Rulo se quedó dormido y se levantó
a las corridas. Llegó tarde al trabajo y con el pantalón del piyama abajo del
pantalón. Se dio cuenta a la noche, cuando se cambió la ropa y lo vio, como una
burla, su pantalón ridículo con elefantitos, regalo de su exnovia. Ni siquiera
las veces que fue al baño se dio cuenta de que tenía puestos los dos pantalones.
Mucho estrés, pensó. Ya va a pasar, y se acostó a dormir.
Lo que no supo en ese momento es
que esa iba a ser una de las tantas situaciones de ese año en que iba a sentir
que algo en el aire no estaba bien. No sabía explicar qué era, pero lo pudo
sentir. No todavía, pero sí a medida que fue transcurriendo el 2019 y la vida
lo fue poniendo a prueba.
Unos meses después, también se
levantó a las corridas, como ya era costumbre, pero esta vez, al salir de la
cama, se torció el pie derecho. Nada terrible, una pequeña torcedura. Días
después, se volvió a torcer el mismo pie, al pisar mal el cordón de la vereda.
Esta vez le dolió un poco más. La escalada de torceduras de tobillo se hizo más
y más frecuente. Una vez hasta se cayó en la calle. Algo se está
descontrolando, pensó.
Consultó al traumatólogo, que,
resonancia mediante, le dijo que era la secuela de un esguince mal curado, que
tenía que hacer diez sesiones de kinesiología. Y lo peor, que no podía correr hasta
que se le curara. Justo lo que más le gustaba al Rulo, correr. E ir al
gimnasio. Pero si corriendo jamás se me torció el pie, pensó Rulo. Siempre
corrí y jamás me lastimé. Pero hizo caso. Las sesiones se alargaban porque iba
un día sí, y al otro no; nunca faltaba alguna cosa que se superponía con el
horario y el día de su tratamiento.
Unos días después, también se
levantó a las corridas. No se sentía bien. Llamó al trabajo y avisó que iba a
hacer home office. Se preparó unos mates y se puso a trabajar en la
computadora. Trabajaba y cada tanto se distraía con las redes sociales y las
noticias. En medio de un video de la represión en Chile, empezó a sentir que
todo le daba vueltas. Tuvo miedo de desmayarse, nunca le había pasado. Apoyó la
cabeza en el escritorio y esperó unos minutos. Cuando la levantó tuvo la misma
sensación. Se tiró en el piso, si se desmayaba por lo menos no se iba a
golpear. Todo giraba y giraba. Vomitaba y se iba corriendo de lugar. Me van a
encontrar muerto en medio del vómito, pensó, qué triste. Intentó llegar a su
cama, se acostó. La cama le parecía enorme. Si intentaba sentarse se caía para
el costado. El miedo le atenazó la garganta. ¿Siempre se iba a sentir así? ¿Ese
horrible desequilibrio, ese girar y girar, no se le iba a ir nunca? ¿Alguna vez
recuperaría su sensación de normalidad?
La novia de Rulo volvió del trabajo,
vio el vómito en el living y se asustó. Se dio cuenta de que algo no andaba
bien. Lo llamó, pero no recibió respuesta. Agotado, Rulo se había quedado
dormido. Se despertó, pensando que todo había sido un mal sueño, pero el mareo
seguía ahí. Por suerte, su pareja también estaba ahí.
Una ambulancia lo llevó al
hospital. Nunca viajé en una ambulancia, pensó Rulo, mientras el techo giraba y
giraba, el conductor manejaba sin tener en cuenta su sensibilidad a los movimientos.
Llegaron. No había habitaciones, lo
pusieron en un cubículo. La enfermera se enojaba cada vez que no encontraba la
vena, lo volvía a pinchar. ¿Ella se enojaba? Rulo la quería matar. El brazo
parecía un colador de los pinchazos. Rulo pensó que una vez que la enfermera
terminara de pincharlo se iba a sentir mejor, no sabía lo que era tener el suero puesto. Una
tortura. Resonancia número dos. Tomografía. Nada. Rulo no tenía nada. Su mareo
para la medicina no era nada. Algo no andaba bien, definitivamente.
Al día siguiente, un grupo de
neurólogos lo revisaron. Le hicieron hacer un montón de ejercicios que no pudo,
como pan y queso, o seguir el movimiento de los dedos del doctor. El
diagnóstico: inflamación de un nervio en el oído. La solución: corticoides y
tratamiento largo. El tratamiento del esguince quedó suspendido hasta nuevo
aviso. Que no lo dejaran correr era lo que menos le importaba, ni falta que
hacía, a duras penas podía caminar sin irse para los costados.
De a poco y con mucho miedo, empezó
a recuperar su vida, sus sensaciones, su equilibrio.
Volvió a correr, a su vida de siempre.
El tobillo parecía haberse curado también, pocas ganas tenía de volver a
kinesiología. Por fin todo quedaría en el pasado como un mal recuerdo.
Rulo se quedó dormido y se levantó
a las corridas. Decidió que igual se iba a bañar antes de salir. Total, llegaba
tarde de todas formas. Se resbaló en el baño, y se cayó. Llamó a su pareja, que
ya había tomado como costumbre socorrer a Rulo y sus circunstancias.
Resonancia número tres. Fractura de
hombro. A los corticoides se le sumaron los analgésicos. Vuelta a kinesiología.
Tratamiento larguísimo. El hombro es complicado, parece.
Rulo se quedó dormido y se levantó
a las corridas. Camino al trabajo se dio cuenta de que el año ya estaba
terminando. ¡Por fin!, pensó, ¡quiero que se termine este año de mierda y
empiece el 2020 de una buena vez!
¡Pobre Rulo! ¡No sabía lo que se
venía!
Pobre Rulo!! Espero que al menos esté mejor de su hombro, su rodillay sus mareos! Me encantó la repetición de la frase "Rulo se quedó dormido y se levantó a las corridas", cada vez más seguido, casi como un mantra. Muy bueno, Vale!!
ResponderEliminarGracias, Reni!! Rulo está bastante bien, toco madera! :P jajaja!
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