martes, 26 de mayo de 2020

Desventuras de pandemia




Hoy no hubo faltazo, pudimos conectarnos a zoom para la clase de la escuela sin problemas. Tampoco es para cantar victoria tan pronto, como ya dije alguna vez y en situaciones parecidas. Mientras mi hija tomaba su clase yo intentaba armar un examen para mis alumnos y a la vez contestarle a una amiga que me preguntaba sobre unas clases que yo había tomado, para ver si las hacía ella. A la vez, en el grupo de madres preguntaban, como suele ocurrir en estos eventos, si ya habían entrado, si le podían avisar al maestro que tal estaba esperando que le permitieran el acceso a la clase. Mi hijo hacía su tarea de inglés, interrumpiéndome a cada rato, con preguntas que no sé si me lo hace a propósito o es solamente que tiene catorce años. Mi marido también quería saber qué tenemos que comprar y estaba preocupado porque es fin de mes y tenemos muy poca plata. Me pregunta si tarjeteamos o no.  Se responde solo. Ya me desconcentré. ¿qué tenía que hacer? Ah, sí, mi amiga. Le respondo: "No, al final quedamos dos grupos de siete y ocho personas (una de las cuales era el profesor). Y al grupo de ocho faltaban algunos, yo veía porque avisaban por el grupo de whatsapp". Listo, me quedo tranquila, ya respondí. Sigo preparando exámenes. Al rato veo que hay muchos mensajes en el grupo de las mamás del cole. Leo a una mamá: "¿qué pasó? no entiendo, ¿no entraron?". Miro más arriba y veo el mensaje para mi amiga, como respuesta a la pregunta de si habían entrado al zoom. ¡Me quería morir! No sabía cómo disculparme. Pido perdón como puedo y leo la respuesta: "Uy la hise salir a mi hija. Xfa q la acepten. Xq no la aceptan". Le digo que no se preocupe, que ahora aviso. Le digo a mi hija que avise, no me gusta meterme en la clase. En realidad, no me gusta aparecer en cámaras, en general, si bien no me queda otra que superarlo, en estos tiempos. Escucho al maestro dar su clase y veo  a mi hija haciendo toda clase de morisquetas con la mano para que le permita hablar y avisarle que deje entrar a la compañera. El maestro no me odia solo porque no sabe que soy yo la que le arruinó la concentración y le agregó otro contratiempo a los ya habituales de esta era tecnológica. La alumna entró. El maestro retomó como pudo. Me doy cuenta de que todavía no le contesté a mi amiga, a todo esto. Lo hago, y me disculpo por la demora en responder. Le explico el motivo. Me carga que no hacía falta que le contestara rápido, si iba a hacer ese bardo. Me sigue cargando que soy un peligro, que menos mal que no tengo nada que esconder, si me equivoco con los mensajes. Pienso que preferiría equivocarme por algo que valga la pena y no en un grupo de whatsapp donde estreso a una mamá y a un colega. Ni hablar del estrés que tengo yo. Se lo digo. Nos reímos. Le digo: capaz me sirve para escribir algo. Dale, hacelo, me contesta. Sí, le digo, que nuestras desventuras pandémicas sirvan para algo por lo menos. Me quedo pensando. Si no fuera por la escritura no sé qué haría esta cuarentena tan extraña. Espero que termine pronto. Espero que en septiembre ya haya terminado. Espero que antes, pero digo septiembre así le puedo hacer al maestro el regalo que se merece.

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