sábado, 4 de abril de 2020

La quinta


Buenos Aires, marzo de 1976
               
 Cada vez que dicen "vamos a del Viso", Luciana se imagina un plato enorme de guiso. No sabe por qué. "Tenemos una quinta en del guiso", dice, mientras ríe a carcajadas. Hacia allá van, como todos los fines de semana, a la quinta. Luciana y su hermano atrás, en el auto, los padres adelante. Su mamá les raciona los caramelos Stani, lo que le da mucha rabia. Sabe que Luciana es capaz de comerse todos los caramelos si la dejan, y le preocupa. Pero Luciana no entiende cuál es el problema, no son tantos caramelos, después de todo. A su madre le preocupa que se enferme de la panza o que después no coma la comida, como si eso pasara alguna vez. A Luciana le gustan los de frutilla y los de dulce de leche.
                
 La quinta es una casa enorme que hasta tiene una galería en la parte de atrás. Hay un quincho y una pileta. Tiene muchos árboles. A Luciana le gusta trepar a los árboles. Comen higos, naranjas y granadas, y les queda toda la boca roja.
                
 La casa tiene tres habitaciones y muchas camas. Siempre van amigos de sus padres con sus hijos, que a la vez son amigos de Luciana. También van tíos y primos. La pasan muy bien todos ahí.
Hay un pozo ciego del que todos hablan, pero Luciana nunca lo vio ni lo quiere ver: por lo que cuentan parece que es algo bastante asqueroso. Y ya con lo que se imagina, ni se acerca.
                
 Después de comer hay que hacer la digestión, dicen los grandes. Los chicos quieren meterse a la pileta inmediatamente, pero no, hay que dormir la siesta. Qué aburrido.
El silencio de la tarde a la hora de la siesta es pesado y amenazador, sobre todo por las gitanas, que roban a los chicos para venderlos. Eso dice su tía. Luciana trata de quedarse en la casa, pero las horas se le hacen interminables, así que, pese al miedo de ser raptada y vendida, sale al calor de la tarde. Mira la pileta con ganas, pero no se mete; ya  haber salido de la casa es bastante transgresión. Hasta ahora nunca vino ninguna gitana, por suerte.
               
 Al fondo está la vivienda de los caseros, donde a todos los chicos les gusta ir a jugar. La pasan bien ahí. La casera tiene un bebé, y a Luciana le da mucha impresión verle la teta mientras amamanta a la criatura. Mezcla de asombro y fascinación, ese acto tan íntimo y a la vez natural y necesario. La teta le parece enorme, como todo lo que a esa edad parece más grande.
                 
Al día siguiente, vienen Lucas y su familia a pasar el día. Lucas y Carmen tienen tres hijos: Sebastián, Silvina y Mariela. Sebastián tiene 5, como Luciana, Silvina es la del medio, y Mariela es un bebé.  Para el almuerzo los chicos quieren comer en lo de los caseros;  los padres charlan en las reposeras, enfrente de la pileta. De pronto entran dos autos desconocidos a la quinta y de la casa empiezan a salir como diez personas con armas.
                 
Luciana se levanta inmediatamente para ir a ver qué pasa. Cree que son policías y los quiere ayudar. La casera terminante le grita que no vaya, que se quede ahí sentada. A Luciana toda esa situación le llama la atención, pero no termina de saber por qué. Desde esa distancia ve cómo ponen a su papá y al papá de Sebastián contra la pared; parece que se quieren llevar a su papá. Luciana quiere gritarles que se equivocan, que su papá no es ningún ladrón, pero ya la casera le dijo que se quedara ahí sentada. El papá de Luciana quiere ir al auto a buscar sus documentos, pero no lo dejan. Uno de los policías tiene una ametralladora en una mano, y con la otra acaricia a Mariela, la bebé. Carmen y la mamá de Luciana se abrazan. Los policías las separan. Luego de varios minutos de tensión, el papá de Luciana logra convencerlos de que lo dejen ir a buscar los documentos y se los muestra: no es la persona que buscan. Así de rápido como llegaron, se van.
               
 Empieza la primaria y los fines de semana se llenan de actividades. Luciana no se da cuenta de que ya no van más a la quinta.


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