A Rulo le agarró nostalgia
del mar.
Sus últimas vacaciones, en
diciembre, fueron raras, por decirlo de alguna manera. Se habían ido con la
Tana a Gesell, donde en general pasaban Navidad y Año Nuevo. Escapaban de todos
los compromisos familiares. Se divertían. A los dos les gustaba mucho la playa.
Caminaban horas y se metían en el mar. Rulo salía a correr algunas mañanas. El
esguince del pie ya estaba curado para esa época y el tema de los mareos
también. Por suerte parecía que la mala racha del 2019 se había terminado e
iban a pasar un merecido descanso en la costa.
El primer día les tocó un
sol radiante. Empezaba bien la cosa. El mar estaba hermoso. Almorzaron un
sándwich de milanesa y se quedaron en la playa hasta que se hizo de noche.
Volvieron a Las Dunas, la
misma casa que venían alquilando desde hace tres veranos porque es muy linda y
la dueña les cae bárbaro.
La Tana salió a hacer unas
compras y él se metió en el baño, dispuesto a darse una ducha reparadora.
Cuando salía de la bañadera
no entendió bien qué pasó, si se resbaló con el piso mojado, si se le trabó un
pie en la pared de la bañadera, o las dos cosas juntas. Lo cierto es que
aterrizó en el piso casi sin darse cuenta. Sintió una explosión en el hombro al
caer, pero fue todo tan rápido que ni pudo pensar qué había pasado exactamente.
Se vio a él mismo muerto otra vez, pensó que la Tana lo iba a encontrar de
nuevo tirado en el piso, como cuando fue lo del mareo. Esta vez sí que me va a
mandar a la mierda, pensó. Encima le cagaba las vacaciones. Imperdonable. Trató
de levantarse, el brazo le dolía muchísimo y no le respondía. No se podía
levantar. Al final lo logró, no sabía cómo. Se puso la toalla alrededor de la
cintura y se fue a la pieza, a tirarse en la cama. Le dolía todo, pero además
no podía levantar el brazo.
Estaba enojado con él mismo
y con la vida por haberle jugado otra mala pasada. Se sentía un boludo. Se
imaginaba a la madre de la Tana, que le reprochaba a su hija por no haberla
escuchado cuando le dijo que ese muchacho no le convenía. En realidad eso nunca
había pasado. Rulo no entendía cómo, pero su suegra parecía quererlo mucho. Más
que la hija, incluso, a veces. Pero bueno, era la Tana y no su mamá la que
tenía que lidiar con todas las desventuras de Rulo, así que era entendible
también.
Cuando volvió la Tana,
evaluaron las posibilidades. No tenían auto, el hospital quedaba lejos y debía
estar lleno de gente, como todos los hospitales. Rulo descartó la idea de
inmediato. Decidió esperar. Si se había quebrado, ya se iba a dar cuenta, se le
iba a hinchar o algo. De alguna manera lo iba a saber. Capaz el dolor era por
el golpe nomás. No iba permitir que una cosa así le arruinara las tan esperadas
vacaciones.
No se le hinchó, pero seguía
dolorido. Hasta tomar mate le costaba. Así y todo se quedaron y la pasaron bien.
Volver de las vacaciones
siempre lo deprimía, pero esta vez era peor. Extrañaba mucho a la Tana. Tantos
días juntos, en la misma casa. Se había acostumbrado a su presencia y ahora
sentía que le hacía falta. Además, la Tana era de fierro, le bancaba todas. Y
él en algún momento quería estar con alguien, envejecer juntos y todas esas
cursiladas.
El hombro le seguía doliendo
así que consultó a un traumatólogo. Para su sorpresa, efectivamente se lo había
quebrado. Por suerte, había soldado bien. Pero de la rehabilitación no se
salvaba, seguía sin poder levantar el brazo. Se felicitó a sí mismo por no
haber ido al hospital cuando se cayó. De haber sabido que se había quebrado el
hombro hubieran tenido que volverse. Así por lo menos pudo disfrutar de sus
vacaciones con la Tana. Y le había salido bien el chiste, dentro de todo.
Pasaron ocho meses y el
hombro se le rehabilitó solo. Cada vez está mejor. Todavía no lo puede levantar
del todo, pero ya puede hacer más movimientos y no le duele. Así que le dio por
pensar en las próximas vacaciones. En parte siente que lo que le pasó en ese
baño fue un presagio de todo lo que sería el 2020. En esos momentos, piensa que
mejor no ir a Gesell. O por lo menos no alquilar la misma casa. Se siente un
boludo por pensar esas cosas, pero no puede evitarlo. De hecho una vez soñó que
se iba a Gesell y alquilaba otra casa, pero se encontraba con la dueña de Las
Dunas en la playa y se quería morir. Los extraños caminos de la culpa y el
inconsciente.
Acaba de escuchar que la
cuarentena podría extenderse incluso hasta las vacaciones. En realidad no se
sabe bien, todavía. Así que a dónde se van a ir de vacaciones o qué casa van a
alquilar no es un tema que tenga que tener resuelto por ahora. Pero qué ganas
tiene de ir al mar.
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