos. En parte se dio así, en parte siempre me gustó la idea
de quedarme con los que nadie prefiere. Vaya a saber por qué. Identificación o espíritu
reparador, quién sabe.
Cuando una gata
tenía gatitos, todos querían los bebitos. Yo prefería a la mamá. Con las
perras, lo mismo.
Un día, llegó
Bella a nuestra vida.
No sabemos muy
bien su historia. Sabemos que la mamá de
Guadalupe quiso tener una perrita. Guadalupe la fue a buscar a un pensionado un
día de mucha lluvia. Se la dieron envuelta en una mantita, y así la llevó hasta
la casa de su mamá. Guadalupe la vio medio gordita y pensó “¿no estará
embarazada?”. A los dos días nacieron sus tres cachorros. La mamá de Guadalupe
no quiso saber nada. Del pensionado dejaron de responder las llamadas y los
mensajes. Guadalupe se llevó a Bella y a los cachorritos a su casa. Los
cachorritos tenían cinco días. A Bella se le cortó la leche. Guadalupe les dio
mamadera. Uno de los cachorritos se murió. Guadalupe, cuando se pudo, regaló a los otros dos. Cuando Bella estuvo
lista, la publicó en adopción. No se llamaba Bella en ese momento.
A diferencia de
cómo se manejaron en el pensionado, Guadalupe avisaba que la perra no estaba castrada.
Me enamoré. La
fui a ver y me la traje. Fue amor mutuo a primera vista.
Es muy miedosa y
asustadiza, pero de a poco se va animando. De no querer salir a la calle, ahora
se desespera y me salta con entusiasmo en cuanto me ve enfilar hacia la puerta.
Por primera vez
que me tocó llevar a castrar a un animal. Siempre los había recibido ya
castrados. Una de las muchas ventajas de
las mascotas adultas. Si bien estoy de acuerdo con que a los animales hay que
castrarlos, es un tema que me da mucha impresión. Y que nunca había tenido que
resolver yo, siempre vino resuelto.
El día que traje
a Bella, arreglé con Guadalupe que me iban a acompañar a castrarla, si decidía
quedármela. Había que ver cómo se llevaba con mi gata. Bella es un amor con Mía,
que de a poco la va aceptando. Muy de a poco.
Finalmente,
llegó el día de ir a la veterinaria. Estaba tan nerviosa como si me fueran a
operar a mí. Menos mal que estaba Guadalupe, que ya había pasado por eso con
sus gatos, que fuimos a una veterinaria que ella conocía bien y que se portaron
todos amorosamente. Mi debut fue un éxito completo. Bella, por ahora, prefiere
no opinar.
Volví de la
veterinaria con una perra zombie que me seguía a todos lados a los tropezones,
lo que me daba una mezcla de ternura y culpa. A las horas ya estaba recuperada.
Todas las personas a las que les taladré la cabeza con el tema (perdón) me
habían dicho que se recuperan muy rápido. Tenían razón. Al rato ya estaba
ladrándole a todo lo que se moviera, como siempre.
Me emancipé de
Guadalupe. No le gustan los perros, dice.
También dice que nunca más se mete en una cosa así, que lloró con cada
cachorrito que se fue, y que seguramente va a extrañar a Bella, aunque no
quiere tener un perro.
En diez días
tengo que llevar a mi perra a la veterinaria a que le saquen los puntos.
Un alivio. Que
esté castrada y que esté bien.
Parece que se
agrandó la familia.
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