Hoy
volveré sobre mi temática de esta cuarentena: la obstinada tenacidad por seguir
nuestra vida como si no nos la hubieran dado vuelta como una media. Entonces,
ahí vamos, meta zoomear a falta de reuniones reales; es mejor que nada. Para
mí, lo mejor que nada no me termina de cerrar cuando el precio es una
frustración inmensa. Cuando transpirás para darle una clase a 35 pibes. Te
sentís horrible porque la conexión se corta y no podés explicarles bien algo
que sabés que en algún momento les vas a tener que tomar. Y te sentís peor
cuando ellos te escriben para disculparse por los cortes en la conexión, que no
saben qué paso y prometen tener mejor internet para la próxima. O sea, se hacen
cargo de una situación que nos excede a todos ¿cómo llegamos a esta locura?
Maestros
que se quejan de que los pibes no ponen las cámaras. A mí me da igual, yo
también prefiero no poner la cámara. Nadie tiene ganas de estar ahí. Me
pregunto qué es lo que estamos sosteniendo con todo esto.
También
mi hija, que está en cuarto grado, empezó a tener reuniones de zoom de la
escuela. Creo que ya van como cuatro. La primera y la segunda ponele que
estuvieron bastante bien, está bueno verse con los compañeros y el maestro.
Ya la
semana pasada empezaron con inglés. Nadie podía entrar a la reunión. Los pibes
y los padres estaban como locos y me imagino que la profesora debía estar
igual. Yo tenía que hacer otras cosas y estaba pegada a una pantalla tratando
de ingresar a una reunión inaccesible. El grupo de whatsapp estallaba. Todos
desesperados. Mi hija se quejaba. Yo le gritaba que hacía todo eso por ella,
mientras pensaba en todo lo que tenía que hacer y no podía por estar haciendo
nada ahí. Cuarenta y cinco minutos después, la reunión se hizo. No sé quién
estaba de peor humor, si los pibes o la profesora. Yo quería llorar. Y seguro
lloré. Lo atribuí a la impericia de la profesora y a que "todos estamos
aprendiendo a vivir con esto", mi nuevo mantra. Por suerte esto con el
maestro no pasa. Canté victoria demasiado pronto ¡Hoy pasó! Con mi hija nos
miramos y le digo: me lo voy a tomar con calma. Tú puedes, mamá, me contesta.
Intento entrar a la reunión y el anfitrión ya estaba en otra reunión. Podría
pensar que nos engaña con otro grado, pero la triste realidad es que me lo
imagino solo, en su reunión iniciada con anterioridad, a la que nadie puede
entrar. Miro el celular: 19 mensajes del grupo. El maestro manda link para otra
reunión. Apuro a mi hija que está en el baño. Intento entrar otra vez y la contraseña
es incorrecta. Mi dulce criatura se enoja porque tuvo que hacer sus necesidades apurada, y tiene
razón. Le digo que vaya de nuevo. Me dice que no. Está enojada. Ya estamos por
agarrarnos de los pelos otra vez. Luego de varios intentos más, y para aflojar
un poco el ambiente, le ofrezco si quiere ir a ver la tele, que yo la llamo si
logro solucionar algo. Hace un mohín con la boca, y me pregunta: ¿puedo faltar?
Siento que el cielo se abre y el sol asoma, bello e imponente. Es la señal, la
oportunidad de mandar todo al carajo está ahí, en la tierna boca de mi hija. Y
la tomo, por supuesto. Los niños son sabios.
El retrato de lo que sucede en cada casa donde hay hijos que estudian. Muy bien relatado
ResponderEliminar