domingo, 2 de agosto de 2020

Lo que le faltaba a la Tana

La Tana se despierta al mediodía ahora. Lo cual es lógico porque se duerme a las tres de la mañana. Su nueva rutina en esta cuarentena, que ya se siente como una nueva vida, como si su vida anterior hubiese ocurrido un siglo atrás. Para colmo de males,  la pandemia la agarró en plena menopausia. Sus nuevos hábitos son los de una adolescente. El médico ya le explicó que es así, que de a poco vas yendo para atrás. Algo que debería ser bueno, si uno lo piensa, pero que en realidad es patético.

Hace cuentas en su cabeza. La primera vez, la de la ilusión, no le vino por tres meses. Ya estaba descorchando la botella de champán para festejar. Ella no quería tener hijos, así que no le generaba ningún problema el hecho de que no le viniera más. Al contrario, era algo que esperaba con ansias, un alivio. Algo de lo que no preocuparse más. Sus amigas le advirtieron que le iba a volver, que al principio va y viene. Ella sonreía condescendiente. A mí no me va a pasar. Así como me vino de una se me va a ir de una. El tema de los calores lo había resuelto con un gel de progesterona que le dio el médico. El mejor de los inventos, la convertía en la mujer maravilla. Desgraciadamente, las amigas acertaron. Y un día la guacha volvió como si nunca se hubiera ido. Al tiempo le volvió a pasar, esta vez fueron dos meses sin que le viniera, y sin calores. Pero cuando volvió se quedó como un mes. Un mes entero menstruando, la puta madre.

La Tana se siente estafada. Le hablaron de los calores, pero esto nadie se lo había contado. ¿por qué todo tenía que ser así de complicado? Ni hablemos de su ánimo, todo le molesta. Está sensible. Necesita paz y no le encuentra en ningún lado.

Rulo ya ni le pregunta qué le pasa. Huye directamente para otro rincón del departamento.

El médico le explica que es un momento muy delicado y difícil de entender para el que no lo está pasando. Ella siente que por fin alguien la entiende como nadie en el mundo. Empieza a fantasear si el tipo estará soltero, si querrá tener una aventura con ella, que no está soltera, se censura pensando en el pobre Rulo, después piensa que pobre nada, que se lo merece, como si estos temas fueran una cuestión de méritos. El médico la saca de su ensimismamiento, le dice que en realidad a él lo que a ella le pase a nivel psicológico no le importa para nada, lo único que le interesa es que físicamente esté todo bien, y le manda a hacerse estudios. Nos vemos cuando tengas los resultados, le dice. La Tana llora como si el amor de su vida le hubiese dicho que todo se terminaba en ese momento. Putea a sus hormonas que le vienen jugando tantas malas pasadas últimamente.

Llama por teléfono para hacerse los estudios. Ahora el laboratorio es con turno. Un señor le informa que uno de los estudios se lo tiene que hacer temprano a la mañana, con ocho horas de ayuno, sin haber tenido relaciones sexuales ni haber hecho ejercicio el día anterior, ni haber jugado al pan y queso, ni haber comido una tarta de manzana tampoco. Ella anota todas las indicaciones. Otro de los estudios tiene que ser entre el día primero y el quinto de la menstruación. La Tana putea otra vez, ¿más complicado no había? Le dice al señor que ella no sabe cuándo le va a venir, que justamente por eso es que se tiene que hacer esos estudios. Medio que le reclama, como si el señor tuviera la culpa de lo que ella tiene que atravesar. El señor, que quisiera estar teniendo otra conversación con otra persona, y no metido en estos bretes con una loca menopáusica, respira hondo y le explica que llame en cuanto le venga, que los turnos son enseguida porque ahora no sale tanta gente, que gracias por llamar. Y le corta.

La Tana se queda mirando el infinito, sin reaccionar por un rato. Otra vez tiene ganas de llorar y no sabe bien por qué. Por todo. Y por nada.

 De repente, se acuerda de que dejó algo pendiente. Va al baño con cierta ansiedad. El test de embarazo que se hizo por las dudas marca dos rayitas, bien precisas.

Rulo la abraza y festeja emocionado. A la Tana le da cierta ternura verlo así, tan contento. Por su lado, ella siente que cae en un pozo de nervios, miedo y adrenalina, todo junto. Quiere llorar. Se sorprende de que la idea no le disgusta del todo. Tampoco está contenta. La verdad es que no sabe bien qué siente, un cóctel de sensaciones y emociones, todo al mismo tiempo.

La puta madre, a la vejez, viruela.

Lo que le faltaba.

1 comentario:

  1. Noooooo,es de lo más aterrador el cuento, no querés hacerlo nunca más,da moedito

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