Rulo no podía dejar de
observar el movimiento de la pantalla. Otra vez la ventanita, que le avisaba que
había un mensaje. Se le aceleró el corazón. Respondió inmediatamente, esperando
una respuesta que no llegó. Siempre me hace lo mismo esta mina, pensó. Se preguntó
por qué siempre caía en la misma situación. Miró otra vez la ventanita del
chat, la última vez que estuvo conectada. Ni siquiera había leído su ingeniosa
respuesta. Ella sí parecía recibir de buen grado sus chistes. No como la Tana,
que últimamente se enojaba por todo. Tampoco es que él tuviera muy claro qué
quería de esa situación que solo aportaría quilombo a su ya complicada vida.
Trató de pensar en otra cosa, de olvidar que siempre estaba en el mismo lugar,
que se movía en círculos, que todo se repetía. No sabía cómo salir de esa
condena, de esa locura en espiral. Todos sus romances terminaban igual. No le
gustaba, pero no lo podía evitar. Siempre la misma historia, con distintos
personajes, pero las mismas situaciones, casi calcadas. Él ya sabía lo que iba
a pasar, y no quería eso, Quería organizar su vida de una vez por todas.
Casarse, quizás tener hijos. Formar una familia. No quería seguir acumulando
piyamas con motivos ridículos. O cualquier otra pavada que le regalara alguna
exnovia en un rapto de pasión. La Tana nunca le había regalado nada, se dio
cuenta en ese momento. ¿Sería una señal?
Mejor seguir trabajando.
Pero ahí estaba la ventanita. Una ventana que no daba a la libertad del afuera,
que de todas maneras le estaba vedada, una ventana que lo atrapaba, que lo
condenaba a la atención permanente. ¿Hasta cuándo? No pudo seguir pensando
mucho más, la Tana entró a la habitación y lo abrazó, así, de golpe. A Rulo
casi le da un infarto. .
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