martes, 1 de septiembre de 2020

El andén

 

Voy todos los días a un jardín que se llama Pulgarcito. Hay juegos y tengo amigos.

Un día, volvíamos del jardín con Carolina y sus hermanos. No sé por qué ese día me vino a buscar mi mamá. Se ve que Angélica tenía que hacer otras cosas. Mi mamá y la mamá de Caro hablaban sin parar, y nosotras nos trepábamos y saltábamos todos los escalones y bajaditas que había en el camino.

Y llegamos a la estación de tren, que es donde tenemos que doblar porque ya no se puede seguir por ahí, hay que doblar. Con Angélica siempre caminamos por el andén. Me encanta. Pero mi mamá, en lugar de subir al andén, eligió ir por  la vereda de abajo. Le pedí subir y me dijo que no. Seguimos caminando. Yo quería subir, estar bien alto. Caminaba y miraba para arriba, a la gente que esperaba el tren. La siguiente escalera no me aguanté y subí.

De repente estaba donde quería estar. Mi mamá me corría atrás. Empecé a correr yo también. La gente pasaba a mis costados como en los dibujitos cuando se mueven todos rápido. Aunque la que me movía era yo. Rapidísimo. No sé cuánto tiempo estuve así, pero ya no vi más a mi mamá, y dejé de correr. Estaba feliz, caminando por el andén. Caminaba junto con todos los demás, yo sola, ya era grande.

De repente sentí el sacudón en el hombro, casi me caigo al suelo de la fuerza con la que me agarró. Después vino la cachetada y el abrazo.

Yo no entendía nada.

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