Tendría tres o cuatro años.
Estábamos en la pileta de la
quinta, éramos varios chicos. Había adultos también. Los chicos caminábamos
alrededor de la pileta llevando un gomón entre todos. No sé por qué, eso era
muy divertido para nosotros. Dábamos vueltas y vueltas alrededor de la pileta. Yo
sentía que cada vez estaba más cerca del borde, y me desesperaba. Nadie más
parecía darse cuenta. En lugar de decirlo, la angustia y la bronca iban
subiendo por mi garganta. ¿No se daban cuenta de que me estaban empujando? No,
no se daban cuenta.
Finalmente, caí. Me hundía cada
vez más profundo. Veía las burbujas subiendo mientras yo bajaba y bajaba, y
nunca llegaba al piso de la pileta. Fue
un instante mágico y eterno en el que el tiempo se detuvo para mí. No recuerdo quién de los adultos me rescató, pero alguien se tiró y me sacó
de la pileta. Habrá sido un segundo que estuve cayendo, para mí fueron siglos.
A la distancia, lo veo como una aventura donde perdí toda dimensión del espacio
y el tiempo. En ese momento, me enojó muchísimo que me hubieran empujado.
Incluso sin querer, ¿cómo no se dieron cuenta?
No dije nada. No sé si de tímida
o por toda el agua que había tragado.
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