sábado, 18 de julio de 2020

El ayudador serial

Voy a hablar de un personaje que no por bastante común es menos molesto: el ayudador serial. Este ser cree que su misión en el mundo es ayudar a todos. Nadie queda afuera de su espectro ayudador. Porque dentro de su mal entendida idea de sororidad, es obvio que los demás nacieron solo para ser ayudados por él. O ella. Porque el ayudador serial no distingue género ni edad.

Ya desde chiquito, impaciente, no puede ver que sus compañeritos no terminan sus trabajos. Así que ahí va él a terminarlos, cuando ellos no lo ven. Y cuando lo ven también. La lucha de los pobres niños por arrancar de sus manos el trabajo que no quieren que el ayudador les termine es descarnada. Este personaje no puede entender el placer del otro por hacer las cosas por sí mismo, no entiende por qué sus amigos no saben apreciar la belleza y el amor con que el ayudador los ayuda.

En la primaria lo vemos correr atrás de los amigos que están dando sus primeros pasos (o pedaleos) con la bicicleta. A él no le importa que le griten: ¡soltame la bici o te cago a trompadas, salame! Porque el ayudador sabe, con esa sabiduría con la que nace, que la gente es desagradecida por naturaleza, así que ahí va, a ayudar contra viento y marea. Incluso contra los que no se dejan. Hasta que el empujón del amigo y el rayo de la bici sobre su pie lo convencen de dejar sus ínfulas ayudatorias para mejor oportunidad.

Más tarde lo vemos de Celestino. Arruinando amores que podrían haber transcurrido felices sin colaboración. Se mete donde nadie lo llama. Une a los equivocados y separa a los correctos. Porque ya se sabe que el amor no necesita ayuda para suceder. Se da o no se da. En el amor, los de afuera son de palo.

Bueno, para el ayudador serial no está tan claro eso. Porque otra de sus características es la habilidad que tiene para no ver la realidad. Solo sigue sus instintos, a ciegas. Y a tontas y a locas.

A los ciegos los cruza de calle aunque no quieran. Y se va feliz de haber cumplido su misión, sin escuchar los insultos de señor con bastón blanco que quedó perdido sin saber dónde.

Las tontas y las locas son felices sin la ayuda de este señor, que insiste en avivarlas. Quiere que vuelvan a la normalidad a toda costa. Y ante la negativa de ellas no entiende por qué no se dejan ayudar. Ni por qué todos le huyen.

Personalmente les escapo a los ayudadores, porque no me dan tiempo para decidir lo que quiero o no quiero. Se me vienen encima como los chicos a la torta de cumpleaños. Y me devoran. Su falta de vida les convierte en vampiros al acecho de sangre. La indecisión de los demás les produce orgasmos. Gozan hasta el paroxismo cuando tienen que aconsejar a alguien. Porque acá está la otra parte de esta clase de individuos. La gracia es dar consejos a quien no los pidió.

Si tenés la mala suerte de recibir un consejo de estas personas, agarrate, porque te van a seguir hasta asegurarse de que lo hayas hecho tal como te dijeron. No aceptan que te desvíes del rumbo de sus certeras instrucciones. Y ni se te ocurra preguntarles si lo que te dijeron era un consejo o una orden, porque se ofenden y amenazan con no aconsejarte más. Igual no les creas. No te ilusiones. Nunca cumplen.


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