domingo, 13 de septiembre de 2020

Todo un arte

 

Primero tengo que lavar los platos. Y descolgar la ropa. Y poner ropa en el lavarropas y prenderlo. Y meterme un rato en facebook. Y en Twitter. Y en Instagram. Y ver si hay alguna otra red social que me estoy perdiendo. No me gusta cocinar, pero la ocasión tal vez amerite aprender a hacer un bizcochuelo de mandarina. Mientras, veo alguna noticia. Otra vez estos pelotudos en el Obelisco, no se puede creer. Mejor apago la tele. Ya fue. No me quiero amargar. Me acomodo el pelo, los anillos. Creo que mis manos necesitan un poco de crema, me pongo. Las huelo. Me pongo aceite de almendras en el pelo también. Ya que estoy, me pongo alguna otra crema en el cuello, un poco de masajes me vendrían bien, además así hace más efecto. Huelo la mezcla de perfumes que tengo encima. Antes de empezar decido hacerme unos mates. Escucho el ruido de la pava eléctrica y no puedo dejar de mirar la luz azul, en realidad miro sin ver, me cuelgo vaya a saber pensando qué. El interruptor de la pava sube, en realidad da un saltito, me avisa que el agua ya está. Ya hirvió. No me importa, yo lo tomo así. Hervido. Lavado. Amargo. Una delicia. Chequeo los mails, el Club de Corredores me avisa la nueva modalidad de las carreras en cuarentena. Hay artículos sobre cómo volver a correr, los leo. Decido que en algún momento tengo que retomar. Pero también me da miedo salir. Así que mejor sigo haciendo gimnasia en casa, que siempre me resultó una utopía, y esta vez no es la excepción. Las clases se alejan como el horizonte, siempre postergadas para algún futuro que nunca llega. Hablando de gimnasia, el mate me dio hambre. Corto un pedazo del bizcochuelo recién salido del horno. Las galletas de arroz se sienten abandonadas otra vez, y van… Me salió riquísimo, no lo puedo creer. Me corto otro pedacito, así, en diminutivo parece menos. No puedo comer y trabajar, porque se llena de migas el teclado. Bueno, ahora sí. Me siento frente a la compu. Uh, ¿ya terminó el lavarropas? Cuelgo la ropa. Ahora sí, esta vez de verdad, se larga. Abro los archivos y las ventanas del navegador que necesito, que son miles. Estoy enfocada. Nada me detendrá. Antes de empezar, reflexiono sobre lo agotador que resulta procrastinar hoy en día.

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