Soy una perdedora. De objetos. Profesional. Anoche, la pérdida de
mis anteojos me enfrentó otra vez con esta cruel realidad. Tengo esa extraña
habilidad. No solo en la calle, sino también dentro de casa. Sobre todo dentro
de casa. El celular, que lo tengo sin sonido. El mate, que debería tener
alarma, como los autos. Cuadernos, ropa, todo lo imaginable. Hace muchos años,
le perdí a mi marido un paraguas italiano. Esa vez lo dejé en un banco del
lugar donde estudiaba y alguien pensó que se lo regalé, porque cuando volví a
buscarlo ya no estaba. Pregunté en todos lados. Pensé en la posibilidad de no
volver a mi casa para no enfrentar a su dueño y tener que contarle lo que había
pasado. "Los paraguas están para perderse", fue su amorosa respuesta.
Lo amé, sin saber que mientras profería esas palabras de alivio para mí,
anotaba traicioneramente el hecho en su libro de reproches, para cuando se
diera la ocasión. Entonces, ante cada planteo mío, salía la frase: "y vos
me perdiste mi paraguas italiano". Hasta que tanto la frase como las peleas
perdieron vigor, con los años. Como nosotros.
¿En qué estaba? Ah, sí, mis anteojos. Tengo otros. La obra
social me da gratis un par por año. Como me conozco, me hago uno cada vez que
puedo, para prevenir estos eventos. Tengo un arsenal de anteojos de repuesto.
Pero me preocupa no encontrar los que perdí. Están en casa. Como todos. No se
quieren contagiar covid. Ni conjutivitis, que para ellos sería peor, supongo.
No suelo preocuparme. Sé que las cosas que pierdo aparecen
tarde o temprano. Solo tengo que buscar otra cosa que perdí, y voilá, encuentro
lo que buscaba la vez anterior. No falla.
Anoche me fui a dormir, pensé que mis anteojos volverían y
no lo han hecho. Me siento una madre desalmada: dormí a pata suelta, sin saber
por dónde andaban mis anteojos. Pensé que a la mañana los iba a encontrar. Pero
no.
Repito mentalmente mi recorrido de anoche. Los turnos para
usar la computadora. El "sacá tus cosas de la mesa que vamos a
comer". La cena y la vuelta a trabajar. Justo el momento en que noté su ausencia.
En alguna parte de todo ese recorrido caótico aprovecharon para tomarse un
descanso. Ya me habían avisado varias veces que me estaba abusando de ellos. La
patilla que se torció un día, apenas los abrí. El vidrio que cada vez se
ensucia más rápido.
Los que tengo ahora están bárbaro. Casi nuevitos, los usé
muy poco. Veo mucho mejor que con los otros, incluso. Tengo miedo de
encariñarme. Porque en cuanto me encariño con un objeto, aprovecha para
perderse.
Mis anteojos deben estar junto con todas las otras cosas que
todavía no encuentro, muy cerca mío, conteniendo la respiración y riéndose
juntos en voz bajita, para que no los vea y les cante piedra libre.
Queridos anteojos, vuelvan, los perdono (?)
Excelente!
ResponderEliminar¡Gracias, Lean!
ResponderEliminarBueno, los objetos tienen vida en tus palabras. Me gusto mucho
ResponderEliminar