jueves, 17 de septiembre de 2020

Carta a un vecino

Querido Gabriel:

Seguramente te sorprenderá que te escriba, sobre todo porque ni siquiera sé si te acordás de mí. Lo más probable es que no. Solo yo conservo esta memoria prodigiosa en cuanto a nombres y personas, que hacen que el otro se confunda y piense que hay algún interés más allá de la mera curiosidad por saber fue  de la vida de los demás. Ese mismo interés, que me lleva a googlear a todos los actores de las series que vi en mi infancia para ver qué fue de ellos, es el que me lleva también a escribirte esta carta. Con la salvedad de que vos sí me gustabas. Y no te asombres de que te lo escriba así, es la impunidad de no saber dónde estás, la certeza de que es una carta que nunca vas a leer. No podés decir que no soy inteligente. En realidad, no podés decir nada, ahora que lo pienso.

Vos eras mi vecino a los 14 años. Yo vivía en un primer piso y vos en planta baja. Mi balcón daba a tu patio en una versión moderna de Romeo y Julieta, según mi mente enamoradiza.

Te espiaba. Intentaba ver tu pieza desde mi balcón. Ver qué hacían en tu casa. Hoy lo llamaría un stalking presencial, pero en ese momento no existía ese término.

Cada vez que te veía salir, yo me ofrecía amablemente en casa para hacer las compras o sacar al perro. Saludos. Miradas. Nada más.

Hasta el día en que lo arruiné por completo, por querer ser quien no era.

Tocaron el timbre, cuando abrí, me encontré frente tuyo. Sentí que me desmayaba, no te exagero. Te habías olvidado las llaves de tu casa y no había nadie. Pedías bajar por nuestro balcón. Obvio que te dije que sí. Y vi cómo saltabas y te metías por esa ventana de tu casa que yo espiaba.

No terminé de digerir la emoción cuando sonó el timbre otra vez. En agradecimiento me invitabas a tomar algo. Te pedí unos minutos solo para ir a dar saltitos a mi habitación. Me acomodé el pelo y salimos. No me acuerdo de a dónde fuimos ni qué hablamos. Solo recuerdo que me quise hacer la grande (vos tenías quince, y no quería que pensaras que era una nena), así que me pedí una cerveza. Vos pediste una Coca. Me sentí el ser más boludo del mundo. Ni hoy tomo cerveza si puedo elegir otra cosa. No me gusta mucho el alcohol. Me acuerdo que me preguntaste si tomaba cerveza con frecuencia. Empezaste a mirar tu reloj más seguido. Espero no haber removido algún tema familiar tuyo con ese acto mío tan espontáneamente poco feliz.

Después volvimos a cruzarnos pero nunca más me invitaste a ningún lado. Yo era muy tímida para explicarte lo que te voy a decir ahora: que solo quería impresionarte. Y seguramente lo logré, pero no de la forma que yo quería.

Me gustaría saber qué es de tu vida, pero no para nada en especial sino porque siempre me pregunto por la vida de los demás. Y sobre todo en estos momentos tan difíciles que estamos pasando. Me pregunto si te habrás casado, tenido hijos, un trabajo que te hace feliz. Si serás un tipo piola o un idiota. Hay que evaluar todas las posibilidades, no te ofendas, por favor. Con vos siempre la cago, parece. Se ve que tu presencia, incluso de esta forma, me lleva directo a la metedura de pata. Igual soy medio metepata para qué te voy a mentir. Seguramente vos hoy pedirías cerveza y yo coca light, pero ninguno se asombraría. O yo sabría manejar la situación. Aprendí a convivir con mi torpeza. Hasta la quiero, te diría.

Bueno, Gabriel, creo que ya escribí bastante por ser la primera vez (y la última). Si por alguna de esas casualidades del destino ves esta carta, soy la que sacaba a pasear al perro casualmente justo cuando vos estabas en la calle, la que te prestó su balcón de Julieta para que puedas volver a tu casa, y la que la única vez que invitaste a tomar algo a las dos de la tarde, se pidió una cerveza.

Quiero que sepas que te recuerdo con cariño.

Saludos,


No hay comentarios:

Publicar un comentario