El comienzo es bastante simple
Un día de
septiembre, no me acuerdo exactamente qué día, entra un señor mayor al café. Al
principio me causa gracia su cara de desorientado; pero su aspecto, de abandono
y descuido, inmediatamente me inspira compasión.
A esa hora en
general no entra nadie al café, es muy temprano. A la tarde se llena de
copetudas que hablan en inglés y se creen las dueñas del mundo. Las odio.
Por eso este
señor me inspira cariño. Eso, y que hable en castellano. Las copetudas
hablan en inglés.
Los
jacarandás están empezando a florecer. Es primavera. El señor vuelve todas las
mañanas al café y se sienta en la misma mesa. Se ve que le gusta estar solo,
porque cuando alguien más entra al café, él se va. Siempre deja
propina.
La cosa sigue
Un día me
animo a preguntarle a qué se dedica. Es tan modesto que al principio no me
quiere decir. Al final resulta que es cirujano, y eso me causa mucha
admiración. Ahora está jubilado, pero pienso en la cantidad de vidas que debe
haber salvado cuando trabajaba. No sé por qué le cuento sobre el cirujano que
salvó la vida de mi hermano. También le cuento de cuando mi papá desapareció.
Intuyo que es una buena persona y lo siento muy cerca, como el padre que no
tuve, quizás.
Me levanto para
continuar con mi trabajo, pero me gusta verlo ahí sentado. Le estrecho la mano,
mira las mías. Me doy cuenta de que observa las cicatrices, supongo que
por discreción no me pregunta nada. Acomodo la silla y vuelvo atrás del
mostrador.
Lo veo levantarse
para salir y no puedo evitar sonreírle a modo de saludo.
-Me llamo
Beatriz- le digo.
- Julio-, me
contesta. Y sale.
Agridulzor
Pasan más
días, conversamos mucho. Hasta que llega una copetuda que me maltrata bastante.
Ni ella sabe lo que quiere. ¡Que se decida, por favor! Me tiene de acá para
allá: "que esto no me gusta, que lo quiero así, que lo quiero más
asá". Me trata como si yo fuera una imbécil. Y encima cuando se va, no
deja propina, la muy maleducada. ¿Ésta a quién se cree que le ganó?
Prendo un
cigarrillo y me siento de nuevo con Julio, que vio toda la escena. Es mi
refugio ante todo lo que está mal en este mundo.
Me quejo de
las copetudas. No sabe qué hacer ni qué decir, toma su café. Se le vuelca.
Putea. Le digo que tenga más paciencia con esas manos, que salvaron tantas vidas. Le tomo las manos,
son muy delicadas. Las mías tienen cicatrices. Siento que somos muy distintos,
pero que a la vez es bueno que nos hayamos conocido.
Final abrupto
¡No puedo
creer haber sido tan boluda! El mundo se me vino abajo de repente: la copetuda
entra con otra copetuda y se sientan al lado de Julio. Veo como su cara se
ruboriza, ¡pero las conoce! Y a una demasiado, quizás.
Siento que me
quiero morir, quiero que la tierra me trague ahí mismo. ¡Hablan los tres en
inglés! ¡Manga de chetos! ¡Qué furia que tengo! Reprimo las lágrimas que se me
están saliendo; soy una profesional, así
que los atiendo como hago siempre con esta gente, como a los tres copetudos que son (sí, Julio
también, a pesar de la ropa que tiene
puesta). Escucho que una le dice que casi no lo reconoció con esa ropa.
Imposible no oírlas, gritan como si el mundo fuera suyo.
Después de
casi un siglo, las copetudas se van, Julio se queda. No sé si espera verme, no
sé qué podría decirme, tampoco; pero yo
estoy llorando en la cocina, por la bronca y la tristeza que de repente siento
en todo el cuerpo. Quiero que la tierra me trague. Desaparecer.
La puerta del
café se cierra: Julio se fue. Voy a la
mesa a retirar las cosas. Esta vez no hay propina, obvio.
Me gustó mucho,pero a lo mejor el no quiere ser quien es y se evade, hay que darle una oportunidad
ResponderEliminarEs muy probable lo que decís. Capaz cuando a Beatriz se le pase el enojo y el dolor, pueda pensarlo. Hay que ver si él vuelve, también. Muchas gracias por el comentario.
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