Se despertó sin ganas de hablarle.
Tantos años de soportar palabras hirientes, celos infundados, y controles casi policíacos, habían logrado esa anestesia sentimental, esa indiferencia, ese no querer decirle ya más nada.
La epifanía cayó como un rayo, fulminante.
Agarró algunas de sus cosas, pocas, y se marchó.
Un auto con los parlantes a todo volumen pasó por al lado: "y a su barco le llamó libertad" ♪♫
José Luis Perales le daba su bendición.
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