sábado, 27 de junio de 2020

Falta de inspiración


La desesperación lo estaba llevando al plagio, tuvo miedo de que el remedio fuese peor que la enfermedad. Además de que en este caso no era un remedio, sino un delito. No se le ocurría nada. Ni una idea nacía de su otrora frondoso cerebro. Nada. Había oído hablar del miedo a la página en blanco. Pero nunca le había ocurrido. Sabía que tenía que tomárselo con calma, que ya iba a pasar. Hacía como un mes que no escribía. La angustia estaba por ganar la batalla.


Podía escribir sobre eso, es más, quería hacerlo. Las imágenes se negaban a salir. Las palabras se escapaban cuando quería describir ese sentimiento. La idea de buscar en internet sustantivos y adjetivos que colocaran con falta de inspiración lo alivió, creyó haber encontrado la solución. All tiempo se dio cuenta de que lo único que lograba era adentrarse en el mar de información cibernética y perder el foco. Siempre aparecía un artículo interesante sobre la vida de algún escritor que lo entretenía más que lo que tenía que hacer.


Tampoco es que tuviera que hacer nada. Solo escribir, nada más. Ni nada menos. Extrañaba el fluir armonioso de las teclas sonando imparables, esa melodía que hacían sus dedos cuando el cerebro les daba las órdenes precisas. Después solo era cuestión de releer y corregir, modificar palabras, recortar textos. Siempre quedaba conforme:  la idea, los silencios, y la cadencia del texto. Todo eso se había perdido, no sabía si para siempre. El hecho de que lo mismo les hubiera pasado a otros no le servía. Esta vez le pasaba a él. Y era horrible. Una sensación rara.


No era desesperación, propiamente dicha, aunque también había algo de eso. Era más bien la sensación de que tendría que tener ganas de algo que no salía. Que no pasaba. Sabía que había ejercicios para eso, pero como nunca los había necesitado no  los conocía. Intentó escribir a pesar de todo, eso había escuchado, que escribiera igual, que no dejará de hacerlo; las frases salieron trilladas, sin brillo ni estilo alguno. Empezaba a leer lo que había escrito y se aburría al instante. Eso también era algo nuevo para él, nunca había descartado nada que hubiese escrito. Una vez le pasó que guardó para sí un texto, no se atrevió a publicarlo. Pero esto era nuevo, esa sensación de vacío de ideas.


Pensó en tomarse unos vinitos. Paladeó el cabernet con fruición. Y abrió el Word decidido a ver los efectos del alcohol en su escritura. No hubo caso, el tinto no logró que la tinta acariciase airosa el papel. Fue más bien un arrastrarse de palabras toscas. 


Las Musas parecían haber perdido su dirección, porque hacía rato que no venían, ni siquiera una visita de cortesía, un toco y me voy. Un haiku. Un poema breve. Nada.


Sabía que muchos escritores habían tenido una vida disipada, un cóctel de drogas y mujeres. Pero siempre fue de la idea de que eran genios a pesar de sus adicciones, no que las adicciones llevaban a la genialidad. La prudencia le aconsejó abstenerse de probar con eso, y él le hizo caso.


Agotado de darle tantas vueltas al asunto y en vista del poco éxito obtenido, decidió probar en Tinder sus habilidades con la palabra , con la ilusión de que al día siguiente, si todo iba bien, podría escribir algo.

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