sábado, 11 de abril de 2020

Rulo


Rulo se quedó dormido y se levantó a las corridas. Llegó tarde al trabajo y con el pantalón del piyama abajo del pantalón. Se dio cuenta a la noche, cuando se cambió la ropa y lo vio, como una burla, su pantalón ridículo con elefantitos, regalo de su exnovia. Ni siquiera las veces que fue al baño se dio cuenta de que tenía puestos los dos pantalones. Mucho estrés, pensó. Ya va a pasar, y se acostó a dormir.
Lo que no supo en ese momento es que esa iba a ser una de las tantas situaciones de ese año en que iba a sentir que algo en el aire no estaba bien. No sabía explicar qué era, pero lo pudo sentir. No todavía, pero sí a medida que fue transcurriendo el 2019 y la vida lo fue poniendo a prueba.
Unos meses después, también se levantó a las corridas, como ya era costumbre, pero esta vez, al salir de la cama, se torció el pie derecho. Nada terrible, una pequeña torcedura. Días después, se volvió a torcer el mismo pie, al pisar mal el cordón de la vereda. Esta vez le dolió un poco más. La escalada de torceduras de tobillo se hizo más y más frecuente. Una vez hasta se cayó en la calle. Algo se está descontrolando, pensó.
Consultó al traumatólogo, que, resonancia mediante, le dijo que era la secuela de un esguince mal curado, que tenía que hacer diez sesiones de kinesiología. Y lo peor, que no podía correr hasta que se le curara. Justo lo que más le gustaba al Rulo, correr. E ir al gimnasio. Pero si corriendo jamás se me torció el pie, pensó Rulo. Siempre corrí y jamás me lastimé. Pero hizo caso. Las sesiones se alargaban porque iba un día sí, y al otro no; nunca faltaba alguna cosa que se superponía con el horario y el día de su tratamiento.
Unos días después, también se levantó a las corridas. No se sentía bien. Llamó al trabajo y avisó que iba a hacer home office. Se preparó unos mates y se puso a trabajar en la computadora. Trabajaba y cada tanto se distraía con las redes sociales y las noticias. En medio de un video de la represión en Chile, empezó a sentir que todo le daba vueltas. Tuvo miedo de desmayarse, nunca le había pasado. Apoyó la cabeza en el escritorio y esperó unos minutos. Cuando la levantó tuvo la misma sensación. Se tiró en el piso, si se desmayaba por lo menos no se iba a golpear. Todo giraba y giraba. Vomitaba y se iba corriendo de lugar. Me van a encontrar muerto en medio del vómito, pensó, qué triste. Intentó llegar a su cama, se acostó. La cama le parecía enorme. Si intentaba sentarse se caía para el costado. El miedo le atenazó la garganta. ¿Siempre se iba a sentir así? ¿Ese horrible desequilibrio, ese girar y girar, no se le iba a ir nunca? ¿Alguna vez recuperaría su sensación de normalidad?
La novia de Rulo volvió del trabajo, vio el vómito en el living y se asustó. Se dio cuenta de que algo no andaba bien. Lo llamó, pero no recibió respuesta. Agotado, Rulo se había quedado dormido. Se despertó, pensando que todo había sido un mal sueño, pero el mareo seguía ahí. Por suerte, su pareja también estaba ahí.
Una ambulancia lo llevó al hospital. Nunca viajé en una ambulancia, pensó Rulo, mientras el techo giraba y giraba, el conductor manejaba sin tener en cuenta su sensibilidad a los movimientos.
Llegaron. No había habitaciones, lo pusieron en un cubículo. La enfermera se enojaba cada vez que no encontraba la vena, lo volvía a pinchar. ¿Ella se enojaba? Rulo la quería matar. El brazo parecía un colador de los pinchazos. Rulo pensó que una vez que la enfermera terminara de pincharlo se iba a sentir mejor,  no sabía lo que era tener el suero puesto. Una tortura. Resonancia número dos. Tomografía. Nada. Rulo no tenía nada. Su mareo para la medicina no era nada. Algo no andaba bien, definitivamente.
Al día siguiente, un grupo de neurólogos lo revisaron. Le hicieron hacer un montón de ejercicios que no pudo, como pan y queso, o seguir el movimiento de los dedos del doctor. El diagnóstico: inflamación de un nervio en el oído. La solución: corticoides y tratamiento largo. El tratamiento del esguince quedó suspendido hasta nuevo aviso. Que no lo dejaran correr era lo que menos le importaba, ni falta que hacía, a duras penas podía caminar sin irse para los costados.
De a poco y con mucho miedo, empezó a recuperar su vida, sus sensaciones, su equilibrio.
Volvió a correr, a su vida de siempre. El tobillo parecía haberse curado también, pocas ganas tenía de volver a kinesiología. Por fin todo quedaría en el pasado como un mal recuerdo.
Rulo se quedó dormido y se levantó a las corridas. Decidió que igual se iba a bañar antes de salir. Total, llegaba tarde de todas formas. Se resbaló en el baño, y se cayó. Llamó a su pareja, que ya había tomado como costumbre socorrer a Rulo y sus circunstancias.
Resonancia número tres. Fractura de hombro. A los corticoides se le sumaron los analgésicos. Vuelta a kinesiología. Tratamiento larguísimo. El hombro es complicado, parece.
Rulo se quedó dormido y se levantó a las corridas. Camino al trabajo se dio cuenta de que el año ya estaba terminando. ¡Por fin!, pensó, ¡quiero que se termine este año de mierda y empiece el 2020 de una buena vez!
¡Pobre Rulo! ¡No sabía lo que se venía!

2 comentarios:

  1. Pobre Rulo!! Espero que al menos esté mejor de su hombro, su rodillay sus mareos! Me encantó la repetición de la frase "Rulo se quedó dormido y se levantó a las corridas", cada vez más seguido, casi como un mantra. Muy bueno, Vale!!

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  2. Gracias, Reni!! Rulo está bastante bien, toco madera! :P jajaja!

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