Voy a hablar de un personaje
que no por bastante común es menos molesto: el ayudador serial. Este ser cree
que su misión en el mundo es ayudar a todos. Nadie queda afuera de su espectro
ayudador. Porque dentro de su mal entendida idea de sororidad, es obvio que los
demás nacieron solo para ser ayudados por él. O ella. Porque el ayudador serial
no distingue género ni edad.
Ya desde chiquito, impaciente,
no puede ver que sus compañeritos no terminan sus trabajos. Así que ahí va él a
terminarlos, cuando ellos no lo ven. Y cuando lo ven también. La lucha de los
pobres niños por arrancar de sus manos el trabajo que no quieren que el
ayudador les termine es descarnada. Este personaje no puede entender el placer
del otro por hacer las cosas por sí mismo, no entiende por qué sus amigos no
saben apreciar la belleza y el amor con que el ayudador los ayuda.
En la primaria lo vemos
correr atrás de los amigos que están dando sus primeros pasos (o pedaleos) con
la bicicleta. A él no le importa que le griten: ¡soltame la bici o te cago a
trompadas, salame! Porque el ayudador sabe, con esa sabiduría con la que nace,
que la gente es desagradecida por naturaleza, así que ahí va, a ayudar contra
viento y marea. Incluso contra los que no se dejan. Hasta que el empujón del
amigo y el rayo de la bici sobre su pie lo convencen de dejar sus ínfulas
ayudatorias para mejor oportunidad.
Más tarde lo vemos de
Celestino. Arruinando amores que podrían haber transcurrido felices sin colaboración.
Se mete donde nadie lo llama. Une a los equivocados y separa a los correctos.
Porque ya se sabe que el amor no necesita ayuda para suceder. Se da o no se da.
En el amor, los de afuera son de palo.
Bueno, para el ayudador serial
no está tan claro eso. Porque otra de sus características es la habilidad que
tiene para no ver la realidad. Solo sigue sus instintos, a ciegas. Y a tontas y
a locas.
A los ciegos los cruza de
calle aunque no quieran. Y se va feliz de haber cumplido su misión, sin
escuchar los insultos de señor con bastón blanco que quedó perdido sin saber
dónde.
Las tontas y las locas son
felices sin la ayuda de este señor, que insiste en avivarlas. Quiere que
vuelvan a la normalidad a toda costa. Y ante la negativa de ellas no entiende
por qué no se dejan ayudar. Ni por qué todos le huyen.
Personalmente les escapo a
los ayudadores, porque no me dan tiempo para decidir lo que quiero o no quiero.
Se me vienen encima como los chicos a la torta de cumpleaños. Y me devoran. Su
falta de vida les convierte en vampiros al acecho de sangre. La indecisión de
los demás les produce orgasmos. Gozan hasta el paroxismo cuando tienen que
aconsejar a alguien. Porque acá está la otra parte de esta clase de individuos.
La gracia es dar consejos a quien no los pidió.
Si tenés la mala suerte de recibir
un consejo de estas personas, agarrate, porque te van a seguir hasta asegurarse
de que lo hayas hecho tal como te dijeron. No aceptan que te desvíes del rumbo
de sus certeras instrucciones. Y ni se te ocurra preguntarles si lo que te
dijeron era un consejo o una orden, porque se ofenden y amenazan con no
aconsejarte más. Igual no les creas. No te ilusiones. Nunca cumplen.
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