viernes, 1 de mayo de 2020

La cuarentena y mi madre

Mi mamá anda por los 80, vive lejos y tuvo cáncer. Población de riesgo por donde la mires. No sé cómo es en Gualeguay, donde vive, me sobra con saber que la empleada doméstica sigue yendo a su casa. Y qué querés, nena, me deprimo si tengo la casa sucia. El otro día se le escapó que fue a tomar mate con una amiga (espero que cada una con su mate). Yo no le digo nada. Pero mi silencio, cada vez que la escucho, grita. Por otro lado, la entiendo: vive sola, y nosotros, sus hijos, vivimos lejos. No puedo evitar acordarme de lo que se quejaba de mi abuela, que hacía lo que se le cantaba también. Yo le decía que la dejara en paz, que la dejara disfrutar sus últimos años. Ella se quejaba de que todo bien, pero que después se tenía que ocupar ella de su madre si se enfermaba. A mí me da miedo que le pase algo grave. Supongo que a ella le pasaba lo mismo.
Tenía que hacerse unos estudios en Buenos Aires, que fue postergando, porque no tenía ganas, y la pandemia se interpuso definitivamente. Cuando le dije que le preguntara al médico cuál era el mal menor, me contestó: “sentido común, nena”. Claro, sentido común. El de ella, por supuesto. No hubo forma de que le explicara que quizás tenía razón, que no viajar a hacerse estudios importantes era lo mejor, en estas circunstancias, pero que lo decidiera el médico. Ayer me contó, con voz de triunfo, que el médico le dio la razón. Yo respiré tranquila. Aunque hoy tengo mis dudas de si no me mintió. Porque además miente. Ella nunca lo va a admitir, pero miente. Mi hijo estuvo en las vacaciones. Un adolescente que duerme hasta las 3 de la tarde, si lo dejás. Yo no lo voy a despertar, nena. Pero se quejaba. Conmigo, claro. Tampoco lo mandaba de vuelta a Buenos Aires, porque no quería que su nieto pensara que no la quería, o algo así. No termino de entender muy bien qué le pasa, nunca. Y por qué le cuesta tanto decir: te quiero mucho, pero quiero estar tranquila en mi casa. Hasta que tomó el toro por las astas, y decidió decirle la verdad: que nosotros queríamos que vuelva (?). Mis ojos saltaron como dos huevos fritos y mi mandíbula cayó como en los dibujitos animados. Le digo: eso es mentira ¿por qué no le decís que ya es suficiente y listo? Ay, yo no le puedo decir eso, nena. Cuando mi hijo venía viajando para acá, me llama y me dice que ya le dijo que para ella era tiempo suficiente (todos estábamos de acuerdo con eso, que tenía todo el derecho del mundo de querer estar tranquila en su casa, que ya había tenido al nieto bastante tiempo; menos mi hijo, claro, que la estaba pasando bomba sin que nadie lo controlara, pero ese es otro tema, y además es un pibe que entiende los límites). Así que me pongo contenta, sobre todo por ella, que haya podido decir lo que le pasa, ser ella misma, sin problemas. Mi hijo llega enojadísimo con nosotros por hacerlo volver, y yo no entiendo nada. Le pregunto: ¿no te habló la abuela? No, me dice. Aclaramos el malentendido, se ríe y dice, refiriéndose a mi mamá y con un cariño que no puedo transmitir: vieja mentirosa.
En estos días me tuvo que hacer un envío por un muchacho que viaja para Buenos Aires y que hemos contratado muchas veces. Me llama y me dice que ya se lo dio, que no le pudo preguntar a qué hora calculaba que iba a estar en mi casa, porque “no estaba tan simpático como siempre y estaba con barbijo”. Cuando llega el envío, el pibe me saluda re macanudo. Con barbijo sí. Me dio el envío de lejos y nos reímos haciendo fush fush, como si cada uno tuviera peste bubónica. Lo que pasó me confirma que mi vieja no le está dando ni cinco de pelota al aislamiento. Debería enojarme, pero la verdad es que me da mucha ternura.
Espero que esto pase pronto y poder volver a verla. Y que me siga mintiendo para pasarla lo mejor posible en la realidad que le toca (nos toca), porque se lo merece. Espero que no le pase nada, porque la sola idea me corta la respiración.



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